Era sábado, temprano en la mañana. Daniela Ponte, una estudiante de 21 años, llamó a un amigo para subir a El Banquito, en el Parque Nacional Ávila. Una vez que emprendieron la ruta, avizoraron a dos muchachos sentados en el suelo. Ella los recuerda jóvenes, con atuendos atléticos, un par de deportistas más. Les preguntaron por el camino y se lo indicaron. Los dos amigos siguieron con calma hasta que se dieron cuenta de que los dos sujetos los estaban siguiendo. “Estos tipos no me gustan”, susurró Daniela a su compañero mientras lo obligaba a detenerse. Los hombres los pasaron de largo. Retomaron la marcha y vieron que los hombres se habían detenido más adelante. Los pasaron de largo, dejando atrás las sospechas. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, Ponte sintió el frío del cuchillo en su cuello. Los robaron a mano armada.
Otro día, mismo año. Un grupo de estudiantes de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab) se reunió en el manto verde del Parque Los Caobos. Eran alrededor de las seis de la tarde cuando se acercaron dos hombres. Los universitarios se alejaron de donde estaban, pero los muchachos fueron más rápidos y desvelaron sus verdaderos propósitos delincuenciales: pistolas en manos les quitaron los teléfonos. No hubo forcejeo ni protestas. Uno de los agresores no aguantó su chanza: “Chamo, ¿es que cómo se les va a ocurrir pasear a esta hora por este parque?”
Historias como las anteriores hay muchas y sin registros oficiales. Los atracos en los espacios verdes se multiplican. Es un delito rentable. Los inocentes llevan objetos de valor que los convierten en botín o llamado, sobre todo los deportistas. Para el victimario, la presa es fácil de cazar. Además, el refugio es fácil ante tanta amplitud de grama y árboles. No hay vigilancia, no hay guardias. Y si estuvieran tampoco serviría de nada.
Cristina Vaamonde, fundadora de la Organización No Gubernamental Una Montaña de Gente, asegura que es un fenómeno que ha crecido alarmantemente estos últimos años en el Ávila. “Es frecuente entre mis amigos, entre los corredores de rutas, todos de alguna manera u otra se han visto atacados por la inseguridad. Es que roban en baja, media y hasta alta montaña. No hay sitio seguro”, pontifica Vaamonde. “Cuentan con puntos de observación a lo largo de la montaña. Pueden detectar víctimas y huir sin problemas”, añade la también Promotora del Sistema de Parques Nacionales de Venezuela en el caso del Ávila
Desde hace seis meses, la tendencia que se ha visto más recientemente es la de los robos masivos a mano armada. La munificencia vegetativa de El Ávila es siempre el escenario. Un hecho similar vivió Guillermo Otero, quien, dedicado a la conservación ambiental, a veces funge como guía voluntario de la Fundación Historia, Ecoturismo y Ambiente (FUNDHEA) que realiza expediciones en el cerro caraqