La pintura no ha muerto. La pintura es compleja. La pintura es atemporal. Así lo creen artistas jóvenes del trazo, quienes defienden el género desde una visión romántica pero conscientemente crítica en un siglo donde la tecnología ha sido la vanguardia. Enay Ferrer, José Vívenes, Paul Parrella y Starsky Brines son algunos de los noveles retratistas –cada uno desde su nicho– de la Venezuela contemporánea. Ellos son “vitalmente pintores” y confían en la vigencia del arte que trabajan.
Aunque sus nombres son reconocidos en galerías nacionales y han tenido espacios en tierras lejanas, aún no calan en el referente colectivo que se nutre, en su mayoría, de maestros de principios del siglo XX e incluso del XIX: Arturo Michelena, Armando Reverón, César Rengifo, Héctor Poleo y Oswaldo Vigas, en el caso de la pintura. Gego, Carlos Cruz-Diez y Jesús Soto, en el cinetismo. Ferrer, nacido en Caracas en 1974 pero criado en Maturín, está consciente de que aspirar a formar parte del imaginario nacional es “pretencioso”. “Ellos fueron unos grandes maestros, que lograron su reconocimiento con mucho mérito”, agrega Brines, quien deja colar que “el Estado invirtió en muchas obras que hoy por hoy están en las calles y eso hace de esos artistas un referente. Ahí está la Ciudad Universitaria. Eso es consumido por mucha más gente y hace que se fijen en el imaginario más fácilmente”.
Uno de estos grandes referentes, el maestro Alirio Palacios, falleció el pasado 11 de septiembre. Quedaron sus caballos, protagonistas de gran parte de su obra, presentes en sus pinturas, grabados y esculturas. Quedó su legado. Pero quedaron, también, jóvenes venezolanos que continúan pintando. El término “joven” es bastante amplio en el mundo del arte, donde se dice que la madurez llega después de las cinco décadas y no se deja de pintar hasta que se muere. Pero Brines, Ferrer, Parrella y Vívenes no sólo lidian con la juventud y la pintura, sino que lo hacen en pleno siglo XXI.
Pese al auge de las tecnologías y propuestas digitales, que incluyen hasta aplicaciones móviles para transformar fotografías en “obras de arte”, la pintura sigue encontrando su espacio. Y lo hace en los talleres de estos artistas egresados de «la Reverón» (Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas Armando Reverón, hoy Unearte). Talentos que se formaron en talleres con Octavio Russo, Luis Lizardo y Víctor Hugo Irazabal. “Tenemos mucho que ver con ellos. Son artistas que trabajaron con una fuerza y voluntad plenamente pictórica. Creo que como referentes nacionales, ninguno de nosotros se escapa a ellos. Somos hijos de esa época”, afirma Paul Parrella.
Arte atemporal
Para Parella, cumanés nacido en 1980, no hay otra forma de decirlo: pintar no es sencillo. «Involucra un compromiso muy grande. Pese a lo que se pueda asumir, es muy difícil”, aclara. “Doblegar esa materia y hacerla lo suficientemente coherente con tus ideas para que le llegue al otro, incluso desde la figuración más extrema, es un reto muy grande”, agrega el artista que exhibe individuales y colectivas desde 1998. Pintar “no es simplemente empatucar una tela”.
Según Parrella, formado en la Escuela de Artes Plásticas Eloy Palacios, la pintura es como un lenguaje y no como un proceso. Y los lenguajes no caducan. Son atemporales, insiste el también Licenciado en Artes, mención Pintura, egresado de la Reverón. “Lo que caduca es la forma de abordarlos, de leerlos”. “¿Acaso la pintura no es contemporánea?”, se pregunta Ferrer. “Pensar que no lo es resulta realmente ingenuo”, responde el artista y advierte que no se puede confundir contemporaneidad con tecnología. “La tecnología es actual, la contemporaneidad va más allá”.
Para estos noveles artistas, la pintura nunca ha sido una moda; siempre fue una necesidad. Existe desde las cavernas y ha sido utilizada por muchos no sólo para retratar la realidad del exterior, sino también la del mundo interno del hombre. “Nuestros discursos no hablan de escenarios utópicos ni idealizados, todos hablamos de una realidad país que se ha dado por defecto en nuestra obra”, comenta Parrella. Para Ferrer, formado en la Escuela de Artes de la Universidad de Oriente y luego en el Instituto Universitario de Educación Superior de Artes Plásticas Armando Reverón, la razón es simple: antes que artistas, son individuos. “Yo no puedo ser ajeno a mi realidad. Ser artista involucra un compromiso moral. ¿Qué papel represento yo en una sociedad como la nuestra?”, dice quien dedica gran parte de su trazo al autorretrato, que presenta en estéticas no convencionales, con particular énfasis en sus ojos.
