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Simón Bolívar: el falso héroe

El escritor colombiano Evelio Rosero, autor de la controversial La Carroza de Bolívar, habla de esta novela que refuta la historia oficial sobre el prócer venezolano. Un texto que le arranca el cariz glorioso del hombre ungido Libertador y lo pone como traidor, cobarde y poco estratega. Un verdadero golpe al culto a los héroes a 185 años de la muerte del Padre de la Patria, este 17 de diciembre

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composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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“Es un error histórico considerar a Simón Bolívar un héroe de las naciones suramericanas. En realidad tuvo un protagonismo nefasto en las luchas independentistas. La historia universal nos engañó al describirlo como alguien que no era y que además había hecho lo que no hizo”… palabras más, palabras menos estas son las ideas que expone y sustente el escritor colombiano Evelio Rosero —Bogotá 1958— en su primera novela histórica, y de más reciente publicación, La carroza de Bolívar. Un título que puede sonar inquietante o escandaloso para algunos lectores pero que, en realidad, cobija una cálida historia de ficción y una contundente critica a la desmemoria colectiva latinoamericana.

Si bien Rosero es un principiante en el terreno de la literatura histórica, su trayectoria como escritor abarca una decena de novelas y cuentos que le hicieron merecedor en el año 2006 del Premio Nacional de Literatura en Colombia. Dos años más tarde, su novela Los ejércitos también fue reconocida con el Foreing Fiction Prize, el prestigioso premio que otorga el diario londinense The Independent al mejor libro traducido en inglés.

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En La carroza de Bolívar el rol protagónico lo asume el ginecólogo Justo Pastor Proceso López, quien desde hace veinticinco años —en sus horas libres— ha intentado escribir la auténtica biografía “del nunca tan mal llamado Libertador Simón Bolívar”.

Una tarea que al permanecer inconclusa lo motivará a presentar una carroza que desmitifique la imagen de “El Padre de la Patria”, en los carnavales de Blancos y Negros de 1966, celebrados en Pasto —localidad colombiana ubicada en el departamento de Nariño y fronteriza con Ecuador. Ese mismo pueblo en el que, en 1822, Bolívar ordenó la primera gran masacre colombiana en venganza por su bochornosa derrota en la batalla de Bomboná.

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O por lo menos así lo afirma el historiador José Rafael Sañudo —1872,1943—, cuyas investigaciones publicadas en su libro Estudios sobre la vida de Bolívar en 1925 aportan los datos históricos fundamentales que le permiten al escritor colombiano argumentar —en las casi cuatrocientas páginas— por qué califica a Bolívar de traidor, cobarde, forjador de victorias que no eran suyas, además de asesino.

Rosero detiene su mirada en varios episodios independentistas como la Batalla de Junín en la que cuenta que Bolívar “huyó del campo cuando creyó perdida su caballería”; menciona la traición a Miranda porque quería “lograr el salvoconducto y el beneplácito de las autoridades españolas” y  el fusilamiento a Piar del quien se hizo creer que quería instaurar la pardocracia porque estorbaba sus planes de coronarse Monarca de los Andes.

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El autor bogotano va más allá y lo responsabiliza de haber dejado el peor legado a la cultura política latinoamericana: líderes que se valen de las necesidades de los pueblos para procurar su permanencia en el poder. “De Bolívar provienen las pequeñas y grandes dictaduras, y todas esas adversas y corruptas administraciones que los más cínicos han llamado países en vías de desarrollo”, sentencia Rosero en su novela.

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Pero La carroza de Bolívar es mucho más que un ajuste de cuentas histórico. La ficción encuentra su columna vertebral en el relato de desamor y frustración entre Justo Pastor y su libidinosa esposa, Primavera Pinzón, quienes entre una atmósfera de violencia desatada por fanatismo ideológico, que puede producir la osadía de una carroza, se darán cuenta que no tienen más oportunidad de amarse y enamorarse otra vez.

Una novela que no solo resulta amena de leer, sino que hace honor a la experiencia de un escritor, cuya prosa ha sido comparado con la del laureado Nóbel de Literatura Gabriel García Márquez y que, además, abre el debate sobre la veracidad del pasado histórico latinoamericano. Una manipulación que se ha ajustado a todo tipo de reivindicaciones sociales.Escribir una novela histórica es un reto para cualquier escritor de ficción porque tiene que alimentar su relato con datos reales, verídicos.

¿En entrevista en El País, España, fecha 26/01/2012, usted declaró que no volvería a realizar una novela histórica, ¿cuáles son los motivos de esa decisión?

La novela histórica implica una responsabilidad de información, por lo menos así lo entendí yo. Hay que respetar los datos históricos, los hechos, el ambiente, infinidad de situaciones que “encadenan” en cierto modo el trabajo de imaginación, el único trabajo al que yo estaba acostumbrado en mis anteriores novelas. Pero creo que logré equilibrar estas dos vertientes con La carroza de Bolívar, es decir la historia, lo que ocurrió, y la otra historia imaginada (…) pero no será mi única novela histórica. La carroza de Bolívar apunta hacia un tema controversial: el rechazo de la historia oficial en lo que respecta la vida y obra de uno de los próceres más importantes del continente.

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¿Usted cree que en algún momento se desmitificará la imagen de Simón Bolívar en Latinoamérica?

No creo que se vaya a desmitificar. Hay que entender que el mito se consolidó a partir de muchos atributos, celestiales y humanos que se le añadieron a Bolívar. Estos atributos, que conforman la cultura de nuestros países, desde la educación primaria, no serán fáciles de destruir, y tampoco me he propuesto semejante utopía, en ningún momento. Sí creo, con firmeza, que cada vez será más revalidado el mito de Bolívar por esas pequeñas-grandes minorías de los pueblos que, poco a poco, pero certeramente, darán cuenta de la verdad de la historia. Rescatando esta verdad, a despecho de las mentiras que se hilvanaron en torno a Bolívar, el porvenir de los pueblos adquirirá más consciencia y una auténtica identidad.

¿Cómo se puede luchar contra la ignorancia histórica  cuando, como usted mismo afirma, “ya no se leen libros”?

No se leen libros, pero en todo caso se lee. Hay quienes leen todavía, a despecho de las telenovelas y las revistas del corazón y del Jet-Set. La formación de lectores es el bien más preciado que ningún gobierno puede descuidar. En nuestros pueblos se descuida porque los gobiernos requieren de ignorantes que no los pongan en tela de juicio. Solo pan y circo, y muchas veces ni siquiera pan. La lectura es fuente de humanismo, de criterio y reflexión. Nuestros gobiernos son mezquinos y no lo entienden así. Se invierte más el erario en la guerra que en la educación, que en la formación de buenos maestros.

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¿Qué opinión le merece esto? ¿Los pueblos necesitan de héroes?

Los pueblos necesitan de héroes, es verdad. Que los héroes, entonces, sean de verdad. Los hay, los tenemos en nuestra historia, y muchos, con todo mérito. Miranda, Mariño, Sucre, Agualongo, etc. Pero que el héroe sea un invento forjado con base en maquinaciones y adulaciones de la historia es una muy triste y grave paradoja. A eso apunto en mi novela. A pesar de afirmar que Bolívar pasó a ser símbolo de todo tipo de causas, Rosero prefiere hablar sobre la realidad que le es más cercana: la colombiana.

Bolívar, el Bolívar real, no el idealizado, sí sería el perfecto estandarte para la guerrilla y los paramilitares y el gobierno. Yo no sé cómo en los actuales “diálogos de paz” cada uno de estos ejércitos se atribuye la representación del pueblo colombiano: ninguno de ellos lo ha representado en justicia, jamás. Si la guerra entre gobierno y guerrilla lleva poco más de 50 años, los colombianos vamos a necesitar de otros 50 años para creer que la paz será verdad.

¿Qué le responde a la calificación de “revisionismo amarillo” que le han dado a su obra, específicamente por incluir aspectos de la vida privada de Simón Bolívar que no son moralmente aceptados, como su gusto por las púberes, por ejemplo?

En mi novela yo no me refiero únicamente a aspectos de la vida privada de Bolívar. También a sus actuaciones políticas, económicas y sociales: solo pensó en él. Jamás en la educación y la industria, en la democracia como un bien ineludible de los pueblos. Me refiero a su pésima actuación militar, pues no era para nada un estratega y en todo momento otros generales lo debieron corregir. La victoria militar no fue causa de Bolívar, sino de otros verdaderamente grandes estrategas como Páez y Piar, como Sucre y Córdoba. Eso no es ficción. Lo que sucede es que a mi novela la controvierten individuos que solo tienen en la mente al Bolívar ideal, al inventado, no al real. Esa es mi decepción como autor.

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Es inevitable preguntarle: ¿Hay algo rescatable en el Bolívar hombre y político?

Hay mucho. Su gran energía, su continuo ideal —y era solo ideal—, de la unidad de los pueblos latinoamericanos ante América del Norte. Pero esto también lo compartieron otros grandes de la independencia, no solo militares sino sabios y estudiosos —Caldas, Mutis— que no fueron indiferentes a la lucha. A ellos sobre todo hay que rescatar para orgullo de las nuevas generaciones de latinoamericanos, empezando desde la educación en las escuelas y siguiendo en las universidades. Nuestra memoria necesita de verdad.

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