Política

Llegar a Caracas, como sea, para marchar

Atravesaron peajes y alcabalas, sortearon malandros y bombas lacrimógenas y algunos hasta estuvieron hospitalizados. Esta semana trasladarse hasta Caracas tuvo visos de épica y odisea, pero no importó. El objetivo, a cualquier precio, era participar en la Toma de Caracas, la marcha convocada por la Mesa de la Unidad para exigir un referéndum revocatorio

Composición fotográfica: Andrea Tosta
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Cargan consigo únicamente lo esencial. Un morral con un cambio de ropa, agua y algún tentempié para el camino; que no es sencillo. Por un lado el sol hace de las suyas, y por el otro los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado aprovechan cada oportunidad para tratar de espichar la burbuja del entusiasmo. Los retienen, requisan y revisan una y otra vez sus antecedentes penales. Los diputados que vienen desde Anzoátegui más de una vez debieron soportar el efecto de los gases; pero a quienes decidieron emprender la marcha desde el interior del país para participar en la Toma de Caracas nada los arredra. Tienen suficientes planes de contingencia para abarcar todas las letras del alfabeto.

La marcha no comenzó hoy en alguno de los puntos señalados por la Mesa de la Unidad Democrática. En varios casos empezó hace más de una semana, con el objetivo de claro de hacer presión para que las autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE) anuncien el cronograma del referéndum revocatorio y que la elección se realice, como si de eso dependiera la vida o la muerte, en 2016.

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El tiempo es oro

César Dávila hizo caminatas diarias de entre 70 y 80 kilómetros, desde el 27 de agosto. Equivalen a más de 12 horas de marcha todos los días para cubrir la distancia que hay desde el estado Portuguesa hasta Caracas. Antes de salir, junto con sus dos compañeros de viaje Anderson Pérez y Abraham Moreno, armó la ruta utilizando Google Maps. Previeron número de kilómetros diarios, paradas para comer y descansar y tiempos de viaje; pero la realidad del país les explotó en la cara. En el primer peaje los retuvieron 40 minutos, les pidieron los papeles, revisaron sus mochilas y los radiaron. Al llegar a Chivacoa de nuevo los volvieron a retener. Necesitaron la mediación del diputado Biagio Pilieri para que los dejaran continuar, pero no por la autopista. Tuvieron que atravesar Cocorote, en Yaracuy, para poder llegar a San Felipe. “Hubo un día en el que nos pararon no menos de 12 alcabalas. Nos quitan tiempo. Todos los días a las 3:00 pm creíamos que no nos iban a dar los tiempos, o que se nos iba a hacer de noche y eso fue algo que tratamos de evitar desde que nos planificamos”.

El tiempo que pasaron de alcabala en alcabala les quitó la pausa para el almuerzo y el descanso. Comían cualquier chuchería por el camino. O la comida típica de carretera: pan, empanada, chicharrón o arepa. Cualquier cosa que les permitiera comer y caminar al mismo tiempo. El plato fuerte y el reposo solo eran posibles de noche, en la casa de quien se ofreciera a darles posada, a quienes habían contactado desde Acarigua.

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“Mi miedo era quedarnos solos, pero eso no pasó. Hubo una señora que nos vio un día y nos mostró su apoyo. Al día siguiente nos volvió a encontrar y caminó con nosotros 15 kilómetros. Otro día se nos unieron seis jóvenes vestidos de blanco”. Por seguridad y por logística, en Barquisimeto los tres portugueseños se unieron a las cuatro personas con discapacidad motora que salieron en silla de ruedas para Caracas.

La concejal de Palavecino, Marianny Linarez, venía en el grupo de dos ruedas, en la iniciativa que llamaron Rodando por Venezuela. Explica que de ser por ellos habrían hecho todo el camino en sus sillas, pero los tiempos no daban para completar 450 kilómetros. “No queríamos que fuese una cruzada maratónica. Teníamos que tener conciencia de nuestra salud, y nuestro objetivo era invitar a la gente a activarse. Mostrarles que si nosotros podemos ellos también”. Linarez estaba orgullosa de haber entrado a Aragua, estado en el que los habían amenazado diciéndoles que no podrían entrar pero lo resume en que se las ingeniaron.

