Venezuela

La trocha: única vía de escape de Venezuela por la frontera

Las trochas o pasos ilegales en la frontera colombo venezolana se convirtieron en la única vía de escape, bien sea para los venezolanos que se quedaron rezagados en Colombia tras el cierre de los puentes internacionales el pasado 22 de febrero, o para quienes buscan salir de Venezuela ante la crisis que se intensifica cada vez más.

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Fotografía: AFP

Llegar a un paso ilegal con la pretensión de caminar de un lado al otro no es nada fácil. Las personas tienen que decidir cuál es el camino menos riesgoso a toma debido a que existen más de 800 trochas que comunican al Táchira con Colombia, por esto lo más recomendable es hacer el tránsito lo más liviano posible.

Al llegar a las adyacencias de las llamadas trochas cualquier cantidad de personas corren a abordar a los pasajeros. Los persiguen, los agobian y les aseguran que con seguridad lo llevan al otro lado de la frontera.

Una pareja joven, habitantes de San Antonio, se dedican a pasar personas con equipaje por las trochas. “Son de confianza y 100% seguras, ya he pasado con ellos”, me dijo una persona que los recomendó.

Días antes había abortado un primer intento de cruzar el río Táchira para llegar a Venezuela. Durante el primer contacto que tuve con un “trochero o coyote” él me aseguró que llegaría sana y salva a San Antonio. «Te pongo en la puerta de tu casa”, me dijo. Nunca terminó de convencerme la ruta que ofertaba. Tenía que transitar largos trayectos que incluían caminar por lugares solitarios que son reconocidos por la presencia de irregulares armados que hacen vida en la zona y dominan el contrabando de gasolina.

Al final opte por el camino más corto y el que tiene mayor demanda de caminantes. Pasar por allí se asemeja a toparse con la misma cantidad de personas que a diario transitaban por los puentes internacionales entre Colombia y Venezuela, cuando estaban abiertos.

Algo inimaginable

Contacté a Maryuri (nombre ficticio para proteger su identidad) a través de un número telefónico, fue amable y lo primero que me dijo fue: “le garantizo que nadie la va a tocar, ni le van a revisar su equipaje, con nosotros va segura”. La certeza de la mujer, aunado al comentario que ya había escuchado de conocidos me animó a aventurarme a dar el paso obligado.

Maryuri estableció el punto de encuentro debajo del puente internacional Simón Bolívar que comunica el corregimiento colombiano de La Parada con San Antonio del Táchira. Ella me dijo que estaba vestida de azul y efectivamente así la ubique, recibió parte de mi equipaje, mientras yo tambaleaba más por el susto que por lo borrascoso del camino. Hasta ese momento la tarifa por el acompañamiento era incierta.

Pasamos debajo del puente (aún del lado colombiano) y llegamos a un lugar donde la esperaba el esposo. Ahí nos indicó que la vuelta salía en 30.000 pesos. A esas alturas ya no había manera de recular, lo que quería era salir corriendo del lugar y dejar de oír a un hombre con acento caraqueño y vestido en bermudas y franelas que me perseguía desde que llegue al lugar, ofreciendo sus servicios como trochero.

Cancelada la tarifa de pago, la guía de camino y el esposo sugirieron apagar los celulares y guardarlos en un lugar seguro. La travesía apenas iniciaba pero nos advirtieron que era la ruta más corta para entrar a Venezuela, asegurándonos que no era más de siete minutos caminando. También nos recordaron que nadie nos iba a tocar, ni nos iban a revisar los bolsos, eso dio un poco de tranquilidad.

Mientras, del lado colombiano, la procesión de gente se abría paso entre los arbustos, se trepaban por pequeños cerros de arena y piedras cargados de costales repletos de alimentos para caer a pequeñas nacientes del río Táchira, yo apretaba más y más las cuerdas del morral. El bolso más grande lo cargaba el esposo de Maryuri.

Quienes trabajan en la zona han sobrepuestos costales de plástico rellenos de arena que marcan el camino y sirven de plataforma para no caer en el agua.

Ya del lado venezolano el ambiente cambia. Al salir del río y entrar a la zona boscosa una gran cantidad de hombres con la cara cubierta se agruparon en cada lado de la vía, por donde se supone que teníamos que cruzar.

Maryuri, vigilaba que no me quedara rezagada en la vía, me apuraba y me indicaba el camino en medio de innumerables laberintos y vías en las que cualquiera se dispersa. Muchos de los hombres fumaban tabaco. El olor a hierba era muy fuerte, a pesar de ser un lugar descubierto.

Mis piernas otra vez tratan de doblarse pero el esposo de Maryuri me toma por el brazo y me susurra “camina rápido”.

“Usted por aquí no pasa, se va por otra vía”, dijo uno de los hombres que fumaba a unos de los caminantes. ¿Por qué? responde el chamo en tono desafiante: “porque usted ha pasado mucho y no colabora. Se va por allá” y señala un camino inhóspito.

Mi paso se aligera, el sudor aumenta más por el terror de verme en ese lugar que por la inclemente temperatura fronteriza (36ºC). La guía me hace regresar  y me dijo: “espere, ya seguimos”.

Visualizo una pequeña cola de gente que es observada por otro grupo de hombres que se extienden en ambos costados del camino. Cuando terminó de movilizarse el grupo en la cola, fue nuestro turno. Primero entra Maryurí, detrás voy yo y el último en pasar es el esposo de la trochera. Los hombres nos detienen y nos detallan. Mi cara estaba fija en el piso, no me atreví a levantarla, en ese momento perdí la noción del tiempo, dos minutos se me hicieron eternos y mientras me preguntaban “¿que lleva en el bolso?” yo ni los escuchaba.

Se acercó el esposo de Maryuri y les respondió “aquí va solo ropa y un poco de mercado”. Mientras tanto una pareja que iba con nosotros nos hicieron a un lado, les dieron dinero y continuamos con nuestro viaje.

Después de pasar más piedras, un par de pozos  de agua y un corte de ascenso. Maryuri se detuvo, sonrió en tono jocoso y al observarla me dijo en un inglés mal hablado “Welcome Venezuela”.La trocha se había quedado atrás y a pocos metros los coyoteros buscaban clientes para regresar a Colombia.

“Salió lisa (ilesa) porque aquí cada cuento que uno escucha es de robos y cosas feas”, dijo una vendedora de agua mineral colombiana a pocos metros del paso ilegal.

Nota publicada originalmente el 17 de abril de 2019. 

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