Investigación

Enfermedades mentales: el país acentúa la verdadera locura

Tocados, herejes, brujos. Muchos sobrenombres han tenido las personas con trastornos mentales, producto de la ignorancia colectiva. Mientras los informes oficiales ocultan las estadísticas nacionales, quienes sufren los monstruos de su propio cerebro pierden la cabeza por la escasez de medicamentos y camas hospitalarias

Composición fotográfica: Mercedes Rojas Páez-Pumar
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Si algo tienen en común Fernando Romero y una luciérnaga es la intermitencia. Como el ir y venir de una luz que prende y apaga son sus ideas, su proceder. Incluso siendo adolescente, los destellos de su psiquis no pasaron desapercibidos. “Era brillante desde el bachillerato, excelente”, recuerda su hermano Jhonny. Así como lo percibió en su máximo esplendor, fue testigo del lado oscuro de su luna, en el que guarda una faceta de derroche, diversión y engaño. “Se iba a discotecas carísimas en el CCCT y gastaba hasta lo que no tenía. Con una labia que afinó en unos cursos que hizo, convencía a todo el mundo de que tenía plata”, dice su hermano. Más de una vez, sus familiares tuvieron que saldar las deudas que Fernando contraía en locales y casinos de Caracas. También fueron más de una las que llegaba a casa con varios whiskies encima. La muerte de su padre fue su punto de quiebre, el que lo sacó de su vaivén mental y lo llevó a un psiquiátrico. “Allí nos enteramos de lo que pasaba. El médico nos dijo que tenía trastorno bipolar, doble personalidad”, dice Jhonny.

Unos días, Fernando es “el de siempre”, vende casas y apartamentos, duerme sin perturbarse. Es quien todos conocen gracias a los anti psicóticos a los que está medicado. Otros, desespera ante la persecución de su propia sombra y teme de sus familiares más cercanos. Es común que no concilie el sueño si no toma su pastilla. No conseguirla en farmacias es una invitación a la recaída. En el mejor de los casos, su familia halla los anti psicóticos por medio del Seguro Social, pero no siempre ocurre. Ahí es cuando las sombras lo envuelven a él y a su entorno.

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Fernando es una de las 700 millones de personas en el mundo que sufren desórdenes mentales y neurológicos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El organismo de las Naciones Unidas también apunta que tres de cada cuatro personas en países en desarrollo son como él: no reciben el tratamiento ni la atención adecuados por razones diversas, lo que podría llevarlos a desgastes físicos y psicológicos.

Más allá de las cifras de organismos internacionales, la cantidad de individuos con trastornos de esta índole en el país es desconocida. El psiquiatra Rubén Regardiz colaboró en la dirección general de programas de salud del Ministerio de Salud a finales de la década pasada y confiesa que los últimos registros datan del año 2007, y los reportes del 2010. En la página oficial del ministerio no existen, y en sus informes públicos tampoco. “Actualmente, hay información muy escueta del tema, pero hay estudios de 2013 que nos hablaban de que 43% de todos los adultos padecen de trastornos mentales generalizados en Venezuela y entre 10 y 22% ha tenido algún episodio de estrés postraumático”, explica el psiquiatra. También se desconoce si se han hecho virales, pues la Red de Sociedades Científicas Médicas de Venezuela indicó en 2010 que hasta 1993 se publicó la vigilancia epidemiológica en enfermedades mentales en Venezuela. Según la Memoria y Cuenta 2014 del Ministerio de Salud, 1.924 personas fueron atendidas en centros psiquiátricos oficiales de larga estancia, en promedio.

Para el psiquiatra y director de la Fundación Humana, Pedro Delgado Machado, existe un “silencio absoluto” de instituciones oficiales, que evidencia el “pobre seguimiento” de las estadísticas de salud en el país. Los 11 hospitales psiquiátricos y 78 centros de atención ambulatoria registrados en el Informe sobre el Sistema de Salud Mental en la República Bolivariana de Venezuela hecho por la OMS en 2013 son insuficientes para el director de la fundación: “Los sitios que quedan están abarrotados. En muchos casos se dan citas para dentro de tres, cuatro y hasta cinco meses. Antes se sabía cuántas camas hospitalarias había, ahora ni eso”. Delgado afirma que el problema parece ser de oferta, pues asevera que la demanda sigue siendo promedio, aunque ha visto un incremento en la última década. El informe lo corrobora: en los últimos cinco años, la cantidad de camas ha disminuido en 42% dentro de los hospitales criollos.

En el Centro de Salud Mental El Peñón la caída supera ese porcentaje. De acuerdo con el director de la institución, Daniel Grau, de las 50 camas disponibles que ofertan, solo 10 están operativas. Luego de recorrer un sendero de concreto irregular, los colores desgastados de las fachadas del ambulatorio se notan entre la maleza, que crece al mismo paso que la desidia. El mismo escenario se presenta en los espacios donde están internados hombres y mujeres por separado. La luz solar no entra al centro masculino por tres de las seis ventanas frontales, porque están cubiertas con cemento. El director reconoce las filtraciones que, como la maleza, invaden la casa de madera que una vez perteneció a Marcos Pérez Jiménez –donde se encuentran las oficinas administrativas– y ahora dejan huecos en paredes, pasillos y techos del recinto.

