Venezuela

Magia secuestrada

Infinidad de calificativos y análisis hemos leído en estos días luego de que Sudamérica se quedara sin representantes en las semifinales del Mundial de Rusia 2018. Brasil maravillaba, hasta que tuvo una noche en la que Roberto Martínez y los suyos los descifraron para despacharlos a casa. Una noche mala. Un solo partido había perdido en 25 duelos y su segunda derrota llegó en el peor momento. Uruguay era firme candidato a llevarse el título hasta que Francia la dominó a su antojo.

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FOTOGRAFÍA: BENJAMIN CREMEL / AFP

Se fueron todos y florecieron las conjeturas. Resaltamos lo que a todas luces desde hace un buen tiempo viene siendo el denominador común en el fútbol del sur del continente: estructuras precarias, falta de planificación, corrupción, improvisación. Lo que siempre ha estado presente y de lo que hemos sido conscientes, es ahora la razón por la que se evalúa el fracaso (¿?) de los equipos Conmebol en el mundial.
Errados estamos los puristas. Los que pensábamos que con la esencia sudamericana se podía llegar muy lejos. Aquellos que creían que a punta de “echarle bolas”, eso que más abajo llaman “güevos”, bastaba para resolver los pleitos futbolísticos. Ya no. Al contrario, la brecha diferencial se abre y lo pasional, eso que demostraban los nuestros en cada himno, en cada grito de ánimo, queda solo para adornar las promociones de los partidos por TV.
Mientras el mundo se maravilla con la capacidad resolutiva de Martínez para dirigir a Bélgica, la variedad de opciones que tiene la poderosa Francia, el futuro extraordinario que asoma la nueva Inglaterra, mientras España apura la designación de un nuevo cuerpo técnico tomando en cuenta la proximidad del comienzo de la Liga de las Naciones, en Argentina siguen dándole vueltas al cómo deshacerse de Sampaoli sin que este dé muestras de querer renunciar. No hay evaluaciones serias de desempeño ni proyección a futuro dentro de la planificación. Hay que salir del técnico porque fue un desastre y ya. Ahí están las distintas realidades.
Lo cierto es que Europa secuestró todo. Neymar, el último exponente del realismo mágico del fútbol – espectáculo, hoy día es objeto de burlas por sus aparatosas simulaciones y exageradas demostraciones de dolor. Nadie habla de aquel partido contra México en el que se vio la mejor versión de él en todo el campeonato. Hoy todos recuerdan que se ausentó tres meses de toda actividad para llegar a tono al Mundial de Rusia y todo terminó en un bluf, en dar vueltas como niño llorón en el césped.

El fútbol de florituras se extinguió. El fútbol de individualidades no va más. Si seguimos apostando por los mesías, por los insustituibles, por los indispensables que “ellos solo ganan un partido”, vamos rumbo a la profundidad del abismo (porque ya vamos en caída libre). Sin James ni Cavani, Colombia y Uruguay perdieron todo, caducaron en mordiente. Porque nos dimos a la tarea de hacerlos imprescindibles y sin ellos, nada funciona como debe. No se aprendió a emprender un Plan B o Plan C.
Europa se lleva lo mejor de Sudamérica y crece bajo los preceptos de fútbol de aquel continente. El proceso de selecciones es extraño para ellos. Sienten aún la atracción de defender al país, como los uruguayos, pero hay otros que les resulta una pesadilla, como Messi y su Argentina. Por más que hayan sido subcampeones en los últimos tres torneos disputados, el astro del Barcelona no disfruta de albiceleste. Es una amargura constante. Y si agregamos la diferencia de los viajes transcontinentales para venir a disputar la eliminatoria “más fuerte del mundo” mientras los alemanes, españoles, ingleses y franceses se mueven en viajes de no más de dos horas en avión por los modestos campos de Luxemburgo y Malta, la exigencia se duplica y la capacidad de respuesta disminuye.
Seamos sensatos: el poder de la economía europea pudo con el fútbol de Sudamérica y por más planes y programas que se tengan de hacer crecer a lo interno, todo apunta al viejo continente. Como en la época de la conquista, América es, hoy más que nunca, proveedora de la mercancía futbolística de las grandes potencias y será más usual que los procesos formativos de los distintos se cumplan bajo el régimen que dicte el balompié europeo.
El fútbol de hoy no da espacio a la magia, a la filigrana, al encarador. Es una especie en extinción. Que el enganche haya muerto es muestra de que el filtrador gana poco espacio en el fútbol ganador. No es trascendental.
Si queremos vivir del romanticismo, aprendamos a convivir con no ser competitivos. Nos basta para una Copa Libertadores, para pelearlo entre nosotros en una Sudamericana, pero no para un mundial de selecciones o de clubes. Estamos lejos, y cada vez más lejos.]]>

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