Cinemanía

"El Club de Los Vándalos": la inocencia perdida de los tipos rudos

En un año lleno de blockbusters y experimentos fallidos, este curioso experimento del guionista y director Jeff Nichols es una rara mezcla de acción y un sentido casi trágico de la nostalgia. “El Club de Los Vándalos” sorprende por su habilidad para ser interesante — y personalísima — sin descuidar su lado más entretenido 

Vándalos
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Al director Jeff Nichols le tomó tiempo y esfuerzo encontrar su estilo. En especial, cuando profundizó en temas dispares, como en la singular y levemente confusa “El matrimonio Loving” (2016) en la que contó todo lo que rodeó al primer matrimonio interracial de la historia estadounidense como un drama romántico. La osadía le valió un par de nominaciones para sus actores, pero la cinta, que peca de sensiblera y blanda, no logró sostener la premisa de un país enfrentado a una pareja enamorada. Al menos, no del todo. 

Algo de esa incapacidad para unir varios escenarios a la vez podría ser el mayor problema de su obra más personal, “El Club de Los Vándalos” (2024), una mezcla de acción, nostalgia y un aire sofisticado que funciona solo a trozos.

Por un lado, está su elenco estelar encabezado por Austin Butler y Tom Hardy, que hacen una dupla fantástica en pantalla y exploran con cuidado un tipo de fuerza masculina que podría parecer retrógrada, de no ser porque ambos actores tienen los suficientes matices para sorprender.

El argumento, que cuenta la década que transcurrió entre el punto más alto y el más bajo del Outlaw Motorcycles Club de Chicago, es una oda a la forma en que Hollywood comprendía la violencia tres o cuatro décadas atrás. Lo que brinda a la película un cierto aire lastimero, de recuerdo bien llevado y en especial, una preciosa versión acerca de la pasión y el riesgo.

Nichols hace algo más que narrar una travesía dinámica y curiosa acerca del fervor viril por la velocidad y el riesgo. Lo realmente interesante de la cinta, es convertir la década de 1960 en una cápsula del tiempo para profundizar en el tipo de cine que se hace en la actualidad. Mucho más, cuál es la diferencia de sensibilidad entre un tipo de historia sobre el poder que no involucra debates políticos o de género, sino el sentido de la aventura.

Rodar a toda velocidad 

No obstante, describir de esa manera a “El Club de Los Vándalos”, le resta la mitad de su encanto. Porque a pesar de sus fallas — que las tiene — la película se esfuerza por analizar la historia que transcurre a través de personajes anónimos para el gran público, pero que quedaron inmortalizados en el registro documental del periodista y fotógrafo Danny Lyon publicado en formato libro en 1968.

Si en “El matrimonio Loving” Nichols narró la lucha por los derechos civiles a través del amor, en su más reciente cinta se hace preguntas sobre la pérdida de la inocencia de Norteamérica, a través de un club de motociclistas. Y no uno cualquiera. Se trata de un equipo de hombres que intentan superar sus fallas de carácter y de comprender su propia masculinidad a través de sus motocicletas.

Nichols reunió a un elenco que encarna a la rebeldía en Hollywood. Por un lado, se encuentra el líder del Outlaw Motorcycles Club, Johnny (Hardy), que tiene un sentido más tradicional del poder viril. De hecho, Nichols le dedica algún tiempo en el guion para dejar claro que hay que cumplir los estatutos del club — el país, la vida — para salir adelante. Para bien o para mal, Johnny encarna a la década de 1950 y su resistencia al cambio. El personaje tiene la misión — y Hardy lo hace con otra de sus actuaciones contenidas y elegantes — de comprender el flujo del tiempo — o de las generaciones — a partir de un punto de vista. 

Los Vándalos

En un punto especial de este dilema se encuentra Benny (Butler), que admira y respeta a Johnny, aunque en realidad no piensa sacrificar su libertad por obedecerle. Benny le da rostro a los rebeldes, impredecibles y transgresores de la década de 1960. Los “puros”. Benny es lo que muchos de los miembros de la pandilla sueñan ser. Incluido Johnny.

Y en el otro extremo está el futuro que ya llegó. Y que no es auspicioso para ese sueño de libertad sobre ruedas. La transición está allí y logra cruzar un espacio complicado en una película que explota al fondo el lenguaje visual. De hecho, sus mejores escenas no tienen diálogos ni los necesitan. Son las travesías a motocicleta, con piruetas y una sensación de peligrosa inocencia. Tanto Hardy como Butler parecen sentirse especialmente cómodos en sus personajes y en las máquinas que maniobran, lo que permite que la cinta adquiera muy rápidamente un aire de salvaje celebración sobre dos ruedas.

La otra voz de Los Vándalos 

Para equilibrar eso, la película da especial interés a una voz que no está precisamente sobre una motocicleta. Kathy (Jodie Comer) es la esposa Benny y considera al club — y a Johnny — una pérdida de tiempo total y en especial, un espacio de pura hombría escandalosa que no comprende del todo. En medio de la sucesión de imágenes ultra masculinas y destinadas a enaltecer el imaginario de lo viril, Nichols brinda espacio, poder e inteligencia a Kathy. Lo que permite que el espectador tenga una tercera voz para contar la historia del club — la nación — lo suficientemente neutra para ser creíble.

Pero sin duda, las grandes protagonistas de esta película son las motocicletas. Y la vida sobre ellas. A pesar de los matices y de los personajes que equilibran el centro de la acción de machos-sobre-dos-ruedas, el verdadero placer de esta cinta es mostrar la libertad de descubrir la propia habilidad a través de la capacidad para conducir o el desenfreno que eso supone. 

Quizás por eso “El Club de Los Vándalos” parece tener dos puntos de vista que chocan entre sí y le dan sus puntos más altos y bajos.

Cuando la película se atiene a su personalidad de símbolo de un país joven y que necesita renovarse, funciona de forma extraordinaria. Pero cuando quiere ser más filosófica, el contraste es un lastre en el ala para su parte más violenta, humorística y procaz. Con todo, Nichols logró algo interesante. Contar una historia adulta, atípica y bien construida, en medio de un Hollywood inclinado a los trucos de baratillo.

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