Investigación

Cuando los padres también salen del clóset

Más de cinco historias personales cuentan las sorpresas, sino avatares, que enfrentan los progenitores al conocer de la homosexualidad de su vástago cuando da la cara a luz pública con su verdad. Hay algo en común: la discriminación y rechazo empiezan en la casa

Fotografía: Alejandro Cremades | Composición fotográfica: Mercedes Rojas
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«Uno siempre cree que el clóset más pesado es el de uno», y no siempre es así. Lo dice Ana Margarita Rojas, miembro de la Fundación Reflejos de Venezuela, en una de las habituales tertulias convocadas por esa organización el último sábado de cada mes a las que asisten entre 20 y 40 personas. «Marico ajeno siempre es bello. El problema es cuando es de uno», añade.

Asumir y exponer la homosexualidad no es tarea fácil, mucho menos para progenitores de la persona que decide hacerlo. Criterios religiosos, formativos, de costumbres, o prejuicios, se convierten en barreras a superar cuando un padre y una madre reciben la noticia: «mamá, papá, soy gay».

Según Rojas, 80% de la discriminación hacia los homosexuales comienza en el hogar y la escuela. «Ahora se habla mucho del bullying, pero no siempre se le pone apellido. Se calcula que 45% del acoso escolar es por homofobia», informa la activista. Sostiene que, según cálculos informales, en Venezuela se estima que 4 millones de personas son homosexuales aunque en el país no hay estadísticas verificables, entre otras cosas, porque las sociedades ocultan lo que se rechaza.

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«Yo recibí la noticia porque él me lo dijo a través de una carta. Nosotros tenemos un ritual de comunicación, que cuando había cosas difíciles, lo escribíamos. Así que él me entregó la carta y se fue a su cuarto, para que yo lo procesara y luego hablara con él. Fue muy impactante porque yo no tenía indicio de que él tuviera alguna inclinación homosexual. Mi hijo tiene porte completamente masculino, siempre con cabello corto, estilo de vestir masculino. Al inicio me cerré bastante, porque hay una posición cultural y religiosa que ve eso como un pecado, como una abominación. Yo crecí bajo la religión adventista, que es mucho más cerrada que la católica en cuanto a las creencias, y esos valores son muy fuertes y atormentan».

Así se enteró Elizabeth García de que su hijo es gay. Admite que, en aquél momento, hace siete años, se sintió confundida y hasta culpable. «Pensé que era consecuencia de tener padres divorciados. Lo vi como un problema», dice la madre de Víctor Briceño, ahora de 24 años.

Elizabeth dice que su caso fue como de librito: desde la idea de haber fracasado como madre hasta pensar en sus propias expectativas. «Lo primero que pensé es que había sido violado y yo no me di cuenta. Segundo, que él de repente estaba pasando por un conflicto y no sabía cómo manejarlo. Además, preocupa mucho el VIH y la relación que se hace entre homosexualidad y crímenes pasionales, son mil cosas juntas. También, cuando uno tiene varones se imagina que vendrá matrimonio, que se casará, tendrá hijos, y uno se pregunta ‘¿no me vas a dar nietos?'». La mujer hoy admite que entonces no estaba ayudando a su vástago a entenderse, aceptarse, aunque «ya él tenía asumida su sexualidad y me decía que buscara ayuda, que fuera a un psicólogo».

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Admite además que «recapacité» cuando testimonió que la relación de Víctor con sus hermanos era amorosa, de aceptación. «Pasó como un año en que solo lo sabíamos él y yo dentro de la familia. No se lo comuniqué a su papá, porque yo no estaba preparada». Pero asumió la tarea pasado algún tiempo, cuando su hijo comenzó a hacer público su activismo por el matrimonio igualitario en redes sociales, por ejemplo.

«Su papá me preguntó qué estaba pasando con mi hijo. Yo le dije que es homosexual y fue muy fuerte porque a él se le vino todo encima. Lloró mucho. A los hombres les cuesta más porque el hijo representa la masculinidad. Hoy lo acepta pero aún tiene reservas. Él es católico y no es tan abierto pero lo que priva es que quieres a tu hijo». Ella admite que «mi visión de Dios es otra» y recuerda que lo más difícil de procesar fue «percibirlo como pareja de un hombre, la relación homosexual física. Uno no quiere ni pensarlo. Pero en la medida que vas aceptando, eso empieza a disminuir».

García también apoya el matrimonio igualitario. Es más, llegó a ser imagen de una campaña informativa al respecto. «Ahí fue cuando yo salí del clóset como madre. Se enteraron todos mis amigos y familiares. Se siente como una liberación».

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Yonatan Matheus, integrante de la ONG Venezuela Diversa, sabe que es difícil salir del clóset y encontrar apoyo de los padres. El activista afirma que es fundamental que los progenitores se informen sobre sexualidad, derechos humanos, respeto a la dignidad y orientación sexual.

