Cicatrices en Beirut: Cuando las explosiones se quedan en la piel
Hace un mes, dos explosiones destruyeron a Beirut, mataron a casi 200 personas e hirieron a más de 6 mil en toda la ciudad. Algunos sobrevivientes muestran sus cicatrices como un recuerdo del horror y como una certeza de las heridas que permanecerán mucho tiempo
El 4 de agosto era un día como cualquier otro de este verano sin turistas en Beirut, la pujante capital del Líbano. La pandemia de coronavirus, que impide la entrada de visitantes, trajo algo de calma a la congestionada ciudad y a las jornadas laborales. Hoy, un mes después, las cicatrices en los rostros de sus habitantes se muestran como una línea visible entre el antes y el después.
Nadie podía imaginar que en un galpón en pleno puerto de la ciudad, cerca del centro, de las zonas residenciales y de los sitios históricos, palpitaba una bomba tan poderosa que, a las 6.08 de la tarde, estremecería la tierra como un terremoto de 3,3 grados Richter y formaría un enorme hongo de humo, igual al de las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki que casualmente también estallaron un mes de agosto, en 1945.
Hoy se cumple un mes de ese día al que calificarlo de terrible le queda corto.
En uno de los galpones, inexplicablemente pero con conocimiento del gobierno libanés, (que después del suceso debió renunciar por las protestas civiles) se mal almacenaban 2.750 toneladas de nitrato de amonio, un componente explosivo. Tenían guardadas seis años, ocultas ante los ciudadanos de Beirut. Varias ocasiones, incluso a mediados de julio, las autoridades de seguridad del país advirtieron al primer ministro y a su gabinete sobre el peligro que suponían.
Y ocurrió. Casi 200 muertos, más de 6 mil heridos en todo Beirut y 300 mil personas sin hogar es el saldo resumido de ese horror. Podía haber sido peor, si las jornadas laborales se hubieran cumplido a cabalidad (mucha gente que trabajaba en el puerto ya se había ido a sus casas por el horario reducido) y no había turistas que congestionaran las vías como en todos los meses de agosto.
En el último mes, las cicatrices se han convertido en una señal común entre los habitantes de esa ciudad. Como todas las cicatrices, cada una cuenta una historia. En este caso son también la prueba de la sobrevivencia. Mostramos algunos de estos rostros, plasmados en un reportaje de la agencia AP.
Yara Saeid, 4 años
La pequeña Yara es uno de los miles de niños que sufrieron secuelas físicas y emocionales de las explosiones.
El lado izquierdo de su rostro quedó muy afectado y requirió de decenas de puntos para poder reconstruirle la mejilla. Estaba con sus padres, que sobrevivieron, en su casa.
Resultó herido en su oficina de servicio técnico especializado que quedó completamente destruida. Las esquirlas se le incrustraron en un segundo en 40 % de su rostro. Casi pierde el ojo izquierdo. Desde la explosión vive con sus padres en un suburbio al sur de Beirut, lejos del puerto. Desde allí posa para el lente de AP.
Clara Chammas, 32 años
Psicóloga y coach de salud, esta joven fue herida cuando se encontraba en su apartamento. Mientras espera para poder reparar su vivienda, vive con sus padres.
Rainier Jreissati, 64 años
Este empresario se encontraba en su casa, en Faraya, al norte de Beirut. Aún tiene problemas para utilizar sus brazos. Sigue en su casa.
Tony Helou, 63 años
Estaba desempleado y por eso se encontraba en su apartamento. Los vidrios de su vivienda se destruyeron y salieron volando por la ola expansiva. Perdió un ojo.
Angelique Sabounjian, 38 años
A sus ojos profundos y cejas pobladas ahora se unirá otro rasgo: la cicatriz que le bordea la unión entre la cuenca ocular y la nariz. Pero Angelique puede sentirse incluso afortunada porque no perdió los ojos, como tantos otros de sus vecinos.
Hassan Nabha, 27 años
Ingeniero en computación estaba trabajando en su oficina, cerca del puerto, durante la explosión. A @heroesofbeirut le contó que sigue lidiando con las heridas físicas y se siente muy dañado emocionalmente.
Sufrió lesiones en uno de sus ojos y la cara, donde le cosieron 400 puntos. Tiene un dedo que no puede usar. Se recupera en casa de sus padres, en Khaodeh, al sur de Beirut.
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