Adentro del Tribunal Supremo de Justicia Nicolás Maduro hacía un juramento. Afuera, todavía había quien repetía viejas consignas. Milicianos, colectivos y grupos políticos prometieron defender el mandato del heredero de Hugo Chávez, con armas o con ideales
“¡Si se prende un peo, con Maduro me resteo!”, gritaba una señora que vestía el rojo rojito del chavismo de pies a cabeza y llevaba una pancarta en sus manos con el rostro de Nicolás. Sí, aún hay quien vocifere la frase en un país con 87% de pobreza por ingresos, según Encovi; 1,6 millones por ciento de inflación acumulada en un año; disminución de la capacidad de producción petrolera en 42%; maxidevaluación y un éxodo de al menos 3,3 millones de personas calculadas por la Organización Internacional de Migraciones, el 10% de la población total.
Y no estaba sola. El grupo que la acompañaba le hacía el coro con efusión. A un lado, pegados a la isla que divide la avenida Baralt, un puñado de integrantes de la Milicia Bolivariana levantaban sus puños al aire tras oír la consigna que respalda al hijo político de Hugo Chávez, acusado por más de 50 países y la Asamblea Nacional de apropiarse de la Presidencia de la República sin una elección libre que lo respalde.
Entre los resteados se encontraba Vicente Villegas. Iba uniformado de marrón claro y con un gorro del mismo color que lo protegía del fuerte sol, aunque no evitaba que el sudor perlara su frente. Salió desde temprano de su casa para llegar a tiempo para la juramentación de Nicolás Maduro ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). El sacrificio valía la pena, lo que sea para apoyar al gobernante. “Para eso nos unimos a la milicia, para decir presente cada vez que nos llamen a defender el legado de nuestro comandante”, soltó.
Desde el centro de Caracas, manifestó su esperanza de que ahora sí Maduro traiga prosperidad pero, sobre todo, aplique “mano dura” contra adversarios y fisgones. “No podemos bajar la guardia ahora que todo el mundo quiere meter sus narices en Venezuela. Aquí estamos nosotros para lo que salga. ¡No nos vamos a doblegar¡”. Sin portar armas, el hombre enjuto de 37 años prometió dar su vida por la revolución bolivariana. Otros uniformados de la Milicia completaban la estampa de un grupo presente pero desperdigado.
En los alrededores de la sede del Poder Judicial se apostaron los seguidores del chavismo que aún creen en Nicolás Maduro. Como si fuera una fiesta, al ritmo de tambores y lemas que hablaban de revolución, la avenida Baralt se lleno de banderas, gorras y franelas rojas. “Yo soy presidente”, rezaba la propaganda oficial en los postes a lo largo de la vía del municipio Libertador, como si alguien en particular necesitara convencerse de ello.
Que continúe Maduro frente al poder significa un mejor porvenir y “una victoria más” para el miliciano Jorge Rodríguez. Se unió al “pueblo armado” porque quiere dejar «un legado». “Yo todavía puedo dejarle algo a mi país”, aseguró el hombre de 66 años. Afirma que ellos, los milicianos, quieren la tranquilidad de Venezuela. “Estamos tratando en paz a nuestros enemigos, no queremos una guerra”, mientras señalaba a los países “intervencionistas” como los principales rivales del Gobierno. Eso sí, dijo que si hay ataques, está más que listo para pelear por el pueblo, a costa de lo que sea. “Estamos prestos para defender la nación”.
Un chavista promedio prefiere tranquilamente que su país se convierta en Somalia (con el perdón de los somalíes) a tener que presenciar que alguien que tenga otro proyecto llegue al poder limpiamente, en el marco de la Constitución. Ese es el legado de Hugo Chávez.
Los preparativos para el 10 de enero se hicieron con anticipación. Iniciaron a principio de semana con algunas calles de la capital cerradas mientras trabajadores limpiaban las aceras y remozaban las estructuras con algo de pintura, además de montar las tarimas y equipos de sonido. Tampoco faltaron los autobuses que venían del interior con más partidarios del “socialismo del siglo XXI” emprendido por Chávez, incluidos los Transdráculas.
