Crónica

Recién graduado y de una vez profesor

Cada vez es más común colegir en las aulas de clases a jóvenes recién graduados haciendo las veces de profesor. Muchos, por vocación y compromiso, toman la digna profesión de enseñar para no dejar morir las universidades que los educó. Otros no se toman el compromiso y la misión tan en serio. El éxodo en Venezuela se siente en la enseñanza y en las notas

Texto: Lizandro Samuel | Composición fotográfica: Andrea Tosta
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En China o Japón, cuando se habla de maestros la imaginación construye rostros entrados en edad: canas, arrugas, jorobas y bastones. En Venezuela, se el imaginario juega edifica diferente. En los pasillos de las universidades, las edades entre alumnos y docentes se mimetizan. Cada vez son más los denominados profesores jóvenes. En la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) es normal ver educadores que no tienen ni un año de graduado. Sentados en la feria de comida, algunos parecen estudiantes: siguen prefiriendo el mismo pan de Subway que hace unos meses, cuando temblaban ante la defensa de su tesis de grado.

La tendencia se repite en la Universidad Central de Venezuela (UCV) y en la Universidad Simón Bolívar (USB). Hay docentes veteranos a los que les cuesta asumir que ahora deben tratar de colegas a esos muchachitos que, hasta hace nada, evaluaban del uno al 20. Otros aúpan a los recién llegados con genuino respeto. Sin embargo, los alumnos son más reticentes a prestar atención al ex compañero que tomó la tiza ante el pizarrón —comparten generación pero no jerarquía académica. La pluralidad de puntos de vista anida en las casas de estudio. Todos coinciden en algo: la razón del fenómeno es la “situación país”. Sí, esa expresión la mar repetida, inexacta, amplia y confusa, en los últimos años. No se ha logrado delimitar con precisión el contenido que abrazan esas dos palabras juntas. Un ejemplo, de lo estólido y absurdo es que “situación país” puede ser cualquier cosa: un perro olfateando una esquina, una granada en la puerta de un colegio, una abuelita horneado una torta bajo el sol de Chichiriviche y un recién graduado impartiendo clases de logaritmos y física cuántica. Todo puede ser “situación país”.

Desde el 2011 —según Víctor Márquez, presidente de la Asociación de Profesores de la UCV—, más de 700 educadores han renunciado a la Central. Si se tiene en cuenta que la universidad contaba con cuatro mil docentes, se puede afirmar que la institución ha perdido casi un cuarto de la plantilla con la que inició la década.

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En la USB, las renuncias han sido más de 600. En la UCAB, José Francisco Juárez, director de Educación, firma semanalmente hasta cuatro documentos de autenticación de credenciales para laborar en el extranjero. Como si se tratara de un equipo deportivo, a falta de profesionales consagrados las universidades deben recurrir a la cantera.

El prestigioso psicólogo Manuel Llorens da clases en la UCAB. También fue un docente joven. “Sí hay un aumento de profesores con menos de cinco años de graduado. Eso no es el problema. El problema es la pérdida de profesores de experiencia. Los profesores jóvenes pueden aportar muchas cosas. Traen energía e ideas nuevas. Pueden ser más cercanos a alumnos que tienen edades similares”, no se amilana tan rápido, asido al futuro.

