Moda

Graciela Martin Mellior: Antichrista

Odiada y amada en la artesanal esfera de la moda venezolana, esta caraqueña “d.o.c.”, que ha asistido en Europa a desfiles de alta ralea, hace un año decidió izar bandera de conquista en la capital del Reino Unido para afilar aun más sus tijeras como periodista de moda. Aunque empezó desde el principio de las escaleras, ya lleva varios rellanos en revistas de culto como Love, System, The Gentlewoman

Fotografía: Alberto Hernández
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Estas líneas se escriben el día preciso de su cumpleaños, quizá por la fuerza del destino que empuja las máquinas a actuar bajo influjos desconocidos, quizá porque la relación con el personaje es tan profunda que existen hilos invisibles entre una mente y la otra. El hecho es que la otrora coordinadora editorial en Venezuela de revistas de lujo, productora general de editoriales de moda y campañas publicitarias, a la cabeza de una publicación digital que no permite concesiones –en consonancia con su nomenclatura: Descodido–, Graciela Martin Mellior, mujer cada vez menos temperamental, hija mal encarada de padres educados en Suiza, nieta de una de las damas más elegantes que tuvo Caracas, Marietta Toledo, hermana de un cocinero muy querido en París, amante de cuanto animal se le atraviese a la vera del camino —tanto que su casa trocó pequeño zoológico—, es capaz de poner cara de asco ante un vestido que la concurrencia aclama, de darle la espalda a una propuesta que no alcance su mínimo indicador estético, de despachar con un sarcasmo bien formulado, incluso brusco, a señoras criollas consideradas poderosas relacionistas públicas, y de seguir adelante —en jeans, franela y zapatos bajos— con sus conceptos morales de esteta rebelde. Sin embargo, no le importó comenzar desde cero, porque su amor, su pasión, su fruición por la moda es tal, que para ella mejor cola de león que cabeza de ratón.

Fue a Inglaterra hace un año, a cursar un master en periodismo de moda en el estricto London College of Fashion, que no en Brivil ni en Parsons, como el corriente. Desde entonces ha probado las hieles que ahora le permiten reconocer los distintos sabores de la miel: pasante, asistente cuatro, asistente tres, asistente dos… simplemente “Graciela”, la que en Caracas levantaba el teléfono y María Luisa Poumaillou le decía que sí, que le concedería extensa entrevista; la que en Cartier, Roberto Coin, de GRISOGONO, you name it, conseguía las joyas más rutilantes para portadas hechas en los exteriores desafiantes de un campo de voleibol en pleno Petare; la que fue capaz de conversar con los directores creativos de Bally, la firma suiza de marroquinería de lujo, para publicar la primera entrevista de ellos en un medio impreso venezolano… pero también la que no tiene empacho en decir una cruda vulgaridad gracias a su más que negro humor, o la que no se sentía a menos por tener que ir a buscar el catering en su propio carro, bajar la cava al set, servir agua, apoyar a la editora de moda, tolerar el látigo del jefe, tragar grueso y (medio) sonreír. Total, al cabo de una semana, estaría en París o en Londres entrando por la puerta grande de las marcas internacionales que les habían suscrito invitaciones personales. Y allá está, en la ciudad de la reina Isabel, con el mismo tesón, sumando de a poco un éxito tras otro; con su padrino Panos Yiapanis, el gran editor de moda chipriota por el que se pelean las revistas cutting-edge de Europa, y con su hada madrina Penny Martin, quien sin ser pariente suya sino la editora en jefe de la admirable revista The Gentlewoman, la ha impulsado a hacerlo cada vez mejor: “Graciela, ni se te ocurra agarrar los regalitos que están debajo de la silla. Eso es de lo último”, le dice su homóloga de apellido en la tenida de Tom Ford. Y ella le responde, jugandito en serio: “Tranquila, Penny, yo sé que eso es de fashion bloggers”.

Hace unos días estuvo en Moynat, la recién rescatada manufactura de carteras más bellas del mundo, la nueva maison consentida del holding privado de Bernard Arnault, y el mismísimo presidente de la marca fue a hacerle el tour por la tienda parisina en Rue Saint-Honoré. Pues Miss Martin Mellior atendió la invitación muy agradecida, muy honrada, muy colocada, incluso dudando de si sería él en verdad; pero cuando lo comprobó, tampoco fue que brincó a tomarse fotos, brazo al hombro o cachete con cachete como harían sonrientes los pajarracos o cacatúas de este país. Porque puede que ella ahorita esté abajo –aunque todo parece indicar que más bien está a la mitad del camino–, pero sabe que pertenece a las alturas de la excelencia, y mejor irlo demostrando antes que dejar una estela de ese nativismo tropical que tan poco se parece a su cultivado espíritu.

¿Qué estás haciendo en Londres?
Desde que estoy acá, he estado conociendo gente con la que colaboro en editoriales de moda y publicaciones independientes. La intención es aprender todo lo que pueda. Más que en un salón de clases, aprendes saliendo a la calle a hacer tú mismo las cosas. A la vez, he estado ganando experiencia de trabajo con gente de la industria como Panos Yiapanis, un estilista increíble, y más recientemente en la revista The Gentlewoman.

En Caracas estabas la mitad del tiempo en jeans y franelas. Lo mismo suponemos que en Londres. Sin embargo, tal parece que eso poco te preocupa. ¿La moda puede ser tan bipolar? ¿Es eso la moda, una Cenicienta?
Depende de cómo lo veas. En la foto que acompaña este artículo estoy bastante maquillada, con zarcillo de Gabriel Zimmerman y demás, ¡pero eso en mí es una rareza! Mi estilo es y siempre ha sido muy sencillo. Nunca he sido mujer de maquillaje y tacones. No me gusta la idea de que el maquillaje sea para “mejorar” tu aspecto. Sencillamente, los tacones me fastidian. Por suerte soy alta.

Por mi trabajo tengo que pensar en ropa todo el día, investigar de moda, armar looks y moodboards; entonces, cuando me toca elegir lo que me voy a poner, no me preocupo. En Venezuela hay un mito loco de que la gente de la moda tiene que estar de marca y con una producción encima todo el día. La gente que de verdad trabaja en esto no tiene tiempo para eso. Panos Yiapanis anda de franela y pantalones cargo recortados; y mi actual editora, Penny Martin, jamás ha entrado en tacones altos a la oficina. Patrick Demarchelier trabaja de polo, jeans y zapatos deportivos. Las únicas producidas son las modelos durante el shoot. Es muy wannabe eso de andar tan emperifollado. Si no eres Anna dello Russo, no juegues a serlo.

¿Cuál ha sido hasta ahora la experiencia más difícil durante tu trabajo en las importantes revistas para las que colaboras en Londres?
Solo he colaborado como periodista en la revista Dash. Lo más difícil siempre es distribuir el tiempo entre las distintas cosas que estoy haciendo. El ritmo de Londres es acelerado, los minutos vuelan. El postgrado requiere dedicación, y en las épocas en que he estado asistiendo en shoots no hay tiempo para nada. Cuando estamos preparando piezas para fotos con Panos, hay que tener mucha capacidad de solucionar en el momento; y ahí, eso del venezolano que está acostumbrado a ser “todero” y resolver como sea, me ha resultado muy útil, pero hay que insistir.

Midiendo esa experiencia de primer mundo con la caraqueña, cuando coordinabas revistas y editoriales de moda, ¿qué aprecias de esta última, tan tropical?
Hay aspectos que no son tan diferentes y hay otros que sí. Aquí en los editoriales a veces también hay que correr, a veces se trabaja con las uñas y algunas veces hay informalidades. Una de las primeras cosas que noté cuando comencé a trabajar con gente de la industria de aquí, es que muchos de los más “inalcanzables”, mas no todos, son personas sumamente humildes y sencillas. Tratan a la gente con mucho respeto. Los asistentes no son menos que nadie. Y recordé cómo en Venezuela muchas personas, que solo son conocidas en un pequeño círculo nativo, tienen a los demás a menos a partir de sus ínfulas de rockstar. Los venezolanos tienen que caerse del cocotero, como dices tú. El ejemplo más reciente fue cuando estuve en la casa Moynat, en París, para hacer un reportaje de la marca, y el mismísimo presidente, Guillaume Davin, quiso darme un recorrido personalmente. Fue tan sencillo y amable que yo tenía dudas acerca de quién era.

Entrevistaste a María Luisa Poumaillou, y entre las maravillosas eurekas que te soltó, estuvo la de: “Hay dos grandes estéticas en cuanto a la forma de vestirse: una es Balenciaga y otra es Prada”. ¿En Londres, al menos para los estilistas y revistas para quienes sumas tu talento, es así de radical y divisorio? ¿O acaso has notado que ha surgido una suerte de híbrido, propio de esta segunda década del siglo XXI?
Creo que depende bastante de la publicación. Pienso que no es tan divisorio a la hora de presentar moda en las revistas. Hay muchos estilistas buenos que hacen cosas maravillosas con la ropa. Tal vez algunos presentan una estética más inclinada por una o por otra corriente, pero sin duda hay muchos híbridos y variedades. Es evidente que esas dos estéticas han influenciado muchísimo a los editores. Creo que ahora quien lleva esa batuta de la primera es Céline con Phoebe Philo. Será interesante ver qué pasa ahora con Ghesquière al mando de Vuitton, sobre todo después de haber sido liderada por Marc Jacobs que era más estilo Prada.