Pese a todo, la concejal la tuvo difícil el lunes en la noche. Se descompensó, piensa que por efecto del sol, y hubo que hospitalizarla durante tres horas para hidratarla y estabilizar su tensión, pero el martes salió de Naguanagua como si nada. Ayer en la mañana entraron rodando a Caracas.

Dávila no sabe dónde se quedará, pero su plan es quedarse en Caracas los días que hagan falta hasta que el CNE se pronuncie: “Espero que este sacrificio valga la pena. Dejé a mi mamá angustiada, pero yo prefiero entregar todo por un sueño, a seguir viviendo en esta Venezuela”.

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Entrenamiento de campaña

La ruta desde Anzoátegui estuvo bajo permanente asedio. Sonia Alcántara, de El Tigre, apenas comenzaba su recorrido cuando una alcabala de la Guardia Nacional la obligó a deshacer el morral que para entonces tenía pocas horas a su espalda. “En la entrada de Barcelona, en el peaje de Mesones, nos hicieron sacar toda la ropa y sacudirla. Esa es una medida dilatoria”. El viaje apenas comenzaba y los guardias revisaron incluso hasta las toallas sanitarias. El grupo de Alcántara salió de El Tigre acompañando al diputado de Primero Justicia, José Brito. Ese día, el domingo 28 de agosto, debían encontrarse con el grupo de la legisladora del mismo partido Tatiana Montiel, que tuvo como punto de inicio Lechería.

Ropa interior, zapatos deportivos, un suéter y spray para los dolores musculares era lo único que la mujer tenía para mostrar. Así con una por una de las 20 personas que conformaban la comitiva. La requisa duró cuatro horas, hasta que los guardias quisieron devolver los documentos de identidad. Cuando les permitieron seguir hasta el santuario del Cristo de Jose el primer grupo ya se había marchado.

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Ambas caminatas finalmente pudieron juntarse el lunes en Píritu, pero que fuesen más no los salvó de la represión. “En la vía hacia Clarines nos lanzaron bombas lacrimógenas sin ninguna razón, y en Pueblo Viejo la Policía del estado Anzoátegui nuevamente detuvo la caminata”, explica Montiel. Al día siguiente los vidrios de cinco carros del equipo de Primero Justicia en Clarines amanecieron destrozados. Continuaron el recorrido, pero al salir de ese pueblo la Guardia Nacional detuvo a diez jóvenes –de los 70 que viajaban– junto con todo el equipaje, también sin ninguna razón.  Pero el objetivo era llegar a Caracas como fuese. En el caso de Alcántara por sus hijos. No quiere que el menor, de 19 años de edad y estudiante de Ingeniería se vaya del país: “Nosotros tenemos que seguir por nuestros hijos y por una Venezuela libre. Nos estamos muriendo, sin comida, sin medicinas, por la delincuencia. Ojalá mi lucha valga la pena”. La secretaria adjunta de organización de PJ en El Tigre confiesa que no hace ejercicio y que la fuerza proviene de su espíritu. Montiel dice que corre y trota, pero también reconoce que no tienen la preparación física para caminatas continuas de más de 12 kilómetros: “Es un grupo que está acostumbrado a la actividad política. El entrenamiento que tenemos es el de los casa por casa, en las campañas. Esto no es un maratón, paramos a descansar en caso de que alguien lo necesite”. No todo el recorrido es a pie, de ser así no les daría tiempo de llegar a Caracas antes de la concentración. Dicen que vienen en #ElCarroELola y han aceptado colas de camiones, unidades de transporte y hasta motos.

