Cultura

Del pasado Nazi al arte venezolano

Cuatro vienesas judías perseguidas por el nazismo llegaron a Venezuela en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Sus voces volvieron al lar natal gracias a una obra instalativa creada por las venezolanas Nayarí Castillo y Jacqueline Goldberg, que formó parte de la exposición Hotel Metropole. Dar futuro a la memoria, del Wiener Festwochen 2015

Fotografías: Joaquín Ojeda Ferrero / Aymara Arreaza / Mara Morillo
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Una de las edificaciones más feas que hay en los alrededores de la Morzinplatz —y quizá de buena parte de la espléndida ciudad de Viena— es el Leopold-Figl-Hof. Se trata de un anodino edificio de apartamentos y locales comerciales en la planta baja. Pinceladas de su historia permiten comprender que la construcción de concreto armado merecía nacer con la cabeza baja, sin esmeros, como un desplante estético. Fue diseñado por Josef Vytiska y construido entre 1963 y 1967.

En ese mismo terreno, a orillas de uno de los canales del Danubio, estuvo el grandioso Hotel Metropole, erigido para la Exposición Mundial de Viena de 1873, diseñado por Carl Schumann y Ludwig Tischler. Con cuatro pisos, estaba decorado con columnas corintias, cariátides y atlas. Fueron célebres su patio interior acristalado y su comedor ricamente decorado, lugar predilecto de renombradas figuras del mundo político y cultural de la efervescente Viena.

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En marzo de 1938, poco después del Anschluss —incorporación de Austria a la Alemania nazi— el hotel fue expropiado por la Gestapo para formalizar el más grande y terrible de sus cuarteles. Allí fueron llevados miles de prisioneros —sobre todo políticos, comunistas, socialistas, sindicalistas y judíos— para ser interrogados, torturados y asesinados. Según informes de la Gestapo vienesa, a mediados de diciembre de 1938, había en ese sitial de horrores 21 mil prisioneros y se sabe que más de la mitad de los 22.000 internos que llegaron al campo de concentración de Dachau ese año fueron austriacos provenientes de la Gestapo asentada a la fuerza en el Hotel Metropole. Posteriormente, el edificio fue dedicado únicamente a agrupar a los judíos que serían enviados a las garras de los campos de concentración. Se cuenta que fue de los pocos centros de tortura nazi donde los prisioneros eran sumergidos en tanques de agua.

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El otrora Hotel Metropole sufrió severos bombardeos. Al terminar la Segunda Guerra Mundial en 1945, se convirtió en ruinas que fueron removidas en un intento por deshacer la memoria. En 1951 supervivientes de los campos de concentración levantaron un monumento conmemorativo que en 1985 fue reemplazado por un memorial erigido por las autoridades de la ciudad de Viena, en el que se usaron bloques de granito provenientes de la cantera del campo de concentración de Mauthausen. Se colocó una estatua de bronce simbolizando a un superviviente y una inscripción que reza: “Aquí se alzaba la casa de la Gestapo. Fue un infierno para los confesores de Austria. Fue para muchos de ellos el atrio de la muerte. Ha caído en la ruina como el Reino de los Mil Años. Pero Austria renace y con ella nuestros muertos, víctimas inmortales”.

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El conjunto residencial Leopold-Figl-Hof fue escogido por el célebre caza-nazis Simon Wiesenthal para trasladar en 1975 su centro de documentación. Allí trabajó casi a diario mientras estuvo en Viena hasta su muerte en 2005, a los 95 años. Esos archivos están hoy en plena mudanza.

En la parte posterior del edificio, en la Salztorgasse, se encuentra el Memoriala las víctimas dela Gestapode Viena. Se trata de una cámara ubicada casi exactamente donde estaba la entrada trasera del cuartel general de la policía secreta oficial de la Alemania Nazi, por donde tantos entraron y jamás salieron. Allí se muestran documentos sobre las actividades de la Gestapo vienesa, así como una lista de 150 prominentes anti nazis arrestados poco después de la invasión a Austria y enviados a Dachau. De ser cierto que los lugares donde hubo sufrimiento conservan pesadas energías, este es uno de ellos. Su excelente museografía e información no frenan las inexplicables ganas de salir huyendo.