No te pienso pedir que me digas cuál es el mejor estilista con quien has trabajado para no comprometerte, pero, dime, ¿qué particularidades encuentras en cada uno de ellos que te asombran?
Sin reservas te puedo decir que es Panos Yiapanis. No he asistido a tantos estilistas, pero sé que aunque lo hiciese en el futuro, haber trabajado con Panos siempre será una de las experiencias más especiales de mi vida. No solo porque fue el primero en abrirme las puertas y darme la oportunidad, sino porque que nadie hace lo que hace él, su talento es inmensurable, su estética es muy particular.

Para ilustrar un poco la idea: en el shoot de la revista System, una de sus editoras, Alexia Niedzielski, no podía creer que había un equipo de gente cosiendo, pegando, armando piezas únicas ideadas por él para mezclarlo con otras. Había un taller completo en el set. Ella dijo: “Yo jamás había visto un estilista con todo esto”. Además, tampoco estás seguro de qué va a hacer Panos con todo aquello. Y en su arsenal de piezas hay desde una camiseta de un mercado de pulgas y un corsé hecho (por él) de tirro, hasta un saco de pulseras Hermès. Lo cual aniquila ese mito de que necesitas ropa de marca para hacer un buen styling.

¿Qué piensas cuando vas a buscar piezas en grandes talleres y te acuerdas de las veces que tuviste que ir a cuchitriles aquí en Venezuela para dar con (siquiera) algo interesante?
Cuchitriles hay en todas partes del mundo y a veces, aquí en Londres, en los cuchitriles consigues las cosas más interesantes. Si estoy asistiendo a un estilista o en revista importante, las marcas mandan todo al estudio, rara vez hay que ir a buscar las piezas. Y después, con la misma, todo se envía de vuelta. Sí, y cuando llegan esas cajas y bolsas llenas de ropa maravillosa ¡es increíble! Provoca quedarse con todo.

Ya tu nombre ha aparecido en revistas como Love, System y The Gentlewoman en calidad de asistente. ¿Tu meta es trocar editora de moda, stylist, o qué?
Mi meta, por ahora, es aprender todo lo que pueda, ser una esponja. Y, sí, que esas herramientas luego me permitan tener una carrera exitosa como editora y stylist.

¿Cuál será el futuro de la moda? ¿Volveremos a la producción para las ultra élites; se agudizará lo masificado; los chinos ganarán terreno; la línea se superpondrá al color; aparecerán más y más vestidos extravagantes que emulan bistecs de carne?
Creo que hay un poco de todo eso, pero esperemos que no sean más vestidos de bistecs. Se dice que últimamente la alta costura está cobrando fuerza. Las cadenas de fast fashion copian tan rápido los diseños de las pasarelas, que los que tienen gran poder adquisitivo no quieren una pieza ready-to-wear —que tiene infinitas imitaciones. Están buscando una exclusividad total. Lo del fast fashion es increíble: hay cadenas que en dos semanas ya tienen su versión del último vestido Prada en tienda. Evidentemente la calidad no es la misma, pero hay piezas muy bonitas que, como decimos en criollo, “meten el paro”.

Lo masificado se agudiza cada vez más, pero, a la vez, hay mucha gente que busca alejarse de eso. Creo que han aumentado las personas que prefieren invertir en un estilo, con piezas clásicas y elegantes, que aquellas que quieren estar en esa onda ultra trendy de comprar lo mismo que todos tienen porque está “in”. Las tiendas de high street viven atiborradas, eso por ahora no va a cambiar. Aunque a veces hasta con la ropa de marca sucede: en un fashion week es común ver varios a personajes con la misma faldita Givenchy o los últimos zapatos Miu Miu; la diferencia es el precio.

Bumerang:

Desayuno en Londres: The Breakfast Club en Spitafields.
Merienda en Caracas: Gourmet Market o Las Nieves, como en nuestros tiempos trabajando juntos.
Cena en París en: Mariette, évidemment.
Visita en Sidney: a mi prima hermana Isabella.
Estancia en París: en casa de mi hermano Alfredo.
Cartera favorita: tal vez Moynat. Vi un tote reversible fantástico, entre otras mil maravillas.
Reloj favorito: aún no lo he decidido.
Perfume insustituible: Chance de Chanel. Fue el último que me regaló mi abuela.
Joya preferida: unos zarcillos de los años 70 que eran de mi abuela Marietta. La misma que me regaló el perfume.
No hay café como: el de Expresso Base, un pequeño stand de un señor italiano afuera de una iglesia en Bloomsbury way.
Leer: Amélie Nothomb. Amé el libro que me regalaste, Diario de Golondrina, y quisiera leer más obras de ella.
La frase que más repites: Sorry!
Acabas de descubrir: que aunque parezca sorprendente, los ingleses y los venezolanos a veces no son tan distintos.

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