Humor y desamor en la Venezuela actual
¿Tiene límites la burla? ¿Quién se los pone? En Venezuela aún se ríe, como mueca al menos, en medio de una emergencia humanitaria. ¿Evasión o resiliencia? El debate no termina, mientras los memes se suceden

¿Tiene límites la burla? ¿Quién se los pone? En Venezuela aún se ríe, como mueca al menos, en medio de una emergencia humanitaria. ¿Evasión o resiliencia? El debate no termina, mientras los memes se suceden
El humor siempre ha provocado reacciones inusitadas, sobre todo por su carácter inclasificable. ¿Qué es bueno y que es malo? ¿Hay límites para el humor? Hace poco, el humorista Ricky Gervais insistía que se puede bromear de todo y es el receptor del mensaje quien tiene el derecho a ignorar el humor, moralizar en contra o ignorarlo. “Eso es un buen sistema”, agregó. Una idea peculiar en una época en que la democratización de medios y el hecho de que casi cualquiera puede expresar su opinión a viva voz, hace que despertar malestar, incomodidad e incluso el odio resulta peligrosamente sencillo. ¿Cuándo el humor es demasiado? ¿Cuándo es protesta? ¿Cuándo cruza una línea invisible y se transforma en algo más?
Son cuestionamientos complicados de resolver, sobre todo en un clima político tan enrarecido como el venezolano. El otrora «país más feliz del mundo», analiza el humor desde lo moral, lo que hace que el debate sobre un tema semejante, siempre atraviese una frontera invisible “hacia lo permitido”.
No te metas con mi hijo // Ian Gael, Ian Gael este gobierno… pic.twitter.com/PEoCkGv8fC
— Jhonathan (@UnConoEmadreahi) August 29, 2019
¿Cómo se sentirá Arán, al saber que el «IanGael IanGael este gobierno IanGael» haya pegado más, que cualquiera de sus canciones? — El Caballero de la comedia (@SoyStevePalmero) August 25, 2019
El humor es una expresión local, arraigada en la forma en como comprendemos lo que nos hace reír. De modo que en Venezuela, el humor es una línea vertical que debe enfrentarse a la forma en que se comprende la sensibilidad, el arraigado rasgo religioso, pero también incluso la herencia política tan compleja que llevamos a cuestas.
Quizás por eso, en ocasiones, el humor en el país es motivo de conflicto. Desde el comediante Led Varela y sus chistes inapropiados, hasta la grosería ramplona del Conde del Guacharo o el humor neutro —o que intenta serlo— de Luis Chataing, el humor en nuestro país debe enfrentar una delicada pared invisible que le delimita un fenómeno mucho más restringido que en otros lugares del mundo.
¡INFELIZ! La Vero Gómez ahora se burló de los niños negros en su programa.
Este lunes se viralizo un vídeo donde la Vero Gómez se dio a la tarea de mofarse de niños «negros» de procedencia humilde#27Ago #Desgraciada #Racista pic.twitter.com/3kplvnI8JH
— VENEZUELA CONECTADA (@_venezuelaenred) August 27, 2019
Venezuela es el país del “chalequeo” que, sin embargo, tiene al parecer muy claro hasta dónde puede llegar. Hace unas semanas, el nombre del bebé de una celebridad fue motivo de chistes y burlas, lo que provocó una avalancha de quejas, señalamientos y discusiones. Lo mismo provocó la imagen de un niño con cáncer que vomitaba, a la que una conocida tuitera agregó la frase “La primera pea de un oriental”. En ambos casos, la reacción fue inmediata y violenta. ¿Qué toca y que evade ese núcleo específico que hace el humor soportable o no? ¿Qué tan refractario es nuestro país a la cuestión del humor profano, negro e incómodo?
El análisis sobre el humor venezolano empieza por lo político, como otras tantas cosas. Por el año 2002, Pedro León Zapata, institución del humor crítico en el país, fue acusado de mercenario por un iracundo Hugo Chávez: «Zapata ¿cuánto te pagaron?», vociferó el difunto expresidente, encolerizado por una de las caricaturas del autor. Poco después, el humorista Laureano Márquez fue multado por escribir una carta imaginaria a la hija del entonces mandatario. En más de una ocasión, Chávez acusó a los medios de comunicación de utilizar el humor “como arma de guerra, como burla a la investidura presidencial”, lo que llevaría a Márquez a declarar que “Chávez no tiene sentido del humor”. Para la revolución chavista, la crítica a través del humor tiene un ingrediente incisivo y directo que le resulta incontrolable, ofensivo. Como bien diría Andrés Cascioli en su estupendo recopilación La revista Humo y la dictadura, el humor es en ocasiones el único resquicio de libertad del que disfruta el ciudadano en medio de la opresión. Esa capacidad para encontrar en la burla y la sátira, la imagen del país real, el que se esconde detrás de la versión oficial y más allá, el que intenta comprenderse a través de esa capacidad sutil de la risa para contar la realidad.
