Crónica

Caracas, la malquerida en su cumpleaños

Algunos espacios públicos lejos de ser áreas para el esparcimiento, terminaron siendo lugares ganados por el miedo, sin importar qué tan representativos o icónicos hayan sido. Caracas está de cumpleaños. Son 449, de los cuales solo su arquitectura permanece como testigo presencial, pero vino la debacle: pocos son los ganados a preservarlaLa fiesta por el aniversario 449 de Caracas no alcanzó todos sus rincones. Recovecos que en algún tiempo hablaron de modernidad se apagaron como se ha ido apagando el espíritu de quienes moran en la que otrora fue llamada por su benévolo clima y sonrientes colores “sucursal del cielo”. Ahora le temen propios y ajenos, quizá por ser infierno.

Composición de portada: Ainhoa Salas | Fotografías en el texto: Emily Avendaño
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Caracas es mucho más que la cuadrícula que en 1567 refundó Diego de Losada. Toda ella, en sus cinco municipios y regiones periféricas, alberga tesoros que el tiempo y la desidia se encargaron de añejar y sobre los cuales no existen planes de restauración, pese a que figuran en los catálogos patrimoniales elaborados por el Instituto de Patrimonio Cultural (IPC). Bien lo describe Hannia Gómez, presidente de la Fundación de la Memoria Urbana, cuando asegura que Caracas se ha convertido en una fábrica de ruinas, perdiendo todo aquello que alguna vez la hizo única: “Donde quiera que poses la mirada pasa lo mismo. No es suficiente con declarar patrimonio las obras, hace falta más y el país no puede o no sabe cómo conservar sus tesoros. Hay mucho burro diciendo que sabe restaurar, o que saben hacer espacios públicos o ciudad, en general, y lo que hacen es destruir lo que queda de los sitios y de las obras”.

Fue precisamente Fundamemoria la organización responsable de elaborar el Preinventario Arquitectónico, Urbano y Ambiental Moderno de Caracas, durante los años 2005 y 2006. El resultado: la ciudad cuenta con 1.600 nuevos registros modernos pertenecientes al área metropolitana y al estado Vargas. Sin embargo, una década después, la cuna del libertador de América no deja de lucir devorada. A continuación cinco ejemplos de cómo su patrimonio se ha degradado.

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Dos caras de un mismo paseo

Al extremo sur del Paseo Anauco —cerca de la estación Bellas Artes del Metro de Caracas— desemboca una ciclovía. Se ve limpia y nueva, pero también solitaria. Pocos tienen la valentía de adentrarse en el pasaje, y quien lo hace no transita más allá del Puente República, último punto visible desde la avenida México.

De los tiempos de fulgor en los que Andrés Bello y Fermín Toro dedicaron poemas a la quebrada Anauco, y Bolívar se bañó en sus aguas, nada queda. El miedo consumió el encanto. La soledad se instaló. “La actividad recreativa espontánea no ocurre”, alega José Bermúdez, uno de los artistas que hace vida en el lugar.

Un sábado a las 11:00 am apenas hay una ciclista que asiste a la biciescuela a cargo de los brigadistas de la Cruz Roja, un proyecto que, según Erickson Guzmán, busca acercar el paseo a la comunidad. El propio voluntario reconoce que se les ha hecho cuesta arriba debido a la delincuencia y a la poca o nula vigilancia policial.

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Los baños ya sufrieron las consecuencias, hubo que reforzar sus puertas porque algún ladrón cargó con un lavamanos. Las mesas de ping pong, los tableros de ajedrez o las bicicletas para niños dispuestas en el lugar el 6 de abril de 2016 —cuando la Alcaldía de Libertador inauguró la tercera etapa de la restauración— ya no están. Tampoco los niños que se acercaron a jugar. “Hace dos meses se acordó con la alcaldía que habría vigilancia policial constante. Eso funcionó el primer mes, pero el segundo ya no había patrullaje. Ahora las áreas del paseo nuevamente se prestan al consumo de drogas o a que haya jóvenes manoseándose en los rincones”, cuestiona Bermúdez.

