En la madrugada el silencio en las calles del barrio Mesuca, en Petare, se interrumpe por las personas que caminan al mercado de alimentos de la zona para ser los primeros en la fila.
Con temor por la inseguridad que convierte a Venezuela en unos de los países más violentos del mundo, pero movidos por la necesidad de conseguir alimentos básicos, decenas de personas se forman aún antes de que amanezca en una fila que es casi cotidiana.
«Tenemos que salir de madrugada a las calles, independientemente del peligro, para poder comprar dos harinas de maíz que no alcanzan para alimentar durante una semana a una familia de seis personas», dice a AFP Jéssica García, una vecina de la zona.
Encuestadoras privadas calculan en un 80% la escasez de productos básicos. Y la inflación, que oficialmente en 2015 fue de 180,9%, se pronostica en 720% por el FMI para este año, reduciendo considerablemente el poder adquisitivo de los venezolanos.
En la fila, aguardan sin saber si tras horas de espera podrán adquirir algo de carne, pollo, harina de maíz o de trigo, azúcar o leche.
Los rostros denotan el cansancio de una situación económica, que según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social provocó en el primer semestre de 2016 unas 950 manifestaciones (25% de las 3.500 protestas registradas) en «rechazo a la escasez y desabastecimiento de alimentos».
Con este cuadro el presidente venezolano Nicolás Maduro, que atribuye la escasez a una «guerra económica» de los empresarios, nombró a su ministro de Defensa, Vladimir Padrino, jefe de un plan de abastecimiento de alimentos, acentuando aún más el poder de Fuerza Armada.
Orden militar
A las 10 de la mañana unas 250 personas están en la fila del mercado de Mesuca. Los vecinos saben que desde temprano un grupo de fiscales de la Superintendencia de Precios Justos inspeccionan una carnicería, y se corre la voz de que solo se venderá un kilo de carne de res por persona.
Con paraguas para taparse de la lluvia y el sol, y chaquetas que los abrigaron en la madrugada, se anotan en una lista organizada por personal del mercado, quienes les marcan con tinta un número en el brazo que hace constar que hicieron la cola.
La tensión en la fila es palpable. La mayoría está atenta a que nadie se «colée» (se les meta en la cola).
«Esto es casi todos los días, y para comprar carísimo», lamenta Zuleyda Cardozo. «Estamos rogando a Dios a ver qué conseguimos, y no es justo que esto siga así. El pueblo lo que tiene es hambre y ya estamos hartos», dice, secundada por otros en la fila.
Aguardan por el arribo de la militarizada Guardia Nacional, que busca en comercios y depósitos comida acaparada por los «bachaqueros», negociantes del mercado negro que venden los artículos básicos hasta diez veces su precio regulado.
«La Guardia ha tratado de ordenar la cola, se han portado bien», dice Zuleyda. Hace unos días, a 500 metros del mercado de Mesuca, un operativo militar detuvo a unas treinta personas acusadas de revender productos subsidiados y hallaron una tonelada de productos como aceite, arroz, azúcar, café, pollo, huevos y leche.
Precio por las nubes
Cuando aparecen cuatro efectivos militares se vuelven a contar a las personas en la fila y se les entrega un número. Algunos vecinos se quejan del desorden.
Varias horas después de iniciada la fila se empieza a vender un paquete de carne, por persona y sin oportunidad de escoger cortes. Solo se pesa y se vende a 2.800 bolívares por kilo, un 9% del ingreso mínimo ordinario mensual de un trabajador.
Este precio, autorizado por los fiscales de Precios Justos, no puede ser costeado por varios de quienes hacen la fila y se retiran tras haber aguardado por horas.
«Conozco a mucha gente que ha rebajado de peso por la mala alimentación. Esto se nos escapó de las manos», dice Jéssica García en su cola.
Otros compradores se quejan por pagar por un producto que no pueden escoger y lamentan que regresarán a la casa con carne, pero aún les fila conseguir harina de maíz, arroz, pasta o leche.