Cine

El hombre que ríe: sí, el Guasón de Todd Phillips es tan dura como te han contado

Víctima, villano, agente del caos. El Guasón llega a las salas de cine a través de Joaquin Phoenix, quien interpreta a uno de los personajes más oscuros del cine en los últimos años. Luego de la muerte de Heath Ledger, último referente vinculado a la figura del enemigo social, se ligó al rol con una maldición que nace con la búsqueda de una interpretación excepcional del hombre de la sonrisa pintada

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Según el libro Conrad Veidt on Screen: A Comprehensive Illustrated Filmography, de John T. Soister y Pat Wilks Battle, el actor que interpretó al célebre Gwynplaine, personaje central de la película The Man Who Laughs(1928), del directorPaul Leni, se obsesionó a tal extremo con el papel que sus allegados, comenzaron a preocuparse por su salud mental. El personaje del hombre desfigurado que cobra venganza — o algo semejante — hizo que Veidt no sólo pasara horas frente al espejo en un intento de encontrar la espectral sonrisa que le daría vida, sino que dedicara horas a investigar sobre la raíz del miedo. “Gwynplaine estaba asustado, enfurecido, pero tan violentamente vivo, que mi cuerpo sólo era el recipiente que le contenía”, escribió el actor a Paul Leni para describir lo que ocurría en su mente.

Casi noventa años después, el actor Heath Ledger utilizó un método parecido para dar vida al mítico personaje del Guasón que, por extraño que parezca, estaba basado en la interpretación de Conrad Veidt para Paul Leni. Ledger se encerró en un hotel durante semanas hasta que, por último, encontró no sólo la risa que definiría a su personaje en la pantalla grande, sino su violenta, anárquica y poderosa personalidad. Luego de la muerte del actor, sus amigos cercanos llegarían a decir que su obsesión por el Guasón se volvió “el centro de su vida”. Por su actuación, Ledger obtuvo el Oscar póstumo y se convirtió en uno raro mito del cine contemporáneo. Y el Guasón en una especie de papel maldito.

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Cuando en el 2017 surgieron los primeros rumores sobre una película de origen del conocido archivillano de la editorial DC, la imaginación de la cultura pop se puso en marcha de nuevo. Se trataba del intento más ambicioso del universo cinematográfico de la editorial — hasta entonces plagado de fracasos de taquilla y crítica — por llevar su percepción sobre el mundo de los superhéroes a un nuevo nivel. El escogido para la ocasión, fue el director de comedias ligeras Todd Phillips, que hasta entonces sólo era conocido por su éxito de taquilla del 2009 Hangover. Se trató de una elección curiosa, buena parte del público y la crítica especializada no pareció del todo satisfecho. Se rumoró que Martin Scorsese sería el productor, que la película tendría un aire decandente y moderno. Y que, desde luego, no sería una historia para niños.

Lo que parecían meras habladurías se confirmaron cuando Joaquin Phoenix aceptó el papel principal. Conocido por su larga trayectoria de personajes torturados y extravagantes, el actor era la opción natural para encarnar a uno de los villanos más conocido del cómic, no sólo por su capacidad para conectar con el lado oscuro de la naturaleza humana, sino su especial habilidad para humanizar personajes marginados y destruidos. Se trató de un paso arriesgado para la división cinematográfica de DC y Warner Bros; pero, también, toda una declaración de intenciones. La historia de uno de los personajes más emblemáticos de la cultura pop tendría una nueva perspectiva y prometía una vuelta de tuerca por completo desconocida hasta ahora.

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De pronto, la curiosidad de lo que podía estar ocurriendo en el plató se convirtió en asombro colectivo y en una inevitable curiosidad morbosa: las primeras imágenes mostraron a Phoenix sonriendo frente a la cámara, con el rostro maquillado y el cuerpo tenso. No era una imagen cómoda y aunque sólo eran pruebas de cámara, la mayoría de la prensa especializada se sorprendió por el nuevo enfoque sobre el príncipe payaso. Muy alejado de la crueldad cínica que le había brindado Jack Nicholson en el ’89 y la violencia caótica de Ledger en el ’12, el Guasón de Phoenix tenía algo de monstruo solapado y misterioso; una tensión interna que incluso podía percibirse en el escasísimo metraje.

La extraordinaria combinación sorprendió a los más descreídos sobre la personalidad del nuevo príncipe payaso de la pantalla grande. No se trataba solo de una encarnación novedosa, era un nuevo extremo que prometía una exploración más profunda de su psiquis: la plenitud del monstruoso personaje del cómic, traducida a un ámbito realista. Todo bajo la mirada extraña de un director que parecía decidido a experimentar, y un actor que tomó el riesgo de plantar cara a los míticos papeles que precedieron el suyo.

Un nuevo mito moderno, quizás acababa de nacer.

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Un Guasón para cada generación

En una ocasión, Alan Moore comentó que cuando comenzó a escribir la historia de la novela gráfica The Killing Joke, se preguntó si había una manera de definir al Guasón, más allá de la habitual percepción de un criminal violento. Lo pensó, mientras intentaba comprender un universo donde Batman era un héroe y la caótica Gotham, la ciudad más importante del mundo, quizás después de la brillante y limpia Metrópolis. Por último, Moore encontró una definición que, según sus palabras, construyó a un personaje nuevo y cimentó el mito del hombre más peligroso de Arkham de una manera que no había hecho hasta entonces: “El Guasón es el caos. Salvaje, sin medida. No hay medias tintas en su percepción del horror como belleza. Del miedo como herramienta moral. Está convencido que la locura y la cordura sólo son partes de un mismo día”.

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No resulta casual que Moore analice la figura de uno de los villanos más emblemáticos del cómic desde ese punto de vista: el autor la escribió casi inmediatamente después de finalizar su conocida y fundacional Watchmen (1986–1987), lo que hizo que utilizara el mismo estilo de narración y, sobre todo, esa percepción del mal necesario y la mayoría de las veces, mucho más justificable y concepto que el bien moral. De manera que el Guasón, con toda su carga simbólica, se convirtió en el vehículo ideal para que Moore no sólo expresara sus habituales obsesiones, sino que las llevara a una nueva dimensión. Una distorsionada percepción sobre el bien y el mal que se convirtieron no sólo en el contexto de una obra conocida por su crueldad, sino en el elemento más reconocible de un personaje controvertido.

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El personaje hizo su primera aparición en el Universo del Batman en 1940, cuando ya la figura de enmascarado de Gotham era reconocida y popular en el incipiente mundo de las novelas gráficas, gracias a la serie independiente Detective Comics. Su autoría aún se debate: tanto Jerry Robinson como Bill Finger se atribuyen su creación e incluso hay versiones contradictorias sobre lo que inspiró a ambos dibujantes para la personalidad y aspecto físico del célebre villano. Con todo, la más conocida insiste que el Guasón — con sus fuertes y evidentes vínculos con diversos personajes literarios — se basa la perversa sonrisa del actor Conrad Veidt. No obstante, la figura del payaso terrorífico — o en todo caso, quien utiliza la apariencia del payaso como máscara para ocultar el horror — se remonta a un símbolo literario habitual, utilizado como metáfora del medio que subyace en la complejidad de la risa. Un recurso que, de hecho, define al Guasón — y a su punto de vista acerca del mal — mejor que cualquier otra cosa.

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Alan Moore decidió crear una historia espejo que le permitiera establecer un paralelismo inmediato entre el héroe de Gotham y su villano más temible. De la misma manera que Batman, el Guasón sufre una tragedia inimaginable, alineación y violencia, pero al contrario de su némesis, establece la idea del mal como contradicción al miedo y al horror con que debe enfrentarse. Para Moore, tanto Batman como el Guasón son expresiones del heroísmo y la crueldad comprendidos como dos elementos alienados que crean algo mucho mayor: un caos sin reglas o respuestas. El existencialismo absoluto. Para Moore, Batman y el Guasón padecen una exacta locura, sólo que una resulta “benigna” o al menos, aceptable para una sociedad ególatra y despiadada que admite al monstruo — cualquiera sea su rostro — como una percepción de sí misma.

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El dibujante Jerry Robinson dijo más de una vez que el Guasón fue concebido para “destruir los valores de Gotham”. Pero más allá de eso, un hombre incomprensible, tanto como lo era Batman. El Guasón criminal y asesino, también formaba parte de cierta idea sobre el mal a mitad de camino de lo comprensible y lo repudiable. Dos rostros de una misma idea que jamás llegan a completarse. Una y otra vez, el príncipe payaso encarnó un tipo de visión sobre la sociedad tan cínica que resultaba incómoda: se habló de una arcaica contracultura para definirlo, de un discurso social que intentaba destruir la visión del héroe desde sus cimientos.

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Nace un monstruo 

Lo primero que desconcierta en la película Joker de Todd Phillips, es la combinación de la ciudad peligrosa, mustia y violenta semejante a las imaginadas por David Mamet en la década de los ochenta, con una radiante visión del mal en tonos deslumbrantes. Ambas cosas mezcladas entre sí, parecen definir al Arthur Fleck/Guasón de Phoenix, un hombre menudo, delgado y en apariencia frágil, pero que a todas luces está a punto de estallar. Phillips logra sostener la presión interior del personaje hasta construir una noción sobre lo que está ocurriendo más allá del, en apariencia, apacible exterior del personaje. Arthur sufre, pero también sonríe, cuida a su madre, sufre el maltrato a su alrededor. Ríe a carcajadas de manera involuntaria, camina por las calles inclinado, presionado por el peso de todas sus tragedias. Pero en su interior, bulle un tipo de violencia que el guión se encarga de sugerir sin demasiada sutileza.