Quizás ese es el motivo por el cual el poder nunca se ríe, me digo mientras miro la imagen de Rayma Suprani, censurada el 17 de septiembre de 2014. En ella, se muestra la conocida línea que muestra los signos vitales y debajo, la línea plana —muerta, en argot médico— que culmina con la reconocible rúbrica del difunto Hugo Chávez. Una denuncia silenciosa pero tan potente que sacudió el ánimo austero de una revolución retrógrada y ortodoxa, que removió esa senectud del dogma socialista tradicional para quien la crítica es una forma de ataque. El sociólogo Anton C. Zijderveld se dedicó a investigar el rol del humor en la sociedad y sobre todo, a intentar comprender su papel en culturas con cierto acento conservador como la nuestra. Sus conclusiones, recopiladas en el estupendo libro Sociología del humor dejan muy en claro que para regímenes que asumen la identidad de razón y beneficio de las prebendas del uso de la ley como arma, el humor es una amenaza constante. “El comediante juega con los valores de una sociedad, lo cual genera una tensión, y así nace la broma”, explica. “El humor político no puede cambiar a una sociedad”, añade además, pero deja claro que “el efecto psicológico del humor es importante”.
Si una persona hizo un chiste, según tú, de mal gusto, déjala de seguir. Si rompió la ley, o los términos de twitter, denúnciala. Si su proceder no te gusta, repúdiala. Ese es tu rango de acción, de resto puede hacer el chiste que quiera y sobre quién quiera. Es su derecho. Punto
— César Oropeza (@elperrote) September 15, 2019
Please stop saying «You can’t joke about anything anymore». You can. You can joke about whatever the fuck you like. And some people won’t like it and they will tell you they don’t like it. And then it’s up to you whether you give a fuck or not. And so on. It’s a good system.
— Ricky Gervais (@rickygervais) September 14, 2019
En Venezuela, el humor es festivo, pero también, muy cercano a una frágil necesidad de evasión. El escritor Rafael López Pedraza, llamaba a esa felicidad falsa y tan peligrosa del venezolano cheverismo. Una y otra vez, López Pedraza ha meditado sobre esa perjudicial necesidad del venezolano de encontrar en el humor una manera de enfrentarse a la realidad a medias, a la idea evidente, como puede y no siempre de la manera más efectiva. Esa irresponsabilidad esencial que transforma la realidad de un país en un gran chiste que, a fuerza de repetirse, pierde la gracia.
Personas que cuando se ofenden con un chiste dicen «por eso estamos como estamos». Aclaratorias: – Los chistes no manejan la economía – Los chistes no manejan el sistema educativo – Los chistes no se postulan Estamos como estamos por muchas razones pero los chistes no son una. — Led Varela Bargalló (@LedVarela) March 2, 2019
Los límites a la libertad de expresión no lo ponen los ofendidos.
— Luis Carlos Díaz (@LuisCarlos) August 24, 2019
“Se trata de una manera muy irresponsable de pasarle de largo a los problemas esenciales del ser y de la vida cotidiana que tienen los venezolanos. El bochinche se siente especialmente cuando viene desde el poder. Quien ejerce el poder en una sociedad da las pautas del ejemplo y por eso vivimos hoy el extremo del caos, del desastre y de la irresponsabilidad. Vivimos en un bochinche. Esa manera ligera de afrontar la vida de quienes ostentan el poder atenta contra el futuro y la inocencia de las generaciones futuras. Quien tiene la responsabilidad de dirigir los destinos del país es quien precisamente ejerce con mayor desvergüenza el bochinche”, señaló el autor del Puntos de sutura. El Cheverismo, o lo que es lo mismo ese rasgo frívolo, superficial e infantil del venezolano, parece tener un ingrediente peligroso. Una interpretación de un riesgo latente que pocas veces se asimila o se toma por real. Mientras el venezolano bromea y ríe, incansable, aupándose a sí mismo a usar el humor como barrera entre lo que debe asumir y lo que teme, la realidad se desborda, se hace incontrolable, cada vez más contundente.
Mi derecho a réplica: HOMENAJE A SOPAPO. Si te ofendes por un chiste, relaja el papo y #AmaTuSopapo. pic.twitter.com/HcSuQFSV02 — Ricardo Del Bufalo (@RDelBufalo) February 3, 2017
Tal vez todo se trate de esa personalidad tan caribeña del venezolano, pienso, mientras veo el décimo meme con el rostro de Nicolás Maduro, rematado por una frase graciosa ridiculizándolo. Esa necesidad insistente de celebrar lo venial o simplemente, disfrutar de la risa mientras se pueda. Pero en medio de esa necesidad universal de encontrar en la burla cierto consuelo, parece haber algo mucho más grave y preocupante. Ese olvido selectivo de la amenaza, ese disimulo constante de lo real en beneficio de un alivio irreal y circunstancial.