Desde el punto de vista estructural, la restauración tampoco fue completa, las alcantarillas principales deben permanecer levantadas, porque el drenaje para las aguas de lluvia es muy estrecho.

La otra cara del Paseo Anauco la tiene su extremo norte. La restauración que anunció la Alcaldía de Libertador en 2013 no alcanza toda la extensión de la caminería. Un recorrido de un kilómetro que comunica las parroquias Candelaria, San Bernardino y San José; y en el que se despliegan los puentes Anauco y República, ambos con valor patrimonial. El tramo más cercano a la avenida Panteón está rodeado por el monte y botes inesperados de agua brincan al paso de los indigentes, que son los únicos que se atreven a caminarlo. “Entre la Panteón y el Puente Urdaneta —a la altura de Candelaria— han ocurrido por lo menos 30 homicidios”, alerta Derbys Castro. El hombre forma parte de un refugio canino llamado Hogar de los Ángeles que hace cuatro años tiene sede en el pasaje para rescatar a perros callejeros.

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Hasta ahora han recuperado 750 metros lineales de recorrido, entre la avenida México y Puente Urdaneta; con una inversión de 127 millones de bolívares.  Para Carlos Julio Rojas, coordinador de la Asamblea de Ciudadanos de Candelaria, se trata de “un fraude a la ciudadanía. Desde los tiempos de Freddy Bernal se están anunciando recursos para el paseo y no sabemos adónde han ido a parar. Entre Puente Anauco y la avenida Urdaneta hay cinco edificaciones invadidas y hemos denunciado que son focos de prostitución y consumo de drogas. Puedes recuperar la caminería y ponerle algo de alumbrado, pero si no les da vida, no hay ningún tipo de recuperación”.

Escaleras para las arañas

En una de las 25 manzanas de la cuadrícula original de Caracas se encuentra el Edificio Zingg, construido en 1940 por el ingeniero Oskar Herz y rediseñado once años después por el arquitecto Arthur Kahn, responsable del pasaje comercial. Inspirado en los centros comerciales parisinos, en su interior se ubicaban las tiendas más lujosas de la ciudad de mediados del siglo XX; y como pináculo del avance tecnológico y moderno sobresalían: las escaleras.

Justo en su centro se encuentran tres escalinatas. Una central más amplia y tradicional; la sorpresa está a los extremos. A cada lado de esta gradería instalaron escaleras mecánicas fabricadas en madera. Las primeras que hubo en la ciudad. Hoy, ese avance se hizo retroceso. Hay pipotes de basura en cada acceso para evitar que los peatones descuidados las atraviesen. El riesgo es mutuo, porque algunos de los tablones de madera que hacen las veces de escalón se han ido pudriendo. Así que las únicas que circulan por allí son las arañas, que aprovechan el espacio para tejer sus redes. “Advertencia. Las personas que usen esta escalera automática, lo hacen bajo su propia responsabilidad”. La placa puesta junto a las escaleras fue premonitoria.

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“Las escaleras tienen ya cinco años apagadas. Se convirtieron en un peligro. Han traído a los maestros torneros a ver si pueden hacer las piezas que se necesitan, porque ya no se consiguen sus refacciones, y los engranajes están deteriorados y vencidos”, afirma Nelson López, uno de los empleados del edificio. El esplendor de las tiendas también se perdió. Los sábados, probablemente como resultado de alguna de las disposiciones de la Ley Orgánica del Trabajo, las Trabajadoras y los Trabajadores, la mayoría de las tiendas estaba cerrada. Solo una academia de pintura y algunos pocos comercios de ropa prestaban sus servicios. A los caraqueños ya no les resulta innovador poder pasar de una calle a otra, teniendo como cortina tiendas y establecimientos de comida. El Pasaje Zingg resulta lóbrego, triste y melancólico, pese a los tenues esfuerzos de algunos rayos solares.