La Fundación Reflejos de Venezuela tiene un manual titulado Amo a mi hij@, respeto a mi hij@, escrito por la psicóloga Elena Hernáiz Landáez, en el cual bastan 30 páginas para informar qué hacer cuando se afronta la homosexualidad del retoño, desde el «esto no puede estar pasándome» pasando por las preguntas que se hacen comunes.

«En la mayoría de los casos necesitan respuestas y hasta usan métodos varios para cambiarles la ‘inclinación’ como pretensión por desconocimiento, sin realmente considerar que más que un apoyo es un daño definitivo pues no le permite desarrollarse de manera natural y limita su verdadera felicidad», dice la presentación del libro financiado por la Embajada de EEUU en Venezuela y que puede ser consultado también en la web de la ONG.

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Reinaldo Zerpa es general retirado del Ejército. Hace seis años, a sus 69, recibió la noticia de que su hijo entonces de 39, divorciado de su mujer, había contraído nuevas nupcias en España, pero con un hombre. «Lo supe a través de mi hija mayor. Fue una sorpresa. Él nunca me dijo a mí nada al respecto. Yo lo tomé como algo normal. Cada quien tiene derecho a hacer su vida como lo crea más conveniente. Yo digo que hay que ser tolerante. Cuando lo hablé con él le dije que esa es su responsabilidad y su vida privada y que yo la respeto».

Al principio, al general no le gustó lo que escuchó y aún ahora la aceptación o la mera tolerancia se mezclan en tiempo presente. «Yo no soy machista pero sí soy un hombre que ha tenido varias mujeres. He estado casado varias veces, he tenido amantes, he tenido dos o tres novias al mismo tiempo. Me he divorciado dos veces. Al principio no acepté eso porque yo soy muy claro: las cosas normales son las normales. El centro del hogar es la familia, no hombre con hombre ni mujer con mujer. Ahora las parejas homosexuales se casan. Yo no lo acepto pero sí lo respeto. Eso sí, yo no estoy de acuerdo. Yo estoy de acuerdo con la vida normal de las parejas: hombres con mujeres, como lo dice la Biblia”.

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Hoy en día, el militar retirado conoce al esposo de su hijo y asegura que lo trata con camaradería. «Las parejas se respetan en la sociedad siempre que no haya libertinaje, que sea una cosa normal como cuando es una mujer con un hombre. Yo los he visto a ellos, he estado en su casa, es algo normal, no hay nada que yo pueda criticar que se salga de los límites de la decencia y la cultura, yo lo veo bien. A mi hijo el que lo ve nadie sabe qué son, piensa que son amigos».

No obstante, entre los salidos de los cuarteles la información no corre igual. «Mis amigos militares desconocen esas cosas. Si me preguntan diré que sí, que esa es su vida privada y la respeto, pero hasta ahora nadie me ha comentado nada sobre eso».

Algo similar ocurrió con los padres de Ambar Alfonzo. Ambos progenitores eran uniformados, militares de carrera, y por tanto en su hogar había un «régimen estricto». A los 15 años, la muchacha se asumió lesbiana, pero fue a los 17 cuando su madre leyó algunos mensajes de texto en su teléfono celular. Pero no hubo conversación. Se impuso el tabú y la represalia.

«Al principio casi no me hablaba y comenzó una mayor sobreprotección, restricciones», recuerda Ambar ahora de 29 años. «Mi papá fue quien me encaró. Yo traté de negarlo pero él ya tenía las evidencias», recuerda quien asegura que las limitaciones se mantuvieron, así como el silencio con respecto al tema dentro del hogar. «Nunca hubo una conversación, una discusión, más allá de ese encuentro con mi papá. Eso quedó en el aire. La cosa se fue calmando cuando ya yo tenía como 19 años y comencé a trabajar», rememora.

Sin embargo, sus padres llegaron a conocer a una de sus parejas estables, y ahora su padre se entiende con su actual compañera. «El año pasado falleció mi mamá y después de eso nosotros nos unimos mucho. Mi papá ahora me apoya bastante. De sus amigos, algunos saben y otros supongo que se lo imaginarán».

El padre de Ambar, militar retirado, no quiso dar su testimonio para este trabajo.

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Según Venezuela Diversa, en la región andina, los estados llaneros y los sectores populares de Caracas hay mayor resistencia para asumir a un hijo homosexual o trans. «Por lo general, se busca subyugar las conductas sexuales a la norma, y se pide que al menos sea un gay serio», afirma Yonatan Matheus, miembro de esa ONG quien en su momento también vivió las ganas de su madre de ocultar su preferencia. «Te pido que no te vayas a vestir de mujer, que te cuides mucho para que no te mueras de sida, y no le digas nada a los demás de la familia», le dijo.

Ana Margarita Rojas, de Reflejos de Venezuela, afirma que las familias suelen construir islas sobre los hijos gay para evitar «mostrarlos» puertas afuera del hogar. Eso, aun cuando se calcula que 25% de la población mundial pudiera ser homosexual, según estudios hechos en otros países y que rememora Rojas. Asevera que en Venezuela no se ha buscado tal proporción.

