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Donald Trump: del capitalismo al racismo salvaje

Magnate hasta la médula, infló una gran fortuna que, por quinta vez, utilizará para conquistar su manido propósito: ser presidente de los Estados Unidos. Su candidatura desató a detractores y no menos imprecaciones luego de que tildara a los inmigrantes mexicanos de traficantes, violadores y ladrones

fotografía: AP images
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Él es el barrigón de los billetes verdes o al menos así lo revelan sus personalísimas arcas —que se desbordan por los 8.700 millones de dólares, mucho más de los 4.100 que calculó la revista Forbes en 2015. Él es el dueño y señor de un imperio que, a punta de ladrillos y tragaperras, coronó en el sector inmobiliario, hotelero y casino. Sí, para colmo la famosa lista de los sujetos más ricos del mundo lo eleva al sitial 405 —pináculo per sé. A despecho de su bisoñé astroso, con ese color dorado trigo lo mismo que rojo pajizo, sus ansias de reconocimiento y agallas lo impelieron a titilar como estrella de la pantalla chica de NBC. Su programa The Apprentice devendría guía para hacer de sus participantes, también protagonistas, jefes y modelos de inversión. Y pobre de aquel concursante que no emulara o siguiera sus consejos de gerente, porque él, sabelotodo, con el tarugo en el cuello, gritaba: “You are fired! —despedido. He aquí las ínfulas y engreimientos de Donald Trump, quien por su platal a lo Rico MacPato —piscina incluida, tenía una impresionante en la que fuera su mansión de 47 habitaciones en Connecticut— se cree ungido o mesías del sueño americano. En sus trece, convencido está de reencarnar y llevar, como Cristo o cualquier otro reyezuelo con cariz de caudillo passé, las glorias de Washington o del Tío Sam. Jura ser el porta avión del progreso porque él —demiurgo del capitalismo que a la zaga de sus decisiones, pactos y convenios la misma alquimia la vuelve oro— sí sabe zanjar negocios. Acaso por eso, decidió postularse como precandidato a las primarias del Partido Republicano para la presidencia de los Estados Unidos. Con inflexión mesiánica, caldeaba a una claque de seguidores o ciegos acólitos que se inflamaba con promesas ya rayadas, escuchadas, holladas. “Estoy oficialmente en la carrera (…), vamos a hacer a nuestro país grande de nuevo”, se ufanó.

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Era martes 16 de junio. La cita tendría lugar en la celebérrima Quinta Avenida de Nueva York. En un rascacielos que rasguña nubes y encofra los delirios de grandeza del mandamás. Simplemente Donald, como gustan llamarlo, escudriñaba sus logros ya con cierto desdén. Es que retomó una meta que incluye hasta al Pentágono. Ha fermentado las fortunas que lo arredran de sus orígenes plebeyos. Los que hubo de sortear el pobre constructor y agente inmobiliario Fred, su papá, para procurarle una cuna burguesa y educación de postín —Universidad de Fordham, con una especialización en la Universidad de Pennsylvania y un MBA en Wharton Business School. A la hora acordada, frente al micrófono del Trump Tower y con cinco banderas de fondo para hondear nacionalismo, se insufló de soberbia una vez más. Es la quinta vez, desde 1988, que manosea su pretensión a la Casa Blanca.

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Como preludio del espectáculo, Ivanka, su hija junto a Ivana Zelnícková, primera esposa, la que despachó con 25 millones de dólares y una manutención de 600 mil luego de que, felón, le montara los cachos y fecundara el vientre de la actriz Marla Maples, se desvayó en un ditirambo a su progenitor.“Hoy tengo el honor de presentar a un hombre que no necesita presentaciones. Es una leyenda en la construcción de edificios. Ese hombre es mi padre. (…) Es un visionario. Es brillante. Es apasionado. Un líder que predica con el ejemplo”. Aplausos en tanto los banderines, vítores y pancartas en la plata baja de la edificación hendían con sus mensajes la calma: “Yo creo en Trump”, “Queremos un país más fuerte”, “Queremos trabajos”.

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Y se hizo el musiú, embutido en un flux azul navy, camisa blanca y corbata roja. Se paró con inusitada tesitura de gallo de pelea para proferir el discurso que, desde entonces, ha sido comidilla en la prensa mundial. Ese en el que renuncia a la pudicia para anunciar su candidatura a la presidencia del país del norte. “El sueño americano está muerto. Pero si soy electo presidente, lo traeré de vuelta mejor y más fuerte que nunca antes. Haremos a Estados Unidos grande otra vez”, dijo nada innovador en los 45 minutos que duró la arenga. Pero amén de las promesas de político reempaquetado, vulgar facundia escupida por todo aquel que ambiciona el palco Ejecutivo del confín más poderoso de América, por ejemplo “reforzar el sector militar, hacerle frente al grupo Estado Islámico en Irak, apoyar el porte de armas y evitar que Irán obtenga armas nucleares”, el autor de los libros, cuyos títulos develan de manera extraordinaria su carácter competitivo, fanfarrón y codicioso, Trump o el arte de vender, Por qué queremos que tú seas rico y Piensa grande y patea traseros en negocios y la vida, desfogó una lista de falsas acusaciones, impetraciones y generalidades rayanas en crímenes de odio. Por el tupé que le confiere su billetera, por el mentís con que desaprobó la gestión del actual gobierno de Barak Obama en materia de salud, migración y trabajo, verbigracia: “No hay trabajo porque China los tiene. Ya no tenemos victorias. ¿Cuándo fue la última vez que alguien nos vio ganar a China en un tratado comercial? Nos asesinan. Voy a devolver nuestros trabajos y voy a devolver nuestro dinero”, el candidato de 69 años embistió fascista contra su vecino de abajo. “México no es nuestro amigo. Cuando nos envía a su gente no nos manda a los mejores. Está enviando gente que tiene muchos problemas. Traen drogas, crimen. Son violadores», pontificó absoluto como si el estado azteca tuviera como política migratoria reclutar y “mandar ciudadanos en pobreza”, como si migrar, errar no fuera tan inherente al humano como rezar. Para rematar, aún sin darse cuenta de lo que decía, hubo expuesto la solución de su boutade. “Yo construiré una gran muralla en nuestra frontera sur y haré que México la pague”. Erigirá, con los mismos ladrillos de xenofobia de Walter Ulbricht y la República Democrática Alemana o los guetos nazis, el contradiós o muro de 3.000 km —medición de la frontera entre las dos naciones.

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Aunque no faltaron los fanáticos que, después del desatino, se excitaron —“Ya tenemos demasiados políticos débiles. Trump es un gran líder que va a demostrar sus verdaderos colores», se avino el joven Weata Femen a la salida del acto—, lo cierto es que las encuestas denotan una realidad nada esperanzadora para el aspirante de marras. En marzo de 2015, 51% de los electores dijo que definitivamente no votaría por él. De igual guisa: “El mes pasado solo 5% aseguró que votaría por Trump en las primarias republicanas”, suscribe un estudio de la Universidad de Quinnipiac, Hamden, Connecticut. La tiene difícil no solo por su eclipsado carisma sino también por la amplia cartera de contrincantes inscritos en el Partido Republicano. Entre ellos un contendiente con ADN patricio: John Ellis Bush, hijo y hermano de expresidentes: George Herbert Bush y George Walker Bush, respectivamente.

Asimismo, la comunidad internacional no tardó en estallar en reproches y apóstrofes. El secretario de Gobernación Interior de México, Miguel Ángel Osorio Chong, increpó al neoyorkino y patrón del Gran Hyatt, de las casas de juego y tahúr inscritas en Trump Entertainment Resort y de la cadena hotelera Trump International Tower & Hotel. “Por supuesto no sabe y no conoce seguramente la aportación de todos los emigrantes, de prácticamente todas las naciones del mundo, que han llegado a apoyar, a respaldar el desarrollo de los Estados Unidos. Particularmente de los mexicanos que realizan un esfuerzo cotidiano y que es reconocido por los propios estadounidenses”. Ciego en la canícula de su soberbia, Donald no se retracta a pesar de que en Estados Unidos residen cerca de 11 millones de inmigrantes ilegales, la mayoría de ellos de origen mexicano. Al contrario, como el azufre al fuego, se incinera al punto de precipitarse sobre aquel que lo critique. Como ejemplo, Univisión, que el jueves 25 de junio dimitió a las transacciones pecuniarias con el acaudalado. “La empresa está poniendo fin a su relación comercial con la Miss Universe Organization, que pertenece en parte a Donald J. Trump, como consecuencia de sus comentarios ofensivos sobre los inmigrantes mexicanos”, soporta una carta de Univisión. Pero él embrolla más los bretes. Como respuesta, al día siguiente, publicó una misiva amenazando a la televisora de demandarla por no transmitir en señal abierta las curvas y contoneos de sus misses. También proscribió de los campos de golf y demás instalaciones del complejo Trump National Doral en Miami a los trabajadores de Univisión. En un acto de infantil venganza le escribió a Randy Falco: “Por favor, felicita a las autoridades del gobierno mexicano por hacer tan espectaculares acuerdos comerciales con Estados Unidos. De cualquier modo, infórmales que cuando yo me convierta en Presidente esos días habrán terminado. Nosotros traeremos puestos de trabajo de vuelta a los Estados Unidos. También estableceremos una verdadera frontera (territorial) y no el hazmerreír de frontera que existe actualmente”.

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No se ha dado cuenta de que el único “hazmerreír” en esta historia es él. Valiéndose de la oportunidad —y cómo no— el antagonista por antonomasia del Partido Republicano se pronunció. El Comité Democrático Nacional, principal órgano de Partido Demócrata, desgranó sarcasmos mucho antes de que Donald aplacara las tembladeras que lo estremecieron mientras peroraba en un podio que desplegaba la frase: “Make America Great Again”. “Trump aporta algo de la tan necesaria seriedad que ha brillado por su ausencia en el campo GOP —Partido Republicano—, y esperamos escuchar más de sus ideas para la nación», rumió la portavoz Holly Shulman. Días después, en Virginia, una de las candidatas demócratas más fuertes, Hillary Clinton, dijo: “Tenemos que mostrar respeto por los demás. Eliminar el lenguaje despectivo, los insultos, los ataques personales donde quiera que se produzcan (…) Estos no son los únicos problemas. Tenemos que condenar la retórica que divide, pero también tenemos que asegurarnos de que la gente se está ocupando de los problemas reales de este país”.

Los problemas de Donald son otros: impopularidad y poco arrastre. Luchará, no obstante, por ganarse los votos. ¿Cómo? Con sus estratagemas de buen negociador. “Lo soy”, subrayó en su mitin. No sea que el pueblo estadounidense al unísono le grite: “You’re fired!”. Botado.

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