“Venezuela fue uno de los primeros países de América Latina que tuvo el privilegio de gozar de esta tecnología. Esto forma parte de nuestro patrimonio histórico, y claro que valdría la pena recuperarlo; pero a los venezolanos la lectura nos fastidia y la historia nos aburre, por eso no valoramos lo rico de nuestra identidad”, atina López. Más allá de algunos trabajadores esmerados, al Pasaje Zingg solo le quedan los fantasmas de sus glorias pasadas.

Oscuridad que amenaza

Corredores profundos y oscuros se tejen en la parte baja del Centro Simón Bolívar (CSB). Lámparas titilantes, olor a orine en las cercanías de los baños. Muros y columnas grafiteados. Un paisaje poco halagador para una de las obras más importantes y definitorias del centro de la ciudad.

Debajo del CSB sonreír es una proeza, por más que el mural Amalivaca, mito caribe de la creación, de César Rengifo, esté para recibir a turistas incautos o caraqueños apurados. Quienes allí trabajan no hacen más que describirlo como un lugar peligroso e inseguro, en el que hay que estar alerta ante el paso raudo de algún raterillo dispuesto a llevarse consigo más de un celular ajeno, ante la mirada incólume o cómplice —dependiendo del punto de vista— de un par de policías, que puede que estén o no.

El exterior del CSB no es más amigable. Por un lado la sede del Consejo Nacional Electoral CNE siempre está rodeada de militares y dónde el libre tránsito es una utopía ante decenas de vallas dispuestas supuestamente para proteger a las autoridades electorales. Por el otro, la economía informal hace fiesta.“Al CSB no lo cuidan, ni le hacen mantenimiento. Faltan mosaicos en el piso y láminas de mármol. La gente no viene por las condiciones en las que está, a menos que trabajen aquí; y Corpocapital se hace la vista gorda. Los coordinadores creen que este sitio es suyo, y olvidan que es un patrimonio nacional”, opina Jhorman Riera, trabajador en uno de los comercios.

Francis Soto tiene 20 años yendo a ese sitio todos los días y aún recuerda tiempos pasados y, en este caso, mejores. En esas décadas pulían no solo el piso, sino también el techo, no había lámpara sin foco y era más seguro. “Esto era bellísimo”, recuerda, así, en pasado. El derrumbe comenzó cuando la Plaza Diego Ibarra —ya recuperada— fue tomada por buhoneros. Desde entonces, más pudieron las filtraciones y lo poco que se hace se logra gracias a los arrendatarios de los locales.

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Prócer sin morada

Hace tres años comenzó a esparcirse un rumor entre los habitantes del casco histórico de Santa Rosalía. Una casa que supuestamente perteneció a Francisco de Miranda fue invadida. Todavía lo está. Tiene 21 habitaciones, casi todas ocupadas. La fachada está coronada con el número 47; y las paredes fueron pintadas de azul y rosado. A un lado un grafiti con los típicos ojos de Chávez tiene la inscripción “triunfa la paz”.

Desde la reja de entrada solo se ven niños sin camisa, montando bicicleta o arrastrándose por el suelo. De los tomistas de hace tres años pocos quedan. Kimberly Sánchez ha vivido allí por un año. Dice que le compró el cuarto al dueño anterior y así logró quedarse. Nunca ha escuchado nada de la relación de Miranda con la casa. De la propiedad solo dice: “Cada quien es dueño de su cuarto”. En el tiempo que ha vivido allí nunca han intentado desalojarlos.

Antes de la toma, la casa fue punto de reunión de los Testigos de Jehová, y cuando ocurrió la invasión Félix Plasencia, presidente de Fundapatrimonio, declaró a Ciudad Caracas que el caso había sido transferido a la Policía de Caracas. La institución también aclaró que continuaban averiguando el origen de la vivienda, pues se presumía que allí no había vivido Miranda sino su familia.

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Santa Rosalía es una de las parroquias de Caracas con más inmuebles considerados patrimoniales, pero las viviendas han devenido pensiones. “Lo que se conserva se mantiene gracias a los dueños. Fundapatrimonio no ayuda en nada. Al contrario, de Santa Rosalía a Candilito, demolieron tres casas patrimoniales para hacer Misión Vivienda, en lugar de restaurarlas, y la iglesia de Santa Rosalía de Palermo, que data de 1750, fue recuperada con recursos propios de la comunidad”, sostiene el vecino José López.