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Isabel sospechaba que su hijo era homosexual. «Uno lo piensa pero nunca quieres confirmarlo, pero cuando me lo dijeron, ya toda mi familia prácticamente lo sabía menos yo. Me reunieron y me lo dijeron entre todos, incluyendo su papá. Para mí fue como un shock», recuerda. La mujer recibió ese día dos noticias: la orientación sexual de su hijo venía acompañada de una infección de VIH.

Daniel había conversado con sus primos sobre su sexualidad y les confesó ser portador del virus. Fueron ellos quienes le comunicaron a su padre y éste a Isabel. «Mi hijo sabía que me lo iban a decir. Él se quedó como aparte y luego vino, me abrazó, lloró y todo eso. Yo le dije que se tranquilizara, que lo íbamos a acompañar con sus médicos, que estábamos a su lado. Él también se dio cuenta de que había tenido mucho tiempo sin decir nada y eso afectó sus estudios, su trabajo, porque me imagino que mientras descubría cosas descuidaba otras».

«Yo lo que estaba era asustado», confirma Daniel, quien se asumió gay alrededor de sus 17 años pero lo ocultó de su familia por casi una década. Durante ese tiempo, su madre notó «esos pequeños detalles —como encontrar una fotografía de un hombre en un pantalón, por ejemplo— pero no quise buscar más por falta de orientación o falta de educación, uno no quiere que sea verdad. Pero llega un momento en que no lo puedes negar».

Ahora, más de 10 años después, Isabel asegura que su única preocupación es «por la misma sociedad que uno sabe que no acepta muchas cosas, siempre hay gente mala que se puede meter con él, gente que toma represalias contra homosexuales por las fobias».

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Donatella, una trans de Guárico, es la hija mayor de su familia. Desde que estaba en la primaria comenzó a actuar con ademanes femeninos. Tanto su madre como su maestra la reprendían. En casa le cortaban el cabello corto, con «corte de hombre», y le pegaban cuando hacía «gestos amanerados».

En bachillerato la presión fue más fuerte. Se enfrentó al descubrimiento sexual de sus compañeros y a los regaños de sus profesores por ser «raro». Así que abandonó el liceo, el hogar y su ciudad natal. Viajó a Caracas para asumirse como una chica y terminó haciendo trabajo sexual en la avenida Libertador, a sus 16 años. Allí, alguna noche, recibió unos disparos durante un procedimiento policial que la recluyeron en un hospital público a donde su madre la visitó. Se reconciliaron y ahora es Donatella quien provee dinero al hogar con su taconeo por la Libertador.

Rosmit es hijo de testigos de Jehová. Al comenzar la universidad comenzó a tener relaciones con otro hombre. Cuando lo comentó a sus padres, le dejaron de pagar los estudios y le fueron cercenando «aspectos de su vida». Obligado a dejar los estudios y con un duro rechazo intrafamiliar, terminó mendigando en la calle. Pasados algunos meses, encontró a su madre predicando por La Candelaria le pidió ayuda. Pero la mujer lo ignoraba hasta que él prometió «dejarse de eso». Abandonó su vida gay y asumió los preceptos religiosos, que vinieron acompañados de estrictos controles de comportamiento de sus padres. No soportó. Ahora, Rosmit está de nuevo en la calle desde hace cinco años. Deambula por Parque Central y La Candelaria, y duerme en las escaleras de la avenida Bolívar de Caracas, cerca del Cicpc. También consume drogas y nunca volvió a un aula de clases. Tiene apenas 22 años.

Desde el liceo, Luis Alberto Valera comenzó a descubrir su homosexualidad. Luego, estudiando Gerencia, el oriundo de Petare se enfrentó con su mamá. «Con que seas marico está bien, pero de allí a vestirte de mujer, pues no», le decía ella. Los problemas continuaron hasta que el muchacho decidió dejar el hogar y mudarse a un hotel barato de Sabana Grande, donde se relacionó con otras trans. Trabajó en una peluquería y terminó en la avenida Libertador vendiendo su porte femenino «con regalito». Meses después, en 2011, y con 18 años, «Luisa» fue asesinada al recibir más de 20 puñaladas en un hotel de El Rosal, en Caracas.

Los testimonios levantados por Venezuela Diversa revelan qué tan común es que los homosexuales abandonen su hogar para alejarse de una crisis surgida por salir del clóset. «Vienen a Caracas a estudiar y desarrollar su vida homosexual y a veces cuando regresan a sus casas fingen lo contrario», afirma Yonatan Matheus. En el caso de los trans el rechazo se acentúa porque «son más transgresores a la norma al ir adaptando su cuerpo a su identidad de género».

Matheus sostiene que entre los padres «hay mucho desconocimiento, derivado de la formación religiosa, conceptos culturales, o la misma manera de ver los temas de sexualidad que se tienen del momento en que vivieron, cuando no había orientación sobre esos temas, sobre identidad de género. Ese desconocimiento termina convirtiéndose en arma mortal para los LGBT».

*Este trabajo se publicó originalmente en 2016 y fue actualizado en 2019

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