Arte

El Ávila de los pintores

Tendido de este a oeste, en plena zona tórrida y a diez grados y medio del Ecuador, el Ávila se convirtió en leitmotiv de artistas venezolanos. Desde ángulos y gustos diversos, lo plasmaron y recrearon en lienzo, forja o papel

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En Caracas, todos los caminos conducen a El Ávila, dijo Ernesto Armitano, en El Ávila. Guaraira Repano, libro que editó en 1978. Así, entre lienzos y pinceladas, el cerro aparece como motivación recurrente de pintores y artistas, incluso desde finales del siglo XVIII: retratos del valle de Caracas con El Ávila como fondo se muestran impregnados de religión y simbolismo. El afán por retratar paisajes locales se hace más evidente a medida que la ciudad crece.

Manuel Cabré, comentó Álvaro Páez-Pumar en una de sus pocas entrevistas que no estuvo satisfecho nunca con lo que hizo, tomó al cerro como el protagonista recurrente de sus obras. Desde La Urbina, desde Blandín, desde el Country Club, desde infinidad de lugares, el “Pintor de El Ávila” lo retrató. “No es El Ávila visto por nosotros”, comenta Alfredo Boulton en Cabré. “El suyo es una creación escénica llena de un sereno dramatismo, de una cálida sensualidad de juegos atmosféricos de temperaturas y ambientes”.

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cabré-climax2Cabré percibe en este paisaje tal como son sus curvas, sus colores, su iluminación. El pintor, afirmó a Páez Pumar, que “esto prueba que el Valle de Caracas creció sin ningún plan, como Dios quiera y que tuvo una gran importancia el valor de la tierra, eso es todo. Caracas ha debido ser una ciudad muy bien planeada por un artista, por un arquitecto-artista. Hubiera sido una ciudad preciosa”.

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El Waraira Repano no es solo pretexto para los pintores criollos y extranjeros. Se transforma en símbolo de la capital venezolana, en identidad caraqueña. “Con Cabré, Pedro Ángel González es a El Ávila lo que Armando Reverón es al litoral central”, dice Ernesto Armitano en El Ávila. Guaraira Repano. Junto al “Pintor del Ávila”, muestran la evolución del valle de Caracas y su cerro —desde 1909 con Cabré— aunque presenta diversidad temática que se ve en sus lienzos. González es el observador por excelencia de sus planos generales.

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Español como Cabré, Adrián Pujol se apropia de paisajes venezolanos. Con un interés cosmopolita, retrató parajes como Pampatar, Venecia, Florida, Boston, Massachussets, aunque sin descuidar la cordillera. “Era para mí solo una montaña monumental y anónima, un telón de fondo que arropaba la ciudad y así lo pinté: atajado por la Cota Mil y descontextualizado de la Caracas que lo soporta”, explica en El Ávila, morada de miradas. Ahora, persigue pintarlo: “desde la multiplicidad que provee el género y hacer de él una imagen más en el conjunto de toda mi obra participa de esta concepción, y por ello a lo largo de los años he percibido al Ávila de distintos modos”, dice Pujol.

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El “monte titular de Caracas”, como lo califica Boulton, también es musa de artistas como Antonio Edmundo Monsanto, Antonio Alcántara, Francisco Fernández Rodríguez, Alejandro Otero, quienes aprovecharon la luz que lo contornea y resaltaron sus detalles para mostrarlo desde sus perspectivas personales.

También se le conoce como inspiración cambiante. El escritor Arturo Úslar Pietri dijo en Tierras venezolanas: “La luz de Caracas tiene un gran telar de hacer tapices en la tendida urdimbre del cerro del Ávila. Cubierto de ásperas manchas de bosques y de suaves lampos de hierbas, desarrollado en quiebras, combas, arcos y masas poderosas y equilibradas, el cerro tutelar la ciudad cambia de apariencia a cada instante del día”.

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Roberto de la Fuente no se equivoca cuando dice que es “la naturaleza, la madre Tierra, la pureza, lo prístino, es un sentimiento de esperanza y una promesa de oxígeno cuando la ciudad nos oprime”. El pintor venezolano, que escogió a la montaña como actriz principal en Naiguatá con nubes, en 2003 y Amanecer con nubes, en 2007, la pinta “como un ser viviente”: “Lo percibo dinámico y cambiante. Es un gigante de piel verde y ocre que duerme y respira tectónicamente”, afirma en El Ávila, morada de miradas.

Intrínseca en la cultura criolla, Mario Briceño-Irragorry explica en Crónica de Caracas que, esta muralla divisoria entre el valle y el mar Caribe, forma parte del culto a la ciudad. “Amar al Ávila y al valle antiguo donde hoy se extiende la ciudad, es signo de afección sincera a los más sencillos y claros valores de la nacionalidad”.

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