«Fratelli d’Italia, l’Italia s’è desta…» El himno nacional se escucha en todas partes a las 6 de la tarde a través de las ventanas de un país encerrado. «Hermanos de Italia, Italia se ha despertado…», apropiadas palabras adaptadas al contexto actual porque, después de insistir en que no había razón para temer a una habitual gripe invernal, un día, de repente, Italia despertó en medio de una pandemia.
Cuando se comenzó a hablar de «coronavirus» era imposible imaginar lo que se nos venía encima. Aun hoy, después de unas tres semanas de aislamiento (hemos perdido la cuenta), creemos estar viviendo en un mundo paralelo que no nos pertenece. Creemos estar soñando y a punto de despertar, pero no es así: la fecha para volver a la normalidad se corre cada día un poco más, sin poder vislumbrar la salida claramente. La horas pasan en un alboroto mental de cuentas: cuántos días, cuántos víveres, cuántos contagiados, cuántos curados, cuántos hospitalizados, cuántos muertos…
¿Qué pasó en Italia?
El macabro récord que detuvo a Italia lleva a un sinfín de preguntas: ¿Por qué aquí? ¿Por qué en el norte? ¿Por qué en Lombardía, que tiene un servicio de sanidad social envidiable?
La primera dificultad para responder y entender qué está pasando reside en el hecho que nos mintieron.
En primer lugar, China, que sabía del mal mucho antes de informar al mundo en enero. Después, las autoridades políticas italianas y las distintas opiniones contrapuestas de los científicos. Si de un lado hubo predicciones apocalípticas, por el otro se quiso minimizar la preocupación y se esmeraron en hacernos creer que se trataba de una habitual gripe estacional (influenza), un poco más severa que otras veces, pero no había ninguna razón para creer que nos iba pasar lo mismo que a Wuhan. Se trataba de un mal que afectaba a ancianos o a personas previamente enfermas, lo cual es cierto, pero no contaron con la rapidez del virus chino para propagarse. Y, como si no fuese suficiente la multiplicación de dudas científicas, los políticos continuaron con sus inoportunas especulaciones ideológico-partidistas.
Así se perdió tiempo. En febrero se fueron tomando varias medidas vagas y a cuentagotas. Hasta que el 26 de febrero apareció el primer caso de indudable diagnostico en un hospital de Codogno, en la región norteña de Lombardía. Y otro caso en Vò Euganeo, en el Véneto. Y en dos días ya eran 15.
El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud (OMS) informó que se trataba de una pandemia. De allí en adelante la multiplicación de números diarios siguió vertiginosa ante el estupor y la impotencia de todo el país, llegando el 25 de marzo a un total general que pasaba de los 74.000 casos registrados y más de 7.500 muertos. Es decir, en apenas un mes, nos convencimos de que lo que está ocurriendo es muy serio, y de que cualquiera puede contagiarse.
«¡Ya no tenemos más tiempo!», fue el dramático llamado del primer ministro, Giuseppe Conte, al ordenar el aislamiento de la ciudadanía y el cierre de toda actividad comercial e industrial no imprescindible.
Italia se pregunta ¿por qué en el norte?
El foco de la epidemia y la que se lleva la peor parte es la zona de Bérgamo. ¿Por qué en el norte? Evidentemente, fue allí donde llegó el primer contagiado de China, aunque no se sabe quién pudo haber sido, ni si llegó directamente del país asiático ya que entre ambos países hay un intenso intercambio comercial, o si se había contaminado en algún otro país de alguien procedente de Wuhan.
Como quiera que hayan sido las cosas, lo cierto es que las regiones de Lombardía y Véneto son las más industrializadas y pobladas de Italia y la circulación del Covid-19 encontró un terreno fácil para atacar.
Si se considera que la incubación de este virus puede durar hasta 15 días, un importante foco de infección -«bomba virológica», lo calificaron algunos- fue el partido de fútbol celebrado el 19 de febrero en el estadio San Siro de Milán, entre el Atalanta y el Valencia, presenciado por público proveniente de ciudades cercanas y de España. Ahora se entiende que no se habría debido permitir el juego o que al menos debió haberse realizado a puertas cerradas, pero ocurrió durante aquella tendencia a evitar el pánico. Esos días de aquel -¿ingenuo o irresponsable?- «no es la peste bubónica, no vamos a paralizar el país por una gripe», en el que caímos todos.
¿Por qué la situación se escapó de las manos precisamente en Lombardía, que tiene el mejor servicio de sanidad pública de Italia?
No faltan las críticas por las carencias sanitarias demostradas en esta ocasión, pero hay que tener en cuenta que el servicio es impecable en situaciones «normales» y que es muy difícil responder con la misma efectividad cuando el contagio aumenta en progresión geométrica y hay un numero desbordado de pacientes que necesitan ser ingresados, en hospitalización o en terapia intensiva, todos al mismo tiempo.
Las cifras de 2018 indican que en Italia (60,48 millones de habitantes) las estructuras de hospitalización públicas son 518 y las privadas 482, con un total que pasa de 192.000 camas (3,2 x 1.000 habitantes), cifra baja para los estándares europeos y que demuestra una disminución respecto a años anteriores debido a cortes presupuestarios a la sanidad.
