Opinión

Transiciones: la vía polaca, cambio sin milagros

Algo queda claro al revisar casos de transiciones políticas: quienes las viven, solo se percatan una vez que ya ocurrieron. Y como volvió esa idea, vale recordar el caso de Polonia

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No hay receta única y universal para las transiciones políticas. Creo que la enseñanza más valiosa de la historia de estos procesos es que uno sabe que hubo una transición, después que ha ocurrido. Los planes, los diseños previos y las estrategias, siempre encontrarán las dificultades propias de entornos conflictivos poblados de desconfianzas, de crisis nacional o internacional de variado grado, de intereses encontrados y diversidad de ideas con relación al desenlace. La terca, a veces camaleónica realidad desafía al lugar común y frecuentemente lo deja en ridículo.

Pueblo piadoso el polaco, su tránsito a la democracia fue paciente y para nada milagroso. Más que en Santa Eduviges o en la Virgen de Czestochowa, a quienes seguro pidieron auxilio, porque una ayudadita de arriba nunca está de más, confiaron en sus capacidades e incapacidades para encontrar soluciones.

En el clásico de Bitar y Lowenthal, Jane Curry cuenta el caso polaco. El título de su estudio es “La gran experiencia de Polonia: Creando democracia a través de protestas, represión, negociación, elecciones y la política del zigzag”. Cuatro elecciones, tres presidentes en los ocho años transcurridos de 1989 y sus negociaciones de la Mesa Redonda hasta 1997 con la nueva Constitución. Un camino con pausas prolongadas y períodos de oscuridad que parecían interminables, de progresos y retrocesos que se aceleraba, enlentecía o incluso detenía. En 1982 o en 1983, en el apogeo del Estado policial, alguien sabio me dijo “ahí no ha pasado todo lo que va a pasar”. Tenía razón.

Claro que hubo cambios trascendentes en el mundo, el más importante el desplome del socialismo realmente existente con la disolución de la URSS y la emblemática caída del Muro de Berlín, llamado con involuntaria ironía “Muro de Protección Antifascista”. También la elección de Juan Pablo II y su visita a Polonia en 1979. Internamente, las protestas laborales y los acuerdos de Gdansk de 1980 marcan un hito, como la ley marcial y las sanciones internacionales en respuesta. La Iglesia católica, de considerable autoridad en la sociedad polaca, tuvo un papel interesante de intermediación en lo que serían conversaciones entre Lech Walesa, el líder de Solidaridad y el general Jaruzelski, jefe del Ejército convertido en secretario general del partido comunista que impuso la ley marcial.

En junio de 1989 se realizaron elecciones pactadas en abril con muchas limitaciones para la oposición, el primer resultado imprevisto fue un gobierno de coalición nacional con ministros de Solidaridad, disidentes del Partido Comunista y miembros de este partido. Jaruzelski será Presidente de la República y el profesor Mazowiecki, opositor ligado a Solidaridad, primer ministro.

Vencido el viejo régimen y conquistado el poder, las fuerzas democráticas se disgregan. Walesa vence electoralmente a Mazowiecki El poderoso partido hegemón de las cuatro décadas postbélicas se deshace, esfuerzos y política tomó reagruparlo parcialmente en la Alianza de la Izquierda Democrática (SLD) para conquistar el poder por los votos en 1995 con Kwasniewski, ex ministro en el último gobierno comunista. Pero si bien su avance no es lineal e indetenible, la historia no se devuelve. En 1997 se dicta una nueva constitución con reglas y garantías democráticas y el país ingresa en la OTAN y en 2004 entra a la Unión Europea. La SLD colapsa en medio de escándalos de corrupción y un nuevo sistema de partidos se establece y su democracia perdura, en medio de los complejos desafíos internos, regionales y globales que la condicionan. Hoy su economía es la vigésimo primera del mundo.

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