Crónica

Vuelta a la patria, esa tristeza

Desde Perú comenzaron a salir los vuelos "del avión de Maduro" que devuelve a los venezolanos emigrados hasta el territorio venezolano. En el consulado en Lima que tramita los pasajes en el único aparato de 98 puestos que despega, se acumulan historias y mucho subdesarrollo. Quienes viajan son una mínima parte de quienes se fueron hasta aquellas tierras. Clímax publica este texto en alianza con Caracas Chronicles

TEXTO: Melanie Pérez Arias
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—¿Esta es la cola para devolverse a Venezuela?, pregunta un hombre que llega y la fila estalla en esa risa escandalosa que todos los venezolanos saben exactamente cómo suena.

A menos de cien metros, en una cola más discreta, otro grupo de venezolanos entrega los requisitos para aplicar al Plan Vuelta a la Patria. Algunos llevan consigo sus maletas desgastadas, hay familias completas con niños pequeños: nadie se ríe.

Ambos grupos están en la esquina del 298 de la avenida Arequipa en la embajada de Venezuela en Lima, Perú. Una quinta antigua pintada de rojo con un dummie de Chávez ondeando una bandera en el balcón principal. Es el año cinco de la dictadura, dependiendo de cuándo se empiece a contar, y más de 2,3 millones de venezolanos han salido del país por la crisis económica, según la Oficina Internacional de Migraciones. Desde el anuncio del Plan Vuelta a la Patria en agosto, poco más de 9.000 personas han sido repatriadas con el apoyo del gobierno de Nicolás Maduro.

Patria-cita3Podría llamarse Miriam esta venezolana de 48 años que llegó a Perú hace tres meses y no quiere develar su nombre. “La gente va a creer que soy chavista con este suéter rojo, pero es el único que tengo”, dice. En Lima la temperatura promedio en invierno es de 16 grados con una sensación térmica de 10 debido a la humedad que llega hasta casi el 90% en los distritos cercanos al mar. Miriam llegó desde de Maracaibo: 30 grados en la sombra, patacón, salsa rosada y cerveza Regional. “A mí todo el mundo me lo dijo pero yo me vine por terca”.

Miriam vendió dos aires acondicionados y un televisor para transitar sola un periplo de siete días por carretera hasta Lima. La parte más difícil fue cruzar la frontera con Colombia y el tramo de cordillera en Ecuador. Malayo frío. Llegó a Chorrillos, una zona popular al este de Lima, con doscientos dólares, sólo el alquiler de la habitación le costó 130. Empezó a trabajar limpiando casas pero le pagaban menos de siete dólares diarios. El sueldo mínimo en Perú son $281. La cuenta le empezó a fallar.

Uno de los problemas de la migración forzada de los venezolanos en el continente, especialmente en los últimos años, ha sido la ausencia de planificación. Por esa costumbre histórica de “como vaya viniendo vamos viendo”, pero sobre todo por desesperación, cada vez son más quienes se lanzan a la carretera prácticamente con lo que llevan puesto. A eso se le suman años de ostracismo en una economía regulada donde los servicios públicos subsidiados se cobran muy por debajo del precio internacional y la pérdida del valor del trabajo en vista de que un sueldo mínimo alcanza para comprar dos kilos de carne y dos paquetes de arroz. Cuando se han olvidado conceptos económicos clave como el ahorro, la oferta o la demanda, aterrizar en el libre mercado puede ser forzoso cuando no desastroso.

Lima no es una ciudad barata. Al menos el 15% de un presupuesto promedio se gasta en transporte público porque las distancias son largas. Es tres veces más grande que Caracas. Hay jornadas laborales de 10 y hasta de 12 horas diarias, se debe invertir en abrigos adecuados y en lavandería, un gasto imprevisto, porque la ciudad es húmeda y la ropa tarda dos días en secarse al aire libre. Las medicinas no son baratas, ni la luz, ni la telefonía, tampoco los alquileres. Los arrendatarios piden un mes de adelanto, un mes de depósito y, en algunos casos, certificado de ingresos.

Además, adaptarse cuesta plata. Son cosas minúsculas que impactan en los ingresos como gastar de más en traslados al extraviarse en la ciudad, los aranceles migratorios, pagar extra por artículos comunes mientras se descubre dónde encontrarlos más baratos. Hay riesgos de enfermarse por el cambio de clima o por el agua. Además, el migrante es más propenso a las estafas por desconocimiento del entorno.

