“Otro viernes de locos”: Lindsay Lohan y Jamie Lee Curtis están dispuestas a todo
“Otro viernes de locos” reinventa la fórmula del intercambio de cuerpos con una mirada generacional actual. Entre malentendidos, surfistas adolescentes, podcasts de bienestar y una banda pop en ascenso, esta entrega se las ingenia para conectar con quienes crecieron en los 2000 sin alienar a las nuevas audiencias
En 2003, la historia de Anna (Lindsay Lohan) y su madre Tess (Jamie Lee Curtis), destinadas a experimentar la vida a través de los ojos de la otra — vaya frase literal — sorprendió y emocionó. En especial, porque además de hacer reír — y hacerlo muy bien — “Un viernes de locos” indaga sobre las complicadas, dolorosas y a veces sofocantes relaciones entre madres e hijas.
No obstante, la película cerró redondo su mensaje y no hubo mucha necesidad de agregar gran cosa. Por lo que “Otro viernes de locos” (2025) no se apoya en repetir la fórmula del intercambio madre-hija, sino en expandir el caos a la siguiente generación.
Ahora se trata de Harper (Julia Butters) y Lily (Sophia Hammons), dos adolescentes atrapadas en una familia reconstruida a la que se resisten ferozmente. El giro argumental las obliga a vivir la vida de la otra, en un juego de espejos que revela inseguridades, conflictos no resueltos y verdades familiares difíciles de aceptar.
Esta nueva dinámica no solamente reaviva la magia de la original, sino que aporta una perspectiva fresca sobre las tensiones intergeneracionales. Lo curioso es que, al final, la historia no gira alrededor del clásico “volver a la normalidad”, sino sobre la posibilidad de elegir una nueva ruta tras ver la vida desde otro ángulo.
El posible matrimonio de Anna (Lindsay Lohan) con Eric (Manny Jacinto) se convierte en el punto de quiebre, pero también en el catalizador para que Harper y Lily se reconozcan, y decidan si están listas para aceptar un nuevo tipo de familia. Todo eso, mientras el público se ríe con gusto.
Rock, nostalgia y mucha química
Lindsay Lohan interpreta a una Anna adulta, alejada de su época de guitarras y bandas adolescentes, pero sin perder su conexión con el mundo musical. Aunque Pink Slip ya no es parte de su vida profesional, sigue vinculada a ese universo — y soñando con la fama — como representante de una joven promesa del pop (interpretada por Maitreyi Ramakrishnan). Lo interesante es ver cómo el personaje ha evolucionado: ahora es una madre que intenta mantenerse presente mientras equilibra trabajo y crianza.
Su hija Harper está más interesada en el surf que en baladas, lo que genera un contraste divertido pero lleno de fricciones. Anna adopta frases de su propia madre, Tess con un tono que mezcla consejo y advertencia pasivo-agresiva. Tess, por su parte, mantiene su carrera como terapeuta, y aunque su rol ha cambiado, su vínculo con Anna no ha hecho más que fortalecerse.
Ryan (Mark Harmon) sigue a su lado, y entre ambos apoyan a Anna como un equipo de emergencia emocional. La relación entre tres generaciones de mujeres — que se quieren pero también se sacan chispas — le da a esta secuela una profundidad inesperada.
Buenas razones para volver
Una de las razones por las que este regreso a la saga generó tanto revuelo fue por ver nuevamente a Lindsay Lohan y Jamie Lee Curtis compartiendo pantalla. Más allá del simple fan service, hay algo reconfortante en verlas interpretar nuevamente a estos personajes. Desde la primera escena, en la que Anna toca la guitarra mientras Tess intenta grabar un podcast sobre bienestar, queda claro que la película quiere provocar nostalgia. Y lo logra.
De modo, que lo esencial de la premisa se basa en la innovación: no se trata únicamente de replicar el pasado, sino de hacerlo sentir relevante. Hay una calidez en la forma en que la película reutiliza los elementos familiares sin parecer forzada. Cuando el caos del intercambio de cuerpos se activa, los actores se lanzan con energía renovada a la comedia física, pero también al drama emocional.
Lohan y Curtis demuestran una vez más que su química en pantalla es difícil de replicar. Que se presten a esta locura con tanta soltura dice mucho de su compromiso con los fans. Pero también del respeto que sienten por los personajes. Ver a ambas navegar los tics, miedos y gestos de una adolescente o una abuela terapeuta desbocada es, simplemente, un regalo.
Comedia de los buenos tiempos
“Otro viernes de locos” es una secuela que no pretende reinventar nada, pero sí rendir homenaje con respeto y cariño a su origen. La combinación de nuevos talentos con rostros conocidos funciona mejor de lo esperado.
Lohan y Curtis no sólo traen el pasado al presente, sino que lo convierten en algo relevante. La historia no busca resolver todos los dilemas familiares en una hora y media, pero sí abre espacio para que los personajes se entiendan, aunque sea a la fuerza.
Es una película pensada para quienes crecieron con la original, pero también accesible para nuevas generaciones que encontrarán en Harper y Lily dos personajes con los que identificarse.
El mensaje final no es sólo que las familias son complicadas, sino que aprender a convivir con ellas — incluso cuando te despiertas en su cuerpo — puede ser el acto más valiente. Una rara combinación entre humor, nostalgia y un puñado de referencias pop, que emociona, hace reír y deja con la sensación de que, por una vez, valió la pena volver a intentarlo.
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