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Retomar la memoria

Los curadores de la exposición Hotel Metropole. Dar futuro a la memoria —que formó parte del circuito “Into the City” del Wiener Festwochen 2015, clausurado el pasado 21 de junio— escogieron un local muy cercano al antiguo Hotel Metropole, en plena Morzinplatz, para invitar a un grupo de artistas austriacos y extranjeros a explorar la cultura de la memoria y la política de la historia. La idea de Margarethe Makovec, Anton Lederer, Birgit Lurz y Wolfgang Schlag fue revisar, a propósito del emblemático espacio, lo sumergido, lo olvidado y lo reprimido. A través de instalaciones y acciones, los artistas se aunaron al esfuerzo de las autoridades municipales de “hacer frente a la historia”. Para ello los trabajos fueron divididos en cuatro ejes temáticos: La historia reprimida y sitios contaminados; La resistencia y la cultura de la memoria; Expulsión y deportación; y La política de la Historia y áreas de acción.

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El momento genealógico

A comienzos de este año, la artista venezolana residenciada en la ciudad austriaca de Graz, Nayarí Castillo, fue invitada por la galería “<rotor> centro de arte contemporáneo”  a formar parte del proyecto “Into the City”. La galería —especializada en arte que se ocupa expresamente de tópicos sociales, políticos, económicos y ecológicos—conoce a profundidad el interés de Castillo por reinterpretar la historia a través de una suerte de arqueología contemporánea que mezcla realidad y ficción. Los más recientes trabajos de la artista han partido de textos tridimensionalizados como una suerte de álbum pop-up para niños.

Así, al ser convocada para la exposición en Viena, Castillo —biólogo con estudios de Artes Plásticas en Caracas y de Arte público en Alemania— recordó la lectura del libro Nosotros los salvados  y del documental Los barcos de la esperanza de Jonathan Jakubowicz. E invitó a quien escribe esta nota a redactar un conjunto de textos que diesen pie a una puesta en escena de lo ocurrido a cuatro mujeres vienesas que lograron huir hacia Venezuela, impulsadas por el antisemitismo y la persecución nazi antes y durante la Segunda Guerra Mundial. El resultado fue un canto a las pequeñas historias que desaparecen entre la tristeza, el miedo y los nuevos paisajes; una aproximación estética que reconstruye fragmentos de la identidad silenciada por el Holocausto.

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“He tenido la suerte de ser invitada a participar en proyectos donde debo interpretar una historia con la que no he tenido contacto directo, a sabiendas de que todas las historias son universales. A pesar de vivir en Graz carezco de la ‘culpa social’ con la que conviven muchos austriacos. Y eso para los curadores era importante por ser otro punto de vista. En este momento se está analizando mucho la relación de Austria con la Shoá, pues es una historia no conversada, no tratada a fondo como sí se ha hecho en Alemania, donde prevalece una conciencia social y gubernamental en relación a la Shoá”, señala Castillo.

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Por otra parte, a Castillo llamó la atención la ausencia femenina tanto en el libro como en el documental. “La historiografía es masculina. Y yo quería indagar en voces femeninas, que además son las que transmiten la herencia judía. Esto, además, tiene mucho que ver con el colectivo de mujeres artistas al que pertenezco en Graz, con el que buscamos la mirada femenina de la historia y de esos gestos que por cotidianos suelen no registrarse”, persiste.

Voces, espacios y piezas

La instalación, titulada Hay una mujer judía nacida en Viena que alguna vez extravió sus pasos, se materializó desde los testimonios de Lily Klaber de Halasz (1921); Lily Goldberg de Jacoby (1922); Suzanne Kobler de Iglicki (1934); y Vivian Dembo (1953). Las dos primeras nacieron en Viena y llegaron a Venezuela siendo jóvenes, la segunda partió muy niña en el célebre barco Caribia y sus recuerdos son borrosos. Y la última, nacida en Venezuela, tomó recuerdos de su madre, la artista plástica vienesa Susy Scheweinburger de Dembo. A partir de cada una de estas voces en primera persona y de textos poéticos sobre sus historias, Nayarí Castillo realizó una pieza que simbolizaba algún elemento de su travesía. Mientras tres de las piezas de la instalación permanecían dentro de la galería, cada jueves, a las dos de la tarde, una de ellas era intercambiada y dejada sobre un extraño pedestal en la transitada Morzinplatz, frente al cual se escribió sobre el piso un texto de 36 palabras: “En este piso. Tantos pasos. Viejos y nuevos pasos. Sufridos, culpables. Nombrados, silenciados. Piso de intemperies, botas, gritos, mujeres que partieron con la niebla. Piso de no ver, de sopesar aquello que sin remedio pasó. Pasa.”

