Vivo en Miami, Florida, desde hace un poco más de un año. Mi primera experiencia con un huracán fue en el 2016 con Matthew, un huracán de categoría 4 que no llegó a tocar tierra y que lo único que trajo fue días libres, horas de trabajo perdidas y, en consecuencia, quincenas descuadradas a final de mes.
Este 2017 volvió la temporada de huracanes y con ella toda la locura de supervivencia. Empezó con el devastador Harvey en Texas y continuó con Irma en Florida. Si la desesperación es algo regular en estas situaciones, las imágenes de inundaciones y pérdidas materiales en Houston traerían la locura a uno de los lugares con más venezolanos del mundo.
Mis últimos meses en Venezuela los viví recorriendo Caracas de oeste a este. Viendo colas para comprar comida, medicinas, repuestos; sufriendo a diario del deterioro del Metro de Caracas, midiendo el valor del dólar paralelo, en fin, una emergencia que se convirtió en mi cotidianidad y en la de muchos. Ahora, eso se repite por unos cuantos días en Florida: colas por gasolina, gente recorriendo uno, dos y tres supermercados por agua, madera para tapar ventanas o plantas eléctricas; sin dejar atrás el tráfico de la gente que huyó del sur de la Florida por buscar refugio más al norte o fuera de este estado.
Para una venezolana de 24 años, que en gran parte solo ha experimentado un gobierno socialista gracias a Chavez desde 1999 y luego a Maduro desde el 2013, esto se vuelve aburrido y normal. No hay manera de que la escasez de víveres básicos la alteren, lamentablemente está acostumbrada.
El americano promedio se queja y al mismo tiempo se deja llevar por estos momentos de emergencias: “Esos pronósticos alarmistas del huracán Irma están pagados por Walmart (supermercado) y The Home Deport (ferretería tipo EPA en sus buenos tiempos) para que uno compre lo que no le hace falta”, asegura Jeranny, de 39 años, mientras afirma que en los últimos días ha gastado alrededor de $600 en comida, gasolina y materiales para proteger su casa y el anexo que alquila.
Mientras tanto, algunos de los venezolanos recién llegados nos mantenemos indiferentes en cuanto a la desesperación por encontrar recursos para resguardarnos en casa, llevamos 18 años trabajando la paciencia, y los últimos cuatro años han sido la maestría en cuanto aguantar adversidad tras adversidad.
¿Qué tanto problema debe darnos no encontrar agua embotellada cuando el agua del grifo es apta para el consumo? ¿Cuál es el dolor de cabeza que nos puede provocar no encontrar atún enlatado, pasta o embutidos en el primer supermercado que recorremos si en un radio de 1 km tenemos cinco tiendas más? ¿Cuál es el problema de esperar una hora en una cola para echar gasolina si puedes entretenerte en tu teléfono con megas ilimitados y sin el miedo de que te toquen la ventana para robarte tu equipo móvil?
Así es como el socialismo del siglo XXI acostumbró a una venezolana de 24 a vivir en un constante estado de emergencia dentro de un país como Estados Unidos. Como dicen por ahí, ¡los venezolanos no nos asustamos tan fácilmente!
Todo se resumen en el plan de prevención
Irma tocó tierra en Florida el domingo 10 de septiembre. El gobierno regional ya prevenía a sus residentes desde el 4 de ese mismo mes. Había tiempo para que el ciudadano común pensara un plan de contingencia, además, la mayoría de las empresas ya daban días libres desde el jueves antes de que el huracán categoría 4 llegara a tierra estadounidense.
Lo refugios ya estaban a la orden del día, las organizaciones tanto gubernamentales como independientes ya estaban listas para ayudar a la ciudadanía, hasta las aerolíneas bajaron sus precios de boleterías para ayudar a aquellos que huían vía aérea de la costa del este de Florida. ¿Qué más podíamos pedir?
A pesar de esto el miedo se apoderaba de la gente: “Yo agarro mi carro y me voy para el norte, no sé a dónde, pero me voy”, explicaba Vanesa, una venezolana de 25 años que tiene año y medio viviendo en West Palm Beach. Este sentimiento se repetía en muchas personas que no querían presenciar un huracán categoría 4 tocando tierra.
Sin embargo, esas proyecciones le cambiaron los planes a todos aquellos que corrieron de una costa a otra para refugiarse, algunos terminaron retornando a sus casas antes de tiempo por el tráfico y por las nuevas y definitivas proyecciones del recorrido del huracán con nombre de mujer.
Para las últimas 24 horas antes de la llegada de Irma el sur de la Florida, muchas ciudades parecían zonas de exclusión. Calles desoladas, tiendas forradas en madera y pedazos de árboles rodando por las avenidas cuando el viento hacía de las suyas.
No obstante, nunca falta el valiente o el rezagado de la sociedad. Durante un recorrido por la ciudad de Coral Gables, al sur del condado de Miami-Dade, el equipo de El Estímulo pudo ver a gente paseando en bicicleta o caminando junto a sus mascotas. Además, los indigentes que no apartaron su espacio en los refugios, se acomodaban en los rincones de la zona para ver en primera fila la llegada de Irma.
El sacrificio: 48 ó 72 horas de encierro total
Aunque muchos decidieron ir por unas vacaciones improvisadas, la mayoría de los residentes de la Florida optaron por refugiarse en sus casas. Después de haber hecho las “compras nerviosas” y proteger las ventanas con madera, lo que queda es acomodarse para pasar unos días encerrados.
El problema de rendir las municiones se deja pasar con lo que el latino está acostumbrado a hacer cuando hay tiempo libre: amigos, familia y licor. Muchos aprovechan estas emergencias para hacer reuniones en casa sin hora de finalización. Mientras haya Internet, una botella de alguna bebida espirituosa y algo para llenar el estómago, Irma se podría convertir en la excusa perfecta para pasar unas horas con los seres más queridos.
La encerrona voluntaria podría traer niveles de ansiedad elevados, los vientos provocarán sonidos inimaginables por un criollo que lo más fuerte que ha escuchado es la explosión de un transformador eléctrico por la cantidad de vecinos que se roban la electricidad del poste de luz pública. Sin embargo, no hay nada que un buen ron y la Internet no puedan resolver.
Los cortes del servicio eléctrico y del agua tampoco van a sorprender a un venezolano que en su país natal sufría de apagones diarios y de racionamiento de agua de la misma manera. Lo importante en este lado del mundo es que se sabe que sucede por un desastre natural y no porque los sistemas de servicio no han recibido ningún mantenimientos desde hace más de cinco años.
Vale acotar que todo esto se verá como un sacrificio mínimo por un venezolano que acaba de llegar a Estados Unidos. Tiene seguridad, tiene poder adquisitivo, la escases forma parte del pasado fuera de las contingencias, y si todo sale mal, podrá recuperarse más rápido que los damnificados del estado Vargas por el deslave de 1999.]]>