Economía

El legado agrícola de Chávez no florece

En el corazón de Bellas Artes, el cultivo organopónico Bolívar I -modelo para los sembradíos venideros- sobrevive entre el humo y los escombros. A casi 13 años de su inauguración por el mismo Hugo Chávez, los milicianos que allí laboran no vacilan en preservar el legado de su "Comandante Supremo", con pico, pala y semillas en mano. Mientras, los potenciales compradores aplauden la iniciativa, mas no sus insuficientes frutos

Fotografías: Andrea Tosta
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Dos cuencos llenos de agua y una alfombra de cal reciben a quienes entran al cultivo organopónico Bolívar I, al lado de la estación de metro de Bellas Artes y frente al recién estrenado edificio de la Gran Misión Vivienda en la avenida México. Son medidas “para no dañar la tierra ni los productos orgánicos que tenemos acá”, dice Oswaldo Pedraza, un miliciano sexagenario que recién ingresó en el programa en octubre de 2015. Las botellas vacías y las bolsas de plástico parecen no representar un daño potencial para su siembra. Tampoco la maleza circundante. Allí no aplican los horarios establecidos en la Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras, ni normas sanitarias. Solo la disposición de los 30 milicianos, diez técnicos y los liceístas voluntarios de preservar, a duras penas, el legado de su Comandante Supremo en materia de agricultura urbana.

El cultivo en el corazón de Bellas Artes es el más visible de los proyectos auspiciados por el fallecido ex presidente, y sus custodios lo hacen saber. “Este es un estandarte revolucionario, un ícono de la agricultura urbana. Si no lo cuidamos nosotros, quién”, dice orgulloso Manuel Ojeda, integrante del equipo técnico del cultivo. Dichos cuidados se enmarcan entre las 6 y 7 de la mañana y las 4 y 6 de la tarde. Al parecer, el sol inclemente importuna la faena. Allí, la vida es cómoda, tranquila, en contraste con la movida agenda de los comerciantes que rodean esos 2.073 m2.

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“¿Cuándo van a vender esas lechugas de ahí?”, pregunta, a gritos, una transeúnte que se sorprende con el verdor de las hortalizas. “Los martes y miércoles en las mañanas”, le responde rejas adentro un hombre que ara la tierra con un pico.

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A simple vista, lechugas, espinacas, acelgas, cebollín, tomates y berenjenas captan la atención del público. Que la contaminación signe el crecimiento y la calidad del producto parece no ser un inconveniente para el funcionamiento de aquel mandala criollo organopónico, sistema de cultivo pionero en el país. Fue el modelo a seguir de la revolución roja rojita.

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Fuerza circular

Los mandalas de cultivo surgen alrededor del mundo como una metodología sustentable dentro de la agricultura, alejados de misticismos pero impregnados de principios budistas e hinduistas. El tanque de agua será el epicentro del cultivo, que llenará el pozo en el que habitan microorganismos. Los sistemas de riego distribuirán dicha agua enriquecida a las canteras dispuestas circularmente alrededor del estanque.

En el Bolívar I, el proceso del mandala de cultivo organopónico se tranca desde el inicio. El recinto dispone de un depósito que emana agua a un pozo, que exuda nutrientes y microorganismos distribuidos por sistemas de riego a lo largo y ancho de la plantación circular. “El tanque lleva un mes dañado, pero resolvimos con los bomberos y la alcaldía para que nos trajeran una cisterna que llegó la semana pasada”, dice Pedraza. El agua alcanza dos dedos de alto en el pozo en el que debería habitar flora silvestre, sin botellas de plástico como la que navega allí. Un sistema de riego no instalado en su totalidad se adhiere a la lista de fallas. Los vegetales pagan los platos rotos, con tomates que no pueden venderse por su mal estado o plantas repelentes – que “naturalizan” la labor de los ausentes fertilizantes – que se sostienen ya amarillentas.

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Bolsas, basura, hojas de palmeras secas se apilan sobre y alrededor de las canteras destinadas para la formación de abono que se esconden al fondo del terreno que una vez perteneció al Metro de Caracas. Entre aquella hojarasca, los milicianos de ufanan del pequeño mesón de 1 m2 donde se procesa abono de café. Lo demás no despierta interés, ni rechazo.

