Opinión

Vinotinto: la difícil tarea de administrar las victorias en la era de influencers

El tercer boom de la Vinotinto, tras los protagonizados por Richard Páez y César Farías, llega con una carga emotiva convertida en negocio en las redes sociales. La dinámica ha contagiado al análisis especializado y la autocrítica, necesaria, desaparece

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Venezuela Canadá

Decía Richard Páez, el primer técnico que logró enamorar al país con un juego vistoso y efectivo de la selección Venezuela, que «la consigna MANO TENGO FE es contradictoria, quien tiene Fe, no necesita gritarlo sino QUE SE LE NOTA en c/acto de la vida o del juego, entonces es mejor demostrar la Fe que se tiene con MANO TENGO IDENTIDAD, es lo que necesitamos en La Vinotinto para clasificar».

Se debe aceptar que «Mano tengo fe» ha sido un éxito de marketing. Probablemente desde «ese hombre sí camina» y la imagen de Carlos Andrés Pérez saltando un charco de agua -que todos los políticos y aspirantes a la presidencia han copiado, incluido Hugo Chávez Frías- una frase no había calado tanto en la sociedad venezolana. Las redes sociales, con su algoritmo y eco de «creadores de contenido», contribuyeron a su internacionalización.

Pero como todo slogan, etiqueta y palabra clave que los expertos en SEO (optimización en buscadores) saben explotar, «Mano tengo fe» reduce una realidad muy compleja de un deporte que pareciera al alcance de todos, aunque es más enrevesado en su desarrollo. Al final, es fácil entender que si la pelota cruza la raya que cuida el portero, hay gol. Esta regla democratiza al fútbol, pero trae consigo una gran pregunta que solo quien estudia la actividad se hace: ¿cómo se llega a ese gol?

Los sistemas de ataque, el posicionamiento frente al rival, los cambios y un largo etcétera son ecuaciones que los técnicos de los equipos y selecciones deben resolver, muchas veces con muy poco tiempo de antelación. Una lesión en un partido, por ejemplo, no se puede prever, tampoco un autogol. Por más que prepares un partido, nada se iguala a lo que sucede en tiempo real. Es allí donde se ve la capacidad de adaptación del jugador y las variables trabajadas (o no) del estratega.

Por otro lado, no hay otro deporte popular que combine a tantas personas en un campo. Comienzan 22 en cancha, con un balón que muchas veces toma sus propias decisiones. En fin, «dinámica de lo impensado», que decía Panzeri en su libro. Sumémosle los tres árbitros, que dependen unos de otros (el fuera de lugar, por ejemplo) y ahora el VAR. Solo en el campo hay tres visiones diferentes: la de los protagonistas que compiten, y la de los jueces, que intentan ejercer la ley. Una mirada más se suma, aunque no es parcial: la de los fanáticos.

Un fuera de lugar, un posible penalti, hasta una simple falta, casi siempre tiene una carga de subjetividad. Con tal cantidad de miradas, de involucrados dentro y fuera de la cancha, se hace realmente difícil tener cierto distanciamiento para analizar lo que ocurre. Todo se vive desde lo pasional, al calor de lo que conviene y, muchas veces, desde lo que se desea. Esto es más complejo aún cuando una selección con una larga data de derrotas empieza a conseguir resultados positivos, como Venezuela.

Entonces aquí retomamos el mensaje en X de Páez y la frase que se ha puesto de moda. El problema de apuntar a la fe, si bien se entiende como parte de la echadera de vaina del venezolano, es que pone el centro del rendimiento en algo etéreo. La fe, como bien lo define la Real Academia, es la «creencia en algo de lo que no se tienen pruebas». Es, por lo tanto, la anulación de la razón. La «identidad», que reclama el técnico, se ubica en la esquina contraria: se consigue con un trabajo de rigor científico, tomando en cuenta los elementos existentes y la ejecución de planes que requieren de una metodología.

Vinotinto en tiempo de TikTok

Señalaba José Ignacio Cabrujas, quien se refirió como ningún otro intelectual a hablar de la identidad del venezolano en muchos de sus escritos y charlas, que «los venezolanos tenemos mitos, en los cuales creemos tanto que los convertimos en actos de fe. Creemos, por ejemplo, que las caraotas tienen hierro; las caraotas no sólo no tienen hierro, sino que poseen una cubierta que tiene la particularidad de aislar el poquito hierro que podamos ingerir y que además lo elimina, pero no hay manera de convencer al venezolano que las caraotas no tienen hierro».

El discurso de Cabrujas es de 1995, cuando no existían redes sociales. Ahora, tomemos en cuenta lo que se dice en estos momentos apenas termina un juego, sin revisar estadísticas y miles de personas describen sus percepciones en TikTok e Instagram. La necesidad de posicionarse de inmediato sobre un hecho o resultado, debido a la cantidad de interacciones esperadas, ha cambiado mucho el ejercicio del periodismo. Y en una actividad que genera tantas emociones como el fútbol, mucho más.

Millones de personas prefieren antes que el análisis, la reacción de un influencer que comparte su emoción, básicamente porque se siente representada por el pensamiento de ese creador de contenidos. El ejercicio es el siguiente: voy a las cuentas que validan mis percepciones. Esto lo han explotado en la política personajes como Donald Trump o Nayib Bukele, quienes alimentan la polarización porque conocen los resultados de hablarle una comunidad fiel, que no quiere ver grises en los análisis. Esto ha terminado de influir en la manera que algunos comunicadores -con o sin exigencia del medio en el que trabajan- cubren los hechos comunicables.

