La inmensidad de la crisis económica obligará, sin duda, a un cambio político y a la implementación de soluciones momentáneas para palear los problemas en el corto plazo. Somos ricos en reparaciones provisionales. Más preocupa el porvenir, lo que será en el largo plazo la Venezuela que recreó y conformó el chavismo.
Con motivo del cambio de año, los medios de comunicación social de muchos países occidentales han prestado particular atención a los trabajos de investigación sobre los estilos de sociedad que surgen de los tipos psicológicos dominantes de acuerdo a las generaciones que han pasado a engrosar sus poblaciones.
Se discute cómo serán los descendientes de los hijos del milenio –los millennials- el nombre que se le dio a las personas nacidas entre el principio de los años ochenta y mediados de los noventa. En América del Norte, por ejemplo, se piensa que esos jóvenes adultos crecieron con la individualidad, la autorrealización y la libre expresión como valores fundamentales.
Los millennials “tratan de gobernar sus familias como minidemocracias, buscando el consenso de los esposos, hijos y círculos extendidos de amigos hasta en las más pequeñas decisiones”, tienen un comportamiento responsivo y abierto, son menos directivos y direccionales y enseñan a sus hijos a experimentar situaciones distintas, a vivir la diversidad y compartirla con el mundo.
Que distinta será la generación de venezolanos nacidos o crecidos bajo el chavismo, fogueados en el calor de la polarización y la fractura, en la proyección de responsabilidades, el autoritarismo, el fanatismo revolucionario y el aislamiento cultural. La marca de la inseguridad sobre una familia matricentrada dependiente de la dádiva paternalista del Estado no podrá borrarse en el corto plazo.
Es ahí donde está el reto del porvenir. Volver a propiciar, en la sociedad venezolana, los rasgos psicológicos y la mentalidad que hacen posible la creación de capital social.