Del dicho al hecho

En el socialismo del siglo XXI existen más que hortalizas en los mandalas de cultivo organopónico. Dos piscinas de zinc al extremo izquierdo del terreno aguardan por 60 cachamas para su reproducción y venta. Los milicianos también esperan por una cantidad indefinida de gallinas para comercializar huevos. En total, son 16 vegetales proyectados para su plantación de acuerdo con la Planificación de siembra, manejo y cosecha por cantero y por rubro de 2016, documento pegado en la pared de la bienhechuría convertida en cuasi base de operaciones, debajo de un cuadro del fallecido ex presidente Hugo Chávez. El rostro del “Comandante Eterno” y el del “nuevo” Simón Bolívar digitalizado se asoman colgados en altas palmeras.

cita1“Debe haber huertos en cada barrio, en cada ciudad. Donde haya una hectárea de terreno, o menos, disponible, tenemos que ponernos a sembrar”, sentenció Chávez cuando inauguró el primer cultivo organopónico del país en abril de 2003. No olvidó agradecer a los representantes cubanos y de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), con quienes había firmado acuerdos internacionales multimillonarios: un año antes, Venezuela dedicó 32,44 millones de dólares para planes agrarios en conjunto con la FAO y Cuba en el programa UTF /VEN/008/VEN, en el que aportaron 1,65 millones y 350 mil dólares, respectivamente, según publicó El Universal.

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“Es preocupante pensar que, con los niveles de necesidad del país, una agricultura urbana puede solucionar los problemas de desabastecimiento y escasez”, explica el vicepresidente de la Confederación de Asociaciones de Productores Agropecuarios (Fedeagro), Aquiles Hopkins. Ante la crisis, una visión empresarial del negocio agrícola es su solución a largo plazo.

Casi 13 años después, las “lechugas” invertidas y monitoreadas por el Ministerio de Agricultura (MAT) se tradujeron en pequeños cultivos similares al Bolívar I: siete en Caracas ubicados en unidades militares, dos en Maracay, uno en Puerto Ordaz y, próximamente, uno en Maracaibo. Ahora, estarán bajo la jurisdicción del Ministerio de Agricultura Urbana, creado en enero de este año y con dos titulares de la cartera en el repertorio en menos de un mes.

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Ojeda aún no conoce a la actual, Lorena Freitez, esa que afirma que actualmente tenemos supermercados que se desabastecen muy rápido y neveras y despensas llenas de comida. “No podría decirte que tenemos una relación con la ministra cuando nunca la hemos visto. Nos habíamos reunido con Emma (Ortega), pero de la nueva no sabemos nada todavía”, explica. Ortega, que alegaba que “la producción comienza por las manos de los que estamos aquí. No podemos delegarlo a ningún otro (…) en los barrios y en los urbanismos pensemos dónde podemos sembrar”, no duró ni quince días en el cargo.

Para quienes hacen vida en los alrededores del terreno, el legado del Comandante Chávez es más que exitoso, aunque tenga sus altibajos. “Ese es un pulmón de la ciudad. Allí se le da un buen uso a la tierra y eso se agradece”, explica Johnny Jiménez, residente del edificio “El Gigante de la Patria” de la Gran Misión Vivienda en la avenida México.

Los costos de las hortalizas, “solidarios, entre 250 y 300 bolos el kilo, no importa cuál” según Ojeda, preocupan a los potenciales compradores. Vanessa Ramos, vecina de «El Gigante de la Patria», se rehúsa a pagar, por ejemplo, 400 bolívares por un kilo de cebollín cultivado en Bolívar I: “Yo prefiero comprar en el camión que a veces viene y se pone en frente que comprar ahí, porque ellos venden igual que un supermercado que tiene transporte y todo eso. No sé qué hacen con esa plata si todo lo producen ahí mismo”, lanza.

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Para los vendedores, con años de faena frente a la siembra, la falta de constancia en la producción es un obstáculo para el combate de la supuesta guerra económica. “Supongo que es parte del proceso que a veces no se ve nada. Ahorita es que hay vegetales”, explica Francisco Peralta, comerciante de la zona. Según Ojeda, se cosechan entre seis y siete toneladas de vegetales cada mes en aquellas 138 canteras. La tierra sin sembrar en cerca de un tercio de ellas hace sospechar que la meta no se alcanzará este enero.

Las largas colas para comprar comida serpentean por la ciudad. Los anaqueles vacíos continúan acumulando frustraciones. Pero la agricultura urbana no retoña a suficiente velocidad.

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