La consecuencia de esto es que cada vez es más visible el periodista-hincha, que sufre, llora y celebra las victorias como un fanático más, buscando ese vínculo con la comunidad, porque en la medida que esa comunidad crece, no solo se hace más relevante, sino también más necesario para la empresa en la que trabaja, incluso para marcas que lo patrocinan. En este contexto, la crítica desaparece, y por lo tanto la importancia de otros ángulos, otras lecturas. De tal manera que si lo que busco para consumir solo valida mis creencias, el camino para los «mitos», que Cabrujas señala, se hace más corto.

Un ejemplo demostrable con la selección de Venezuela es que no jugó bien sus primeros dos partidos, ante Ecuador (2-1) y México (1-0). Se creó la idea de que la Selección estaba lista para llegar a instancias superiores. No obstante, los dos partidos estuvieron condicionados, el primero por una tarjeta roja. Incluso los meridionales fueron mejores hasta que la gasolina, producto del desgaste por jugar con un menos, se les acabó. A pesar de ello, estuvieron arriba en el marcador por mucho tiempo y bien podrían haber terminado empatando. El representante de Concacaf, por su parte, botó un penal. ¿Circunstancias del fútbol? Así es. Y Venezuela las aprovechó, como demanda el manual si quieres ser exitoso. La lectura cierta, fuera de la emocionalidad, era obvia: Fernando Batista tenía problemas en su lectura del 11 inicial. Eso le obligaba a corregir en el segundo tiempo. No siempre esa carta iba a funcionar.

Tal como se esperaba, la Vinotinto tuvo muy buen juego contra el rival más débil, Jamaica. El 3-0 elevó las expectativas y el cruce contra Canadá, probablemente el más deseado, llevó a pensar que las semifinales estaban garantizadas. De nuevo, el «Mano tengo fe» y la exposición en redes sociales retumbó con una fuerza inédita. Las banderas rojas de lo sucedido en los dos primeros partidos, fue olvidado. Y llegó el carajazo: Canadá fue infinitamente superior desde el primer pitazo y solo su inexperiencia (su DT apenas llevaba 6 partidos antes de tomar la dirección del equipo) y sus obvias limitaciones en la delantera, impidieron que los dirigidos por Jesse Marsch, resolvieran el partido en el primer tiempo.

El periodista Alfredo Coronis mostró una estadística que ilustra muy bien las diferencias entre uno y otro equipo en este partido:

El analista Anthony Abellás lo describe con gran precisión en su análisis: «Aunque vistoso y entretenido,el partido fue de una anarquía táctica total, con un ritmo frenético, muchísima intensidad y alta exigencia física. Esto no le convino a Venezuela, que en cada transición defensiva hacía aguas y que además acusó el peso emocional de todo este contexto. La mayoría de las acciones con balón de la Vinotinto estuvieron salpicadas de la ansiedad no sólo por empatar el partido, sino por estar a la altura de la ilusión de toda su gente».

La Copa América demostró por qué cada selección en las eliminatorias de la Conmebol está donde está. A la espera del Canadá-Argentina, Uruguay (13 puntos), Colombia (12) y la Albiceleste (15), lideran las eliminatorias. Venezuela está en un puesto directo (9), por méritos propios y también por el bajo nivel de sus rivales, incluyendo a Brasil (7). Para permanecer allí, se hace necesario la autocrítica. Comprender por qué una selección rica en mediocampistas, falla tanto en este sector. No es solo es señalar a Yangel Herrera, quien efecto tuvo una Copa muy pobre, sino comprender porqué hombres como Jefferson Savarino (se bajó del avión tras el torneo y anotó con Botafogo) no consiguen brillar.

Las preguntas son muchas y obvias, como la sentada a Telasco Segovia tras su buen partido previo, el exceso de tiempo de Herrera en el campo, todos los cambios contra Canadá y la dificultad para desarrollar una idea futbolística visible y comprensible. ¿A qué juega la Vinotinto? No lo sabemos aún. Es un equipo reactivo, con una fortaleza mental que se aplaude y en eso tiene que ver mucho el seleccionador. Sin embargo, que las dos máximas figuras de Venezuela en la Copa América hayan sido Rafa Romo y Jon Mikel Aramburu, el portero y un lateral, da una idea de su funcionamiento colectivo.

No se trata de hacer leña del árbol caído, ni de restarle méritos al actual proceso que -recordemos- llegó de emergencia por la espantada de Néstor Pékerman, quien prometía cambiar el fútbol venezolano. Batista agarró una selección en crisis y la volvió a hacer competitiva. No se debe olvidar, no obstante, que por momentos, tanto con Páez como con César Farías, esta selección ya lo fue. Incluso disputó una semifinal de Copa América (2011) y los penales le privaron de llegar más lejos.

Fue precisamente esa selección de Farías, celebrada por andar con el «cuchillo entre los dientes», la que fue perdiendo fuelle después de una amenaza de su cuerpo técnico a quienes señalaban su carácter solamente reactivo. El fallecido Lino Alonso advertía que había que «subirse al autobús Vinotinto», sí o sí. En esa sentencia no había espacio para el disentimiento. Lo mismo que está pasando hoy, desde TikTok e Instagram, cuando se advierte que con la fe no basta.

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