“Me interesaba la idea de anti monumento, el que una obra que puede estar dentro, también puede estar afuera, en el espacio público, lo cual supone exponer el trabajo a la intemperie, a una percepción diferente, a situaciones que no controlo. De hecho, el mismo día que se montó en la plaza la primera de las piezas, la misma fue vandalizada. Contenía peonías que viajaron desde Venezuela y dieciséis kilos de café brasileño. El café fue robado y hubo que reemplazarlo en unas pocas horas. El resto de las piezas no sufrió daño alguno”, acota Castillo.

Todos los textos fueron traducidos al alemán por la reconocida escritora Fernanda Krahn Uribe —nacida en Nueva York, criada entre Chile y España y residenciada en Graz—, quien no por casualizad está muy vinculada a Venezuela: sus padres, el dibujante Fernando Krahn y la escritora María de la Luz Uribe, son autores de viarios libros publicados por Ekaré, editorial fundada por su tía, Verónica Uribe.

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Mi viaje a Austria fue posible gracias al invalorable apoyo de “<rotor> centro de arte contemporáneo”, la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela, la Unión Israelita de Caracas y la Asociación Israelita de Venezuela.

Dice Lily Klaber de Halasz

—Mi papá tenía dos hermanos, Leo, que murió en la guerra y Paul, a quien le quedaron pedazos de granada incrustados en el cuerpo y siempre sufrió por eso. Paul emigró a Venezuela en 1938, así que desde niña soñé que un día viajaría a Caracas. Las cartas que mandaba el tío llevaban una sola estampilla con el mapa de Venezuela. Una vez —poco antes de que llegaran los nacionalsocialistas a Austria— mi tío Paul regresó a Viena con dos piñas, una planta de caucho, un mono y jalea de guayaba. Regaló todo a sus amigas y solo las dos piñas se quedaron en casa de mi abuela. Yo preguntaba cuándo íbamos a comer las piñas, que eran algo muy preciado en Austria y que solo se veían como adorno en la tienda de delicatesen. Ella decía ‘vamos a esperar, porque la tía no la ha visto’. Cuando por fin decidieron comer las piñas, estaban podridas.cita1

Dice Lily Goldberg de Jacoby

—Cuando la guerra acabó y llegaron los rusos, mi mamá y yo salimos de Plaszow. En las carreteras solo se veían personas y caballos muertos. Entramos en los apartamentos donde habían vivido alemanes, nadie quería dormir de nuevo en barracas. En las despensas había comida.Hasta yo me llevé potes con grasa de cochino. Mi mamá no quería comer, porque jamás en su vida había comido cochino, pero no teníamos otra cosa que pan y esa grasa. Mi mamá y yo volvimos a Viena, pero no quedaba nadie de la familia. Andábamos con lo puesto. En mi casa vivía el conserje, que era comunista. Solo nos devolvió una cama. Y mi mamá y yo cargamos esa cama por toda Viena hasta conseguir una habitación.

Dice Suzanne Kobler de Iglicki

—Lo poco que hay en mí de Viena, no sé si son recuerdos propios o tomados de fotografías. Mi memoria está hecha de fragmentos. Recuerdo que desde una pequeña ventana de mi casa se veía la Noria Wiener Riesenrad. Recuerdo también que una noche en el barco, en medio de una tempestad, los platos del comedor volaban por el aire y caían hechos pedazos. Sólo eso.

Dice Vivian Dembo

—Mi madre, Susy Dembo, huyó de Viena junto a mis abuelos en 1939, poco después de la difícil Kristallnacht. Llegaron a Bolivia y en 1946 viajaron a Caracas. Mis hermanas y yo crecimos en una cotidianidad absolutamente vienesa que nos marcó para siempre, con un ambiente cultural muy importante que giraba en torno a la música, los libros, los recuerdos y rica comida. Mi infancia son recuerdos de una Viena deliciosa vivida desde el trópico. Había en casa de mis abuelos la sensación de pertenecer a la comunidad vienesa, de que si abríamos la puerta, afuera estaba Viena”.

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En la sala expositiva, junto a las obras, como parte de la instalación, sólo estuvieron los textos poéticos y las dolorosas interrogantes con las que concluyen. Las historias se las llevó cada visitante en un pequeño sobre numerado: ¿Cómo explicar que el mar se lo traga todo? ¿Cómo vigilar la puerta que alivia las esperas? ¿Cómo decir calamidad tras la sonrisa? ¿Cómo explicar que las edades se van poblando de inadmisibles esperanzas? ¿Cómo atrapar aquello que dejamos de ser? ¿Cómo habitar la desmemoria, el instante de reconocernos ajenos para siempre? ¿No es acaso éste un tiempo de entregar lo incesante, ésta la plenitud que sin saber olvidamos?

Catálogo de la exposición (en pdf en alemán)

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