José Vívenes nació en Maturín en 1977, realizó estudios en la Escuela de Artes Plásticas Eloy Palacios y luego obtuvo su licenciatura en Artes, mención Pintura, en la Reverón, y tampoco escapa a la realidad. “Yo vivo en un país en convulsión y, como transeúnte, trato de reflejar esa situación con códigos plásticos visuales”, explica. La desmitificación de próceres, figuras y discursos políticos y comunicacionales forman parte de una de las apuestas que ha desarrollado este año.
Paul Parella trabaja con colores fríos, pero asegura no poder utilizar ninguno para describir a Venezuela. De tener que escoger, pintaría de rojo a los maestros referentes del arte nacional; por su fuerza y energía. A esta generación le tocaría el naranja. “Somos hijos innegables”.
Límites difusos
Parrella trabaja el arte más abstracto, Ferrer, Starsky y Vívenes son más figurativos. No son un grupo; tampoco un colectivo. Son amigos; artistas que coincidieron en los pasillos de la Reverón y que todavía, 16 años después, se reúnen a hablar de arte y a enfrentar discursos.
Todos apuestan a la pintura, pero “los límites del arte son cada vez más difusos”, considera Starsky. Su trabajo también aborda otros formatos. Pinta encima de fotografías, las interviene y las reinterpreta. Recientemente, hasta ha trabajado detrás de la cámara.
Vívenes también ha realizado propuestas fotográficas e instalaciones. La idea, para él, no se basa en el material, sino en lo que se transmite. “Uno nunca deja la pintura. Jacobo Borges (Caracas, 1931) usa el duborcom, pero no ha dejado el pincel”, señala el monaguense. La técnica a la que hace referencia le ha servido a Borges para generar aplaudidas series en los últimos cinco años y se vale de herramientas digitales para permitirle al artista “pintar” desde la computadora.
Ferrer admite hacer uso de las tecnologías al momento de investigar. “¿No puede enriquecerse la pintura de estas tendencias? Ni las monjas son puras, menos la pintura”. Parrella, por su parte, asegura no tener ningún conflicto con las diferentes maneras de abordar el arte. “Creo que el universo que tenemos ahorita es sumamente amplio y todos los mecanismos y discursos son válidos, siempre que mantengan una relación coherente entre la obra y el discurso planteado”.
La pintura, sin embargo, parece ofrecerle –al menos a Parrella- algo que la tecnología no puede. “Esa cosa que tiene el pintor de manipular una materia de manera sensible es algo que seduce. Es un acto sensual. Eso no te lo da una impresora. Eso no te lo da una pantalla. No es lo mismo ver un Van Gogh reproducido en un libro que cuando lo ves de frente, cuando tienes la oportunidad de ver esas texturas en esas pinceladas”, afirma. Sin embargo, apunta que “el tema de la originalidad pura ya es un mito. Que un artista diga hoy que no está contaminado en absoluto de su entorno es una afirmación de ingenuidad. Todos estamos contaminados. En su defecto, somos una especie de filtro que procesamos toda esa contaminación y la particularizamos. Y lo que mostramos al otro es esa particularidad”.
Solo queda algo por hacer. “Pintar, pintar, pintar, hasta morir”, dice Ferrer, evocando a Francisco “El Chino” Hung y agregando que “en los pocos artistas jóvenes, los más chamos que nosotros, puedes ver la desesperación por ser reconocidos. Hay un peligro ahí, porque van a adoptar normas, a ser sumisos, para ser reconocidos. Y eso es preocupante”.
Sin embargo, para Vivenes la preocupación abarca también a los museos, alejados de su labor original. “Las galerías no pueden asumir la responsabilidad. Ellos son los que recopilan la situación momento, generan investigaciones y resguardan la memoria nacional. No estoy en contra del folklore nacional, pero acá creen que es lo único que importa. No se ha tomado al arte en serio. Ya ni hay mesas de trabajo para los premios nacionales. Se escogen”.
De la fotografía a la pintura: un homenaje a Luis Brito
Brines, Ferrer, Parrella y Vívenes se encontrarán el domingo 27 de septiembre en los espacios de la Galería Beatriz Gil, en Las Mercedes. Allí enfrentarán su discurso, pero no de la forma habitual. No será una de esas tantas reuniones acostumbradas entre el grupo de amigos. No. Esta vez, compartirán la exposición colectiva “Relaciones paralelas”, en la que cada uno presentará un homenaje al fotógrafo Luis Brito (1945-2015). El proyecto, que inició con la participación activa del propio Brito, surge de la necesidad de adentrarse en la obra de este creador.