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Desde la primera escena — en la que Arthur es maltratado por un grupo de adolescentes — hasta su apoteosis hacia una oscura redención, el personaje de Phoenix es mucho más una víctima que cualquier otra cosa. El argumento le despoja de cualquier fortaleza, de toda malicia y le convierte en una especie de instrumento para comprender las infinitas maneras en que la cultura puede hacer daño y destruir al individuo. También, se toma unas cuantas escenas para analizar las psiquis de Arthur, que deja entrever la oscuridad interior que le sacude. Una y otra vez, Phillips se asegura de dejar claro que Arthur está sufriendo lo imaginable. Y que se vengará a no tardar.

¿Es la venganza el arco motor del personaje? Sí y no. En realidad, el personaje se transforma de manera sutil, a medida que la crueldad exterior moldea a las sombras que habitan en el desventurado Arthur, que pierde incluso la posibilidad de mejorar debido a un recorte súbito del presupuesto médico de Gotham. Un giro hacia lo social que deja muy claro que a pesar de la insistencia de Phillips que su Guasón tiene poco que ver con su versión en cómic, hay un vínculo entre ambos. Arthur Fleck es tétrico por el mero hecho de su debilidad patética, por la reconstrucción lenta pero inevitable hacia un tipo de maldad que la película se toma su buen tiempo en mostrar. De la misma manera que para Moore, el Guasón de Phoenix atraviesa un espacio de sufrimiento mundano, patético y destructor que le reduce a cenizas. Y es entonces cuando el villano, el príncipe payaso, emerge del rostro del hombre enfermo. Con su traje a tres colores, la absoluta libertad de la locura — o la amoralidad, como se le mire — y un viraje hacia la ultraviolencia entre lo elegante y lo extravagante, el Guasón de Phillips es un símbolo de cierta versión de los males contemporáneos reconvertido en un símbolo de contracultura, horror y cierta vulgaridad escénica con tintes de pesadilla.

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Lo más curioso — y quizás desconcertante — de la película de Phillips, es que su versión del Guasón surge de una criatura herida, a ratos enajenada, pero por último, llena de una vitalidad ambigua que sorprende por su fuerza. Phoenix se esfuerza por construir un personaje que aterroriza incluso en los silencios y lo logra. De la misma forma que Conrad Veidt, el personaje ríe mientras el mundo salta en pedazos a su alrededor. Un monstruo radiante que a diferencia del Guasón de Nicholson, carece de todo sentido de la elegancia y una firme conexión con una amargura casi poética. Tampoco tiene la caótica filosofía del personaje de Ledger, de quién hereda quizás alguna mirada mundana sobre el mal escindido en una sociedad contaminada por los horrores. La criatura de Phillips es una fusión entre el Travis Bickle de Scorsese con la brutal contundencia del vigilante anónimo encarnado en repetidas ocasiones por Charles Bronson, que pobló las fantasías colectivas de justicia callejera durante la década de los ’70 y parte de los ’80. Un monstruo inquietante, que como lo imaginó Moore, descubre que la cordura — la aparente — y la locura — que libera — está a unas horas de distancia.

Hay belleza sin duda, en esta épica del desastre, también una vacía muestra de horrores que se superponen entre sí como una densa dimensión del absurdo. Y entre ambas cosas, el Guasón brilla por la capacidad de Phoenix para vincular el dolor con algo más hórrido, amargo y explosivo. Al final, el hombre que baila entre las llamas de una calle oscura entre risas, es quizás la imagen más real y poderosa de la simple desazón de nuestra época.

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De modo, que el Guasón de Phillips no es un villano. Se trata sólo del mal como elemento circunstancial o un discurso de ideas inverosímiles que se entrecruzan unas a otras para sostener la rebeldía contra el patrón social. El Guasón es un ícono de esa admisión de la culpa de lo contemporáneo, del pesimismo cínico que elabora un discurso complejo sobre nuestra cultura ególatra, superficial y obsesionada con sus propios valores difusos. Una época deslumbrada por su prosperidad, dolores y pequeños terrores, en la que lo moral y la religión no son suficientes para asumir el lugar de la esperanza. Y es entonces cuando el antihéroe, esa figura inquietante y dolorosa, toma mayor relevancia. En la que criaturas complejas y moralmente incomprensibles, son mucho más cercanas que una visión elemental sobre la identidad cultural.

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