Iris Auxiliadora Rangel, directora de la Asociación para el Rescate del Patrimonio Histórico de Venezuela, asegura que la organización siempre mostró interés en rescatar la casa relacionada con la familia de Miranda: “Intentamos comprarla, pero la vivienda pertenece a una asociación y si uno de los miembros no estaba de acuerdo en vender no era posible. Aquí nunca ha habido respeto por esas casas que son tan valiosísimas. Si Chávez mandaba a demolerlas, qué iba a hacer el IPC”.

Tesoro petareño

El bullicio del barrio más grande de Latinoamérica es tímido entre las tapias y el techo de tejas. La subida de Mesuca, en Petare, resguarda la hacienda en la que el pintor Tito Salas pasó los últimos 43 años de su vida, bautizada como El Toboso. La rehabilitación del inmueble comenzó en 2013, dos años más tarde, el 13 de junio de 2015, el presidente Nicolás Maduro inauguró sin que todavía estuviera listo el Centro Cultural Hacienda El Toboso.

Pasada la algarabía, la vivienda nuevamente quedó a su suerte, hasta principios de este año cuando el Colectivo Oswaldo Arena tomó las riendas del lugar. Dicen que se encargan de la seguridad y la limpieza. Hay talleres de pintura, danza y dibujo. La arquitectura vive una cruzada entre lo original, lo hecho por el pintor y el resultado de la restauración. Algunas cosas se mantienen, otras no.

Los techos de caña amarga se cuentan entre lo que desapareció, así como las columnas fabricadas con ladrillos de media luna, que la oficina encargada de la restauración cambió por láminas de madera y columnas de concreto armado, que en nada se parecen a las originales.

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Alexis Sánchez estuvo ligado a la vivienda desde que tenía 11 años de edad. En esos tiempos iba a El Toboso a buscar cerezas y veía al pintor caminar por los pasillos. Ya adulto, dedicó su vida a la restauración, fue él quien evitó que las paredes de tapial se continuasen “derritiendo” por la acción de la lluvia. Recuperó también puertas y ventanas; pero la oficina que contrató el IPC para continuar la obra lo hizo a un lado. El resultado: la falta de conocimiento técnico hizo que la fachada recién frisada se cayera por completo. Ahora se espera que dentro de un mes el Metro de Caracas aporte recursos para volver a hacer ese trabajo. “Hicieron el friso con cemento, en vez de hacerlo con el mismo barro enriquecido con minerales y material vegetal. La presencia del IPC aquí fue esporádica. No hubo un ingeniero residente que supervisara las obras”, denuncia Sánchez.

La falta de atención hizo que, después de la inauguración, se perdieran 300 metros cuadrados de grama y 100 metros de jardinería ornamental. La fachada original estaba adornada con dos pináculos, uno está guardado en alguno de los cuartos de la casa, porque la compañía decidió poner uno solo. Tampoco se instaló el sistema de riego o se niveló el suelo. Sánchez, como vecino de Petare, fue una de las personas que movilizó a la comunidad para evitar que en 2008 se construyera en el área un centro comercial. Desde entonces entregaron al Estado un proyecto para hacer de El Toboso un centro educativo.

La iniciativa tímidamente da ahora sus primeros pasos. “Nuestra idea es que a la larga esto se convierta en un centro para las artes. A Tito Salas casi no se le nombra, pero en este país no hay una oficina del Estado importante que no cuente con una obra suya. Hay que promocionar al pintor y el trabajo que aquí hacemos, para que la gente se inscriba en los cursos”, subraya Ciro Hidalgo, patrimonio cultural viviente del estado Miranda.

Las clases de pintura, por ejemplo, son de lunes a lunes y empiezan a las 7:00 am. Ese granito de arena lo pone ad honorem el colombiano Leonardo Aguaslimpias. “Estamos aquí porque la cultura es lo que puede sacar a la juventud del ocio. Aquí los muchachos aprenden algo positivo que les va a durar para toda la vida”.

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