Efectivos de seguridad también impidieron el tránsito vehicular por la zona, mientras integrantes de la Fuerza Armada Nacional ensayaron la jornada y con armamento practicaban lo que serían las actividades previstas para el día jueves.
No eran los únicos que portaban hierros. Hombres encapuchados y armados también salieron en motos y camiones para dejar bien en claro que la delincuencia también se sumaría. Recorrieron las calles capitalinas en caravana, desde el oeste hasta el centro de Caracas, para mostrar su respaldo. “El que tenga bolas, que agarre un fusil”, lanzó un hombre junto a un grupo de colectivos que llevaron a cabo una juramentación simbólica frente a la Asamblea Nacional de mayoría opositora. Prometieron defender a Maduro “a sangre y fuego”. “La unión cívico-militar está más fuerte que nunca”, manifestaron desde la avenida Universidad el pasado 7 de enero.
“Defenderemos la patria con armas”, dijo Valentín Santana, líder del colectivo La Piedrita del 23 de Enero en un video difundido por redes sociales a días antes de la juramentación. “Tenemos que tomar las calles para defender a la revolución. A los bocones que amenazan a los colectivos, les digo que si ustedes apelan por sus fusiles, nosotros apelaremos por los nuestros. Daremos una respuesta contundente porque este sueño nadie nos lo va a quitar“, expresó. Sobre Santana pesan tres órdenes de captura desde 2007, nunca ejecutadas.
El porte de armas de guerra es, legalmente, exclusivo de los cuerpos de seguridad del Estado. Lo demás es delito. Pero nadie le pone cascabel al gato. Al contrario, el sonajero es bien visto.
Carmen Peralta se alegró de no haberles visto la cara de nuevo durante el jueves 10 de enero. Con su silla de plástico y una caja de cartones en la que dispone celulares para alquiler de llamadas en Capitolio, contó cómo vio pasar a los encapuchados armados en días anteriores. “Me da miedo ver pasando a los colectivos por ahí tan campantes con pistolas. Se creen los dueños del país”, dijo. Ante el miedo de que ocurriera algo, consideró no salir a trabajar. Sin embargo, el hambre pudo más. “No tenía ni medio bolívar en mi bolsillo. Si no trabajo, no como”.
«¿Juran ustedes reafirmar la lealtad y subordinación absoluta?», preguntó el ministro de Defensa Vladimir Padrino López a los integrantes de la Fuerza Armada Nacional durante un acto en la Academia Militar la tarde del jueves. “Juramos”, contestaron los soldados. «Nunca antes fue necesario proclama y juramento de lealtad por parte de la FANB a individuo alguno en Venezuela. El juramento solo se había hecho hasta el presente, ante la Constitución, como sucede en los paises donde impera el Estado de Derecho», reaccionó Rocío San Miguel, directora de la ONG Control Ciudadano.
¿Quién es el enemigo?
Carlos García se convirtió en miliciano hace tan solo nueve meses. Ser militar siempre había sido su sueño, ya que sus padres fueron soldados. Cuenta que pudo hacerlo realidad luego de la creación de la Milicia Bolivariana en 2008, destinada a ser un cuerpo para complementar a la Fuerza Armada Nacional.
El 10 de enero se trasladó desde Guarenas, ciudad periférica de Caracas, hasta el centro de la capital para defender al mandatario y estar presente, así fuera desde los alrededores del TSJ, en su juramentación. Para él, el enemigo número uno de la revolución está más que claro: la oposición. Su lucha no es contra los marines, ni contra el Grupo de Lima. ¿Pueblo contra pueblo?
La misma idea la comparte Cerlin Kienzlr, integrante del movimiento Tupamaro. “El principal enemigo que tenemos nosotros no es el norte, es la oposición. Es una locura lo que dicen, lo que ellos plantean para este país”. Pero afirma que el segundo en la “lista negra” es Estados Unidos.
Con una bandera del grupo que conforma, que identificaba a unos 40 militantes, contó que era necesario respaldar la juramentación de Maduro porque su estancia en Miraflores representa “la seguridad de garantizarnos una situación mejor, que las cosas cambien”.
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