La distribución varía en cada región, porque el sistema sanitario público depende de la administración regional. Está claro que la peor parte en cuanto a preparación se la lleva el sur, donde las cifras del Covid-19 son muy inferiores a las del norte, pero persiste el gran temor de que la pandemia pueda aumentar en las zonas meridionales.
«La bomba del coronavirus va a estallar en el sur y aquí será un infierno, estamos al límite de lo sostenible», aseguró el presidente de la región de Campania, Vincenzo De Luca, alarmado porque no le llegan los equipos necesarios para enfrentar a la enfermedad.
Mayoría desprevenida
El Covid-19 tomó desprevenidos a los italianos. El gobierno es criticado por el manejo de la situación pero nunca antes, desde la «gripe española» de 1918, se había vivido algo tan inesperado como veloz es su agravamiento.
Italia tiene una trágica experiencia en desastres naturales, por lo que el cuerpo de Protección Civil está altamente calificado para enfrentar situaciones de emergencia. Pero esta vez los mismos funcionarios no tienen los medios necesarios, ni una absoluta libertad de acción porque ellos mismos son vulnerables al contagio, como de hecho ha ocurrido.
El aislamiento de la ciudadanía permite salidas solo para ir a trabajar o a consultas médicas (debidamente justificadas en ambos casos), a la farmacia y a los expendios de alimentos. Lo primero que se busca para poder salir algo más tranquilos son las mascarillas protectoras, imposibles ya de conseguir.
Surge la pregunta: ¿cómo es posible que en un país altamente industrializado no se produzca algo tan elemental como las mascarillas? La respuesta es casi irónica: se importan de China.
De hecho, cuando se empezaba a hablar de la epidemia en China circularon en las redes las fotos de lo que parecía un chiste: las mascarillas que llegaban a Italia como precaución tenían en su etiqueta de procedencia precisamente a la ciudad de Wuhan.
La explicación es que en situaciones normales la producción y venta de mascarillas no es muy rentable, por lo que resulta más fácil y barato importarlas de algún país asiático, con la consecuente baja calidad.
Ahora todos hemos aprendido a hacerlas. No serán perfectas, pero ayudan: basta tener papel de horno, telas de trama espesa, tijeras, engrapadora o aguja e hilo, y elásticos (no imprescindibles, depende del modelo).
En el caso de los hospitales la velocidad con la que se llenaron de enfermos determinó que se agotaran no solo las mascarillas, sino todo el equipo protector (guantes, batas), poniendo en serio peligro de contagio al personal médico que también es víctima fatal de esta tragedia: ya pasan de 30 los fallecidos.
Y más importante aun, no son suficientes los respiradores automáticos, imprescindibles porque la enfermedad ataca severamente a los pulmones. Fábricas como la celebérrima automotriz Ferrari pusieron su maquinaria a disposición para producir partes de esos ventiladores pulmonares, mientras llegaban los importados, mayormente y como siempre, de China.
Las cifras de las bajas son impresionantes, pero en cada boletín emitido se aclara que no necesariamente es el Covid-19 el que mata, muchas personas mueren por enfermedades ya existentes en el momento de contagiarse. El virus les agravó el cuadro clínico. Esto también explica por qué la gran mayoría de fallecidos son ancianos.
Las mejores precauciones en Italia y el mundo
Existen varios medicamentos que, de manera experimental, se han aplicado a contagiados con buenos resultados, pero todavía no se puede hablar con certeza de un remedio, ni de una vacuna. Por ahora, se insiste en la precaución y la mejor es evitar el contacto, el aislamiento social total, una medida cuyos resultados positivos podrían comenzar a verse esta semana, ya que podría llegarse al pico después del cual comienzan a descender los contagios. El #iorestoacasa, es decir, #yomequedoencasa, es drástico, pero necesario.
Además, por supuesto, de una meticulosa higiene que incluye lavarse las manos con agua y jabón.
En los supermercados de Italia se exige el uso de mascarillas, aunque sean improvisadas. Y con los guantes no hay mayor problema, acá siempre es obligatorio usar guantes de plástico desechables, que se recogen junto a las bolsitas, cuando se va a manipular frutas o verduras.
Es impresionante ver las principales ciudades italianas, siempre tan llenas de turistas, completamente vacías.
La cuarentena obligatoria se está cumpliendo satisfactoriamente en Roma, pero no en todas partes es igual. Hay muchas personas que todavía no cumplen a cabalidad con la disposición. Es frecuente la polémica porque muchos consideran que el encierro en casa es un atentado contra las libertades individuales. No entienden que en una situación tan caótica y desesperada es el único modo de protegerse y de no contaminar a otros, porque no se sabe cuántos contaminados puede haber que desconozcan su condición. No todos terminan en el hospital, muchos tienen el virus, se enferman, se curan en sus casas de manera sencilla y aun no se han enterado de que son positivos al Covid-19.
El gobierno se ha visto en la necesidad de aplicar sanciones a quienes no cumplen con el aislamiento, con multas que van desde 400 a 3.000 euros, y con la cárcel a quienes, siendo positivos al coronavirus, salen de sus casas.
La pandemia es una desgracia que no solo está atacando la salud y la vida de las personas, sino que deja por los suelos a la economía del país. Día a día se estudian medidas para ayudar a la industria, el comercio y todas las actividades que se han visto obligadas a paralizarse.
La situación es realmente grave, es difícil saber cómo manejar tantas cosas a la vez, pero no menos difícil es planificar cómo será el post-coronavirus.