Allí nadie habla sin autorización, todo pasa por el filtro administrativo. Nelly Puerta es enfermera auxiliar en el área de Emergencias y tiene 16 años trabajando en el centro. Con su mejor disposición, se quita la comida de la boca para llevarla al psiquiátrico cuando no hay. “A pesar de todo, el paciente sale tranquilo. Si van a hospitalizar a alguien, uno le advierte que no tenemos medicamentos y ellos los traen, también traen su comidita”, explica. Todo voluntariamente, apunta el director, quien espera que un presupuesto adecuado a las necesidades más notorias sea aprobado.

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Según la Memoria y Cuenta 2014 del Ministerio de Salud, se asignaron Bs. 90.077.198 para el desarrollo del proyecto “Humanización de la atención en salud mental para la paz y la vida sana”, que se realizaría en aquel centro del municipio Baruta y el Hospital Psiquiátrico de Caracas, “a fin de dar herramientas a toda la población que mejoren las condiciones de atención del enfermo mental, el manejo de los hechos violentos y accidentes de todo tipo”. Sin embargo, no se le ve el queso a la tostada en aquel nosocomio del este de la capital. Fallas en el trasporte de pacientes, escasez de personal y medicinas y la infraestructura olvidada siguen incidiendo en su buen desenvolvimiento. Grau explica que el modelo de atención comunitaria está en marcha: torneos de “pelotica de goma”, asambleas, áreas agroecológicas y demás actividades contribuirán a la “desmanicomianización” de la salud mental y alejará a las personas de los trastornos de la psiquis.

Con cada vez menos camas hospitalarias a nivel nacional, Rosalía Taccarelli, del Centro de Atención al Esquizofrénico y Familiares (Catesfam), tuvo la suerte de conseguir una para su hija Angélica en el Hospital San Juan de Dios del estado Mérida. “Mensualmente gasto alrededor de 40 y 50 mil bolívares por tenerla allí. No hay seguro en Venezuela que cubra la esquizofrenia en este sentido”, admite. Su vida se dividió en antes y después del diagnóstico de la enfermedad que padece en cuerpo ajeno desde hace 14 años. Delirios y alucinaciones han llevado a Angélica a hospitales en varias oportunidades y a su madre al viacrucis diario por la prescripción necesaria para evitar recaídas. “Las medicinas son complicadísimas de conseguir. Me las han traído hasta de Alemania porque acá no había. La caja de Leponex cuesta 100 dólares en Estados Unidos y ella necesita seis cada mes. El Estado siempre las trae subsidiadas pero, cuando no, tengo que comenzar a llamar a todo el mundo”, alega Taccarelli.

Doctores y pacientes no escapan de los azotes económicos del país. “La situación nacional actual y todo lo referente a la escasez de medicamentos nos complican la práctica médica con los pacientes crónicos”, asevera Regardiz. Prescribir récipes se ha convertido en “una penuria” con los altos costos de las medicinas, que cada vez se ven menos en el mercado venezolano. Delgado concuerda con su colega y afirma en que hay algunas que están “casi criminalmente desaparecidas”: “Un Estado que tiene control de cambio debe estar totalmente encargado. Acá no hay materia prima para producirlas, sino que se compran en dólares”, explica el director de la Fundación Humana.

La cabeza del Centro de Salud Mental del Este El Peñón no culpa al Gobierno, sino reconoce las acciones que, a cuenta gotas, se ven en el sector, como la aprobación de 16 millones de bolívares para la restauración del Hospital General Dr. Victorino Santaella Ruiz en los Teques, enmarcada en el plan Hipócrates: “Las acciones se están viendo y esperamos que estemos dentro de la segunda fase. Sabemos que la guerra económica se está incrementando en el país y eso hace mella en la salud, en el desabastecimiento y altos costos de medicinas. Llega poco, pero llega”, explica Grau.

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La escasez paga y se da el vuelto cuando envuelve las perturbaciones de la psiquis. Todo parece quedar en casa, causas y consecuencias incluidas. “Se sabe que en las sociedades, a medida que pasan por problemas serios, aumenta la incidencia de estas enfermedades. Para nadie es un secreto que Venezuela está pasando por una crisis social, política y económica que se ha ido acentuando con el tiempo. Esto hace que aumente el estrés ambiental e impacte en aquellas personas que son vulnerables”, explica Delgado, quien apunta que uno de cada cuatro venezolanos necesita apoyo o ayuda psiquiátrica actualmente, independientemente del trastorno.

Tanto Delgado como Regardiz coinciden en que aquel estado de bienestar del que habla la OMS al referirse a la salud mental se ha desdibujado, incluso se ha vuelto “utópico”, dice Regardiz. “Ya estamos viviendo un problema de salud pública a nivel mundial y en el país. Es un inconveniente muy serio que pareciera una locura colectiva. Cada vez hay más enfermos fuera del sistema, pareciera un pandemónium”, se lamenta.

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