Venezuela

Opinión | El riesgo de que nada pase en Venezuela

Los cambios mágicos, así como por obra de una varita mágica, en términos sociales y políticos no existen. Lo que sí existe en la construcción de alternativas, la consolidación de una fuerza política o social que de forma continua construye una salida

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El riesgo de que nada pase
Daniel Hernández

Venezuela parece estar siempre a punto de que ocurra algo: bien sea el riesgo de una catástrofe, un cambio político de envergadura o una transformación de gran escala. Estamos siempre como se dice a punta de caramelo. Sin embargo, el gran riesgo que tenemos como sociedad es que nada pase y que todo siga igual.

El liderazgo político nos ha prometido grandes cambios. Nadie parece estar enfocado en prometer un camino de pequeñas victorias, nadie tiene el discurso de vamos a levantar un edificio y primero vamos a echar las bases.
Ese discurso de nuestro liderazgo apuntala una de las condiciones instaladas en nuestro ser social. La idea de que ocurrirá mágicamente el cambio.

Los cambios mágicos, así como por obra de una varita mágica, en términos sociales y políticos no existen. Lo que sí existe en la construcción de alternativas, la consolidación de una fuerza política o social que de forma continua construye una salida.

Nadie quiere en Venezuela el camino largo. Todos queremos el canal rápido. Que Maduro se vaya y que se vaya ya; y que además no seamos nosotros los venezolanos los que protagonicemos tal transformación sino que sean nuestros amigos americanos los que vengan y hagan el trabajo. Cuando todo este arreglado le entregan la banda presidencial a fulano o a mengana.

Demasiadas películas con historias de invasiones que tienen finales felices.

El gran riesgo es que esperando que tales cosas sucedan, es que nos quedemos cruzados de brazos, pensando que nada podremos hacer nosotros, cada uno de nosotros, para lograr que haya un cambio en Venezuela.

Esperando que ese cambio lo desencadene y protagonicen otros, nosotros en tanto nos acostumbramos a la espera. Y en esa espera tal vez no ocurra nada. Que nada ocurra, que nos acostumbremos, que sigamos esperando por otros, con todo ello hay un solo ganador, el que ocupa el poder.

Nada de eso le pone en riesgo.

La normalidad o la idea de una normalidad en nuestras vidas, aún en medio del caos generalizado, termina siendo un punto de favor de la continuidad de quienes detentan el poder.

Cada día que pasa sin que haya un cambio en Venezuela es un día que se festeja entre los dominadores. Cada día que pase, sin que se canalice el profundo deseo de cambio que hay entre los venezolanos, termina siendo una derrota de las mayorías.

Y las mayorías pueden ser acalladas, aquietadas, reprimidas o desintegradas. De eso hay suficiente historia. Se trata de la máquina del poder.

Si nada pasa, incluso a pequeña escala, y nos rendimos asumiendo que no queda otra opción, nada tampoco ocurrirá en una escala mayor. Ese es tal vez el mayor peligro al que nos enfrentamos, la cotidianeidad bajo la opresión política.

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