Opinión

La volubilidad de los electores

Publicidad

La viñeta del caricaturista El Roto del lunes 27 de junio de 2016 en el diario El País es un cuaderno o agenda abiertos sobre el que escribe una mano con un lápiz, “Día 26: Votación; Día 27: Arrepentimiento”. No creo que la viñeta sea una opinión acertada sobre los resultados y consecuencias de las elecciones españolas que tuvieron lugar el domingo 26 de junio y que dieron una marcada victoria al Partido Popular pero sí es un atinado reflejo del Referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. No había transcurrido ni un día cuando ya el Brexit, la histórica decisión del 51,9% de abandonar la Unión, había producido el Breget (de regret: arrepentimiento) con más de millón y medio de electores pidiendo un segundo referéndum. Después de haber desoído e ignorado las advertencias de economistas, empresarios, intelectuales, científicos u oficiales de sus propios gobiernos, numerosos electores británicos que votaron por la salida pasaron, casi inmediatamente, a una fase de arrepentimiento y deseaban tener la oportunidad de cambiar su voto. ¿Son los electores políticos seres incoherentes?

Las elecciones y el voto son mecanismos de influencia y control de las bases del sistema político hacia arriba, una forma de poder que desemboca en la escogencia de los depositarios de ese poder. El voto, sin embargo, es un mecanismo de comunicación y control limitado. Sus mensajes son breves y vagos. Está restringido a la selección entre contadas alternativas y sujeto a la manipulación del individuo por la presión del colectivo. Además, la capacidad para corregir los errores de la elección queda suspendida en el tiempo, probablemente, hasta que los daños producidos sean irreversibles y produzcan necesidades más agudas y peligrosas fantasías de redención. El voto es un área de oscuridad donde coinciden la sombra del elector y la del elegido, la debilidad y la ambición de poder.

El escollo principal al que se enfrenta el método democrático es que, al igual que la ciencia económica, el modelo humano sobre el que se fundamenta parte del principio de racionalidad de los actores económicos y políticos. Supone que los individuos son libres y autónomos, que clasifican sus opciones por orden de preferencia y que mantienen un alto grado de consistencia interna, es decir que son consistentes en sus preferencias. Como en la teoría de la demanda, se supone que el votante sigue el axioma de completitud, el axioma de consistencia, el axioma de transitividad y el axioma de continuidad. Es decir, que sus decisiones son completas, consistentes, transitivas y se mantienen en el tiempo.  La realidad es otra. Si vemos, por ejemplo, los cambios de discurso de los candidatos populistas y la adhesión de sus seguidores, observamos que no hay principio de exclusión, que no hay necesidad de coherencia entre la palabra y la acción y que lo primario es una identificación afectiva entre el elector y el candidato, relación emocional sobre la cual se construye posteriormente un hilo argumental a manera de racionalización. Así como Daniel Kahneman hizo entender muchas de la equivocaciones y sesgos cognitivos en la teoría microeconómica, necesitamos un nuevo enfoque en las ciencias políticas que, frente a tanta idealización, permita entender el lado oscuro del voto.

Publicidad
Publicidad