El campo laboral no es menos complicado. Por ley las empresas peruanas sólo pueden contratar hasta un 20% de extranjeros. En el mercado informal, donde la competencia es feroz, se producen distorsiones como las que empujaron a Miriam al borde del llanto: Intentó trabajar de mesonera pero por su edad no la contrataron, entonces fue a una entrevista para cuidar a un anciano, el puesto era de servicio cama adentro pero le ofrecieron menos del sueldo mínimo durmiendo en un catre, sin días libre. “A mí lo que me falta es llorar sangre”, dice, muy maracucha: exagerada pero no por eso menos cierta.

Patria-cita2El drama de los venezolanos que quieren devolverse a Venezuela es real. No se trata de un ataque de melancolía por el queso blanco, sino de personas que han tenido reveses, sufrido pérdidas monetarias, muertes de familiares, enfermedades, acosos, violencia. También están quienes, simplemente, no logran adaptarse. El gobierno ha hecho ver el Plan Vuelta a la Patria como una epopeya del padre solícito que acude en rescate del hijo pródigo cuando, en realidad, es el resultado de la orfandad institucional de un país fallido, incapaz de brindarle a sus ciudadanos condiciones mínimas de subsistencia en su propio territorio. En esas circunstancias, lo único que hace el gobierno es disponer de un avión para que Miriam, que no tiene ni para comer, mucho menos para pagar un pasaje de regreso, se reencuentre con su familia y con un país peor que el que dejó hace apenas tres meses.

Pero eso tampoco es tan fácil.

Desde que empezó el Plan Vuelta a la Patria han salido siete vuelos de repatriados desde Lima hasta Caracas. Todos los martes despega desde el aeropuerto Jorge Chávez un avión con 98 puestos llenos de casos prioritarios: ancianos, mujeres embarazadas, padres con hijos, personas con alguna discapacidad, enfermos. Miriam ingresó su solicitud hace tres semanas, viene todos los lunes con la esperanza de que le digan “agarra tus cosas que mañana te vas” pero no le pasa. Está sana, no tiene niños. Se quiere ir pero debe esperar. Otra vez le falla la cuenta.

Si los casi 500.000 venezolanos en Perú quisieran volver a la patria, a ritmo de 98 repatriaciones semanales tardarían 5.102 semanas, es decir, 102 años en volver. Este ejemplo bastante maracucho sirve para ilustrar la desproporción entre emigrados y retornados.

“Yo sí me quiero ir de esta mierda”, dice Johan, quien tampoco da su nombre completo porque los tentáculos de la dictadura son largos y nadie quiere correr el riesgo de que lo bajen del avión. Johan ahorró más de 1.000 dólares en efectivo para traerse a sus hijos y se los robaron en la pensión donde vive. No, la bancarización no es una prioridad para los emigrados. “Extraño a mis hijos, tengo más de un año que no los veo, yo sí me quiero ir de esta mierda”. Favor que le hace a los xenófobos que tampoco quieren a los venezolanos en Perú.

Patria-cita1La repatriación ha dado pie para comentarios a costa del “avión de Maduro”. Si no te gusta la papa rellena, móntate en el avión de Maduro. Si no tienes papeles pero no quieres aceptar menos del sueldo mínimo, móntate en el avión de Maduro. Si las condiciones laborales no te parecen justas, ya sabes qué hacer.

Pero para volver a la patria no hay necesidad de montarse en el avión. En la fila escandalosa de los que se quedan hay gente que durmió en la acera desde la noche anterior para hacer algún trámite consular: gestionar una prórroga de pasaporte, pedir una constancia de identidad porque le robaron la cédula o presentar a un nuevo bebé venezolano. Cuando la señora que vende café llega a las cuatro de la mañana ya hay gente esperando porque la Embajada trabaja apenas tres horas diarias, de 9 am a 12 m. “Naguevonada de beca”, se queja en voz alta un acento de los llanos centrales.

No hay tickets de atención, ni módulo de información, ni cordialidad, pero hay un hombre de mediana edad que contesta las preguntas detrás de la reja con ese tono antológico de funcionario público que te hace sentir insegura y un poco amenazada. Si cierras los ojos lo puedes sentir: estás de nuevo en Plaza Caracas aplastada contra la puerta del Saime escuchando que no hay material, que el licenciado que firma no ha llegado, que la secretaria de presidencia se retrasó, que te faltan dos copias tamaño carta, pero no hay toner, ni efectivo, ni paciencia, ni país. “Pero quédate por ahí para ver qué podemos hacer por ti”.

“¡Oh, inefable alegría! Son las riberas de la Patria mía”, declamaba Pérez Bonalde. Si Miriam no tuviera una semana comiendo pan con mantequilla la Vuelta a la Patria sonaría más poética, pero en esta crisis migratoria regional de proporciones devastadoras, como diría Vallejo, “perdonen la tristeza”.

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