Venezuela

Video |¿En verdad la gente puede comer perrarina?

“En ninguno de nuestros estudios hemos recogido prueba científica de que personas de sectores humildes estén recurriendo a alimentos procesados para perros”, asegura Pablo Hernández, nutricionista de la Fundación Bengoa. No obstante, nos atrevimos a darle una probada a una fuente de proteínas que en Venezuela ya dejó de ser más costosa que la comida aceptada por la especie humana

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Compartimos aproximadamente entre 82% y 84% de nuestra información genética con los perros. Descendientes de los lobos, ellos eran en esencia animales carnívoros que, luego de 30 mil años de adaptación a rebuscarse con las sobras humanas, han terminado comiendo de todo un poco, como nosotros. No tendría nada de raro que, en períodos de extrema escasez o inflación (o ambas), nosotros también termináramos comiendo lo que comen ellos.

Solo que aquello de los pobres venezolanos que se alimentan de perrarina como alternativa desesperada de calorías es un mito: la comida procesada para perros nunca ha sido un alimento económico. Bueno, relativamente.

La semana pasada, cuando acepté probar perrarina por primera vez en mi vida, una bolsa con aproximadamente un kilo de Purina Dog Chow para perros adultos me costó 1.100 bolívares en la tienda Huellas Pet Center de la acenida Rómulo Gallegos de Caracas. Un día antes, llegué a pagar 1.300 bolívares por una Harina PAN en el mercado negro. Por no hablar de lo que están costando la carne o el pollo no regulados. Entonces: ¿la perrarina sí es una fuente relativamente económica de proteínas?

“Es más mito que otra cosa. En ninguno de nuestros estudios hemos recogido alguna prueba científica de que sea verdad que personas de sectores humildes estén recurriendo a alimentos procesados para perros. Hacemos encuestas de consumo en las que le preguntamos a la gente qué comió el día anterior y en ninguna de esas encuestas hemos visto jamás que aparezca ese tipo de nutrientes. Lo que sí es cierto y comprobable es que muchos venezolanos están dejando de comer. Se están saltando al menos una comida diaria”, revela Pablo Hernández, nutricionista de la Fundación Bengoa, una ONG que se ha convertido en una de las pocas fuentes de información confiable sobre el tema, en medio del mutismo de organismos oficiales como el Instituto Nacional de Nutrición, que siguen viviendo en el mismo reino de la fantasía que la canciller Delcy Rodríguez.

¿De qué está hecha la perrarina?

Revisar la información nutricional en un empaque de Dog Chow es como encontrarse con los rellenos de la Arepera Venezuela donde se resuelve el Chupacabras: las galleticas que vienen en cuatro colores (verde oliva, terracota, marrón y amarillo ocre) están hechas de productos como “harina de vísceras de pollo, harina de carne y hueso vacunos, digesto animal (¿?), grasa vacuna o porcina, aceite de pollo preservado con tocoferoles (¿?) y subproductos de ave (¿?)”, además de arroz partido, maíz, harina de soya, zanahoria deshidratada y elementos químicos como taurina, dióxido de titanio y proteinato de cobre, todo eso licuado, triturado y compactado de una manera que prefiero no imaginar. ¡Sabroso!, como diría Oscar D’León. Sin embargo, ofrece un nada despreciable 21% de proteína cruda.

“Comer perrarina sería un acto inhumano. La definición de alimento no solo implica que sea un vehículo de nutrientes, sino que sea culturalmente aceptado por la población. Lo que comemos debe constituir parte de nuestro patrimonio cultural. La comida procesada para perros no ha sido analizada ni aprobada por organismos como el Instituto Nacional de Higiene ni cumple los reglamentos sanitarios correspondientes. Los requerimientos de nutrientes son distintos entre las especies. Los perros, por ejemplo, pueden tolerar grasas animales, huesos, desechos y compuestos químicos que, de entrada, no representan una fuente alimenticia adecuada para los seres humanos. Finalmente, nuestro sentido del gusto y nuestro paladar no están adaptados para ese tipo de comida”, indica el nutricionista Pablo Hernández.

Ante el precio extremo de fuentes de proteínas como carne, pollo, leche y huevos, el especialista de la Fundación Bengoa señala: “Los requerimientos diarios de proteínas no son tan altos como los de otros nutrientes. No hace falta una porción demasiado grande de proteínas, pero es importante que esté presente de manera diaria en nuestra dieta, en vez de comerla un día sí y dos días no. Los aminoácidos, que son los bloquecitos de los que están hechos las proteínas, son esenciales para la reposición y construcción de nuevos tejidos de órganos, músculos y huesos. Hay 9 aminoácidos esenciales para los adultos y 10 para los niños. También está la opción de la proteína vegetal, que se puede elaborar al combinar granos con cereales como arroz, maíz y trigo. Sabemos que los granos también son difíciles de comprar tanto por escasa disponibilidad como por alto precio, pero resultan relativamente rentables porque se les puede hacer rendir”.

La gran pregunta cuya respuesta usted ha estado esperando: ¿a qué sabe la perrarina? Honestamente, si uno no leyera los integrantes del Dog Chow antes de comerlo, no sería un alimento demasiado desagradable. La consistencia es la de una galleta dura o de una barrita de Nature Valley. No es algo que uno se va a meter en la boca y va a provocar ganas inmediatas de escupirlo o vomitar. No sabe a diablo. En rigor, no sabe prácticamente a nada. No parece golosina, pero probablemente tiene vitaminas. No me ocasionó acidez estomacal, a pesar de que estaba en ayunas para el experimento, ni estreñimiento al día siguiente. Viví para contarlo. Le volvería a echar pichón, si no quedara más nada que comer en Venezuela. “Le falta un poco de sal”, fue el comentario de la periodista encargada de grabar el video, que también se atrevió a probar las galleticas de cuatro colores y no encontró diferencia en el gusto de las que son terracota, verde oliva, marrón o amarillo ocre.

“Era sólo una parte de todo el mundo de sensaciones que experimentaba: se trataba de estar ahí, mamífero a mamífero”. Esta es una cita de un documental estadounidense de 2007 titulado Zoo, que trata sobre la zoofilia de humanos hacia caballos. La frase se refiere a sexo, pero compartir un plato de comida también es una forma de intimidad, y aunque nunca he tenido una mascota canina, ya puedo decir que me solidaricé con una especie hermana en un grado mayor que el de simplemente pasarle la mano por la cabeza.

Si un perro comparte conmigo 82% de mi patrimonio genético, no tengo problema en unirme a él en un gemido por el “todo a mil” en que se ha convertido cada uno de los tres golpes diarios en Venezuela.  

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