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César Contreras fue un alumno de la escuela de Psicología cuya familia se esforzó por pagar una matrícula que siempre ha resultado costosa. En el 2010, debía cancelar alrededor de diez mil bolívares por año. El ahora profesor ve cómo sus alumnos invierten 199.582 bolívares por semestre. César tiene 24 años. Comenzó a dar clases a los 22, tras tres meses de haber terminado sus materias. Era octubre del 2014. Su acto de grado fue en febrero del 2015. “De no ser por la situación de migración que se está dando, creo que nunca hubiera llegado a impartir clases tan pronto. Hay un tema también de suspicacia con respecto a profesionales de otras universidades, producto del mismo desconocimiento de la calidad con la que están formando a los demás. Creo que ahora puede ser un poco más fácil entrar a trabajar por el tema de que se están abriendo espacios que normalmente no existían o a los que no se tenían tan fácil acceso a esta edad. Siempre que le cuento a amigos de mi mamá o personas mayores que soy profesor universitario me miran con cara de asombro y hacen comentarios acerca de lo bueno que tuve que haber sido para comenzar a dar clases tan pronto me gradué. Eso tiene su cuota de verdad, pero lo cierto también es que estoy allí por una realidad país muy puntual en lo que respecta a la educación: no hay suficientes profesores de calidad, experiencia y recorrido. Entonces, al menos en la escuela a la que pertenezco, apuestan a reclutar a los egresados cuyos perfiles consideran ajustados para poder quedarse impartiendo clases”, discurre nada académico.

Si es deber de las universidades formar a los profesionales del mañana, algunas tratan de tapar las goteras del éxodo formando a quienes darán clases en sus salones. En la escuela de Letras de la UCV, por ejemplo, la figura del preparador es preponderante. Se trata de un estudiante destacado que ayuda al alumno promedio en una materia específica e, incluso, la mayoría de las veces le toca preparar clases. No es de extrañar que muchos de ellos más adelante logren superar la aún difícil alcabala para trabajar en la UCV.

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“Las pruebas siguen siendo duras”, comentan algunos aspirantes a profesor. Como contratado en la UCV, hay que imponerse en un concurso de credenciales. Los interesados mandan sus currículos y el Consejo de Escuela selecciona a los que considere mejores. Luego, para convertirse en un profesor fijo, se debe presentar un concurso de oposición que comprende un examen escrito y oral. Si se reprueba no puede volver a ser presentando hasta dentro de cinco años. En la UCAB y la USB, desde siempre solo se ha utilizado el concurso de credenciales.
Hay muchas vacantes abiertas y cada vez menos interesados en cubrirlas. Una de las razones es el sueldo. Hoy día un docente acaso podría ganar dos salarios mínimos, lo que equivaldría a poco menos de 50 dólares. La canasta alimentaria cuesta el equivalente a casi 400 dólares. En otros países, un profesor universitario puede ingresar entre tres mil y seis mil dólares al mes. La tragedia de Venezuela representa una oportunidad para naciones como Ecuador.

Las alas oscuras de la crisis producen tormentas en Venezuela, pero generan vientos favorables a miles de kilómetros de distancia. El proyecto Prometeo de Ecuador financia la estadía temporal de investigadores extranjeros para que se dediquen por completo a la investigación, devengando un salario de entre 4.320 y seis mil dólares por mes. En Quito o Guayaquil se puede alquilar un apartamento de 120 metros cuadrados por 500 dólares mensuales. Con 1500 basta para vivir sin pensar en el dinero.

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“Las universidades deben ser vanguardia en los países. Deben concentrar lo mejor de la producción científica e intelectual para la formación de los jóvenes que conducirán el país en el futuro”, pontifica Llorens. En Venezuela el camino hacia la innovación conduce a Maiquetía. Varios de los profesionales mejor preparados enfocan sus esperanzas en despedir los colores con los que Cruz-Diez adornó el aeropuerto internacional. Según la Consulta Nacional por la Calidad Educativa publicada en 2014, apenas 15,76% de los profesionales de la educación en el país poseen estudios de postgrado, de los cuales el 6,25% cuenta con alguna especialización: el 3,88%, maestrías; y 2,75% tiene un doctorado.

Cristóbal Guerra enseñó en la UCAB durante 29 años. Mientras su nombre se hacía famoso en el periodismo, sus clases de literatura inspiraban a varias generaciones de futuros colegas. Vio, por ejemplo, cómo los laboratorios quedaban rezagados ante la evolución mundial de la tecnología. No es lo único que se ha quedado atrás. “El nivel ha bajado, porque no se llega con la preparación clásica de los docentes de antes. Su formación no tiene la misma solidez, y falta vocación. Muchos dan clases solo para hacer currículum”, hace disección. Pero no se refiere a los profesores jóvenes nada más, sino a la mayoría. Gran parte de los docentes veteranos creen que el tener menos de cinco años de graduado no es un impedimento para impartir ciertas materias básicas. Acaso las limitaciones surgirían en algunas asignaturas prácticas que demanden más recorrido laboral.

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Las críticas, no obstante, pueden aparecer. Marinés Carrero empezó a dar clases en la UCAB justo un año después de haber culminado la carrera. “Sí, siempre están las personas que te juzgan por ser tan joven y estar dando clases, o por no tener la ‘preparación’ suficiente como para enseñar, pero no es la mayoría. En mi caso han sido más los que han sabido ver lo bueno y han apostado por mis capacidades”. Agrega César Contreras: “He escuchado comentarios. No necesariamente dirigidos a mí con especificidad. Una de las materias en las que doy clases actualmente, ‘Psicología de la Personalidad’, es muy respetada en la escuela. Es una de las materias que enamora a alumnos y una de esas que quien desea dar clases quiere impartir. Además ha estado definida por tener eminencias en su staff de profesores. En los últimos años, quienes estaban a cargo de la cátedra comenzaron a reclutar profesores jóvenes que tenían su confianza, en vista de la salida de todos esos profesores históricos por distintos motivos. Eso generó revuelo alrededor y llevó a que estuviéramos señalados y muy vigilados aquellos ‘muchachos’ que integrábamos la materia. Lo que nos protegía es que todos estábamos claro de lo extraordinaria de nuestra situación y lo llevamos con bastante humildad. De resto no he tenido mayor problema. Cuando expresé mis dudas por unirme a esa materia, Pedro Rodríguez, quien era mi jefe en ese momento, solo me dijo: bueno, y si no es ahora, ¿cuándo?”

Cristóbal Guerra —así como la mayoría de los estudiantes y educadores encuestados— opina que “el beneficio de los docentes jóvenes es el sentido humano. El profesor joven siente como el estudiante, porque hasta hace poco lo fue. Hay una identificación de edades, pero siempre que se conserve cierta distancia entre uno y otro rol”. La desconexión alumnos-docentes de más recorrido es algo que le preocupa. Orianna Robles, recién graduada de la UCV, habla al respecto. “Algunos tienen los humos subidos, creen que tienen a Dios agarrado por la chiva y pareciera que flotaran sobre los estudiantes cual divinidad en su nube de conocimiento y sapiencia. Otros sí son muy humildes, incluso buenos profesores, pero hay un choque en cuanto a prácticas que han manejado durante toda su carrera docente y las nuevas necesidades de los jóvenes estudiantes”, prende las alarmas del ego.

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La disminución de la calidad educativa no solo tiene que ver con la ausencia profesores más capaces, sino también con la imposibilidad de llevar a cabo investigaciones y congresos. “El gobierno está peleado con las universidades y la inteligencia. Está empeñado en un país militar y en la ignorancia. Eso se refleja en los sueldos y en el constante insulto a las universidades. La educación y los educadores han sido tremendamente desatendidos. Faltan recursos, reconocimiento y oportunidades”, sustenta con empirismo Manuel Llorens.

Hay profesores jóvenes en las universidades, son tan heterogéneos como diferentes —al igual que los veteranos. Desde los más deficientes hasta aquellos que inspiran a sus alumnos. El profesor de recorrido Fedosy Santaella le profesa respeto a unos cuantos; Mario Morenza, también docente, resalta la importancia de tener una generación de relevo. Lo que se extraña es a aquellos profesionales con alto grado académico que migran. Estos efectos de “la situación país” se ponderarán mejor en unos años. Para algunos docentes y estudiantes poder seguir ejerciendo sus roles en Venezuela ya es suficiente motivo de preocupación.

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