Intimidados y asaltados

De la cuna de Hugo Chávez también partió un grupo hacia Caracas. Comenzó siendo una idea de tres personas y terminaron viniendo 11. El viaje dependió de la buena voluntad de los vecinos. Unos colaboraron con el potazo, otros les dieron cobijo en cada una de las paradas que hicieron para descansar y otro puso a la orden un autobús, que les ayudó a recortar la brecha con Caracas cuando las piernas no daban tregua.

Al salir sabían que no debían caminar más de nueve horas seguidas y que cada dos horas debían detenerse a descansar e hidratarse. En parte también se esperaban la persecución del Sebin que, denuncian, se mantuvo todo el camino.

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La sorpresa fue la violencia. “En Barrancas nos hicieron una emboscada con piedras y armas de fuego, hubo detonaciones, y a uno de los muchachos le robaron todo lo que llevaba. Casualmente el Sebin desapareció en ese momento”, relata Anahís Pantoja, activista de Voluntad Popular. Escaparon con la ayuda de una ambulancia, que les dio la cola hasta el punto donde los esperaba el bus. Los agresores eran seis, todos con capuchas negras, aunque pudieron identificar un cuerpo de mujer, quien con el rostro cubierto grabó toda la agresión.

Además de los miembros de Voluntad Popular, en el grupo venían estudiantes de la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Centrales Rómulo Gallegos. Su objetivo: llegar a Caracas la madrugada del 1º de septiembre. “Vamos pacíficamente. Nuestra línea en mantenernos y llegar a Caracas pase lo que pase. No vamos a retroceder. Lo importante es el acto simbólico. Alentar a quienes nos vean en el camino para que nuestra llegada sea más contundente”, dice Pantoja, una chef con 33 años de edad y madre soltera de dos hijos. “No me da la vida para independizarme, y no se justifica que mis hijos no puedan ni siquiera pasear en bicicleta por la cuadra de la casa. Por eso voy a Caracas”.

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Desde Los Andes

No hay sueldo de profesor universitario que alcance para pagar un viaje en autobús a Caracas, si se espera cubrir otras necesidades básicas ese mes, así que desde que se hizo la convocatoria a La Toma de Caracas los profesores de la Universidad de Los Andes (ULA) empezaron la búsqueda de recursos. Algunos con la ayuda de colegas y otros valiéndose de sus ahorros se animaron a venir a la capital del país. Lo primero que hicieron fue ubicar un autobús que los trajera a Caracas y los devolviera a Trujillo. El truco era encontrar a un chofer que estuviese dispuesto a quedarse uno, dos, tres o los días que sean necesarios hasta lograr un pronunciamiento del CNE. Jhonny Humbría, presidente de la Asociación de Profesores de la ULA-Trujillo, señala que son 100 los docentes que vendrán de esa casa de estudios. 100 más lo harán desde el núcleo de Mérida y otros 100 desde San Cristóbal.

La comida la reunieron entre todos. Garantizaron 24 horas de alimentación, pero después de eso quién sabe. Al igual que el hospedaje que, de ser necesario, ocurrirá donde los agarre la noche.

Al menos un vehículo particular escoltó el autobús, como contingencia por si había problemas para entrar a Caracas. “Así sea a pie, llegamos”, dice Humbría.

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Los estudiantes también se movilizaron. Fernando Márquez, de la Universidad Católica del Táchira, llegó a Caracas hace una semana junto con ocho compañeros del movimiento estudiantil Fuerza Universitaria. Llegaron a casa de conocidos, pero no con las manos vacías: “Hicimos un potazo durante cuatro días, para reunir el dinero del pasaje y hacer un mercadito”. Márquez explica que se vinieron con anticipación para evitar cualquier traba que pudiese poner el gobierno. “Tenemos la seguridad y la madurez política para hacer una protesta de altura. Queremos expresar nuestro deseo de cambio. Venezuela tiene todo, lo que no tiene es quien la cuide”, dice. Se espera que hoy se movilicen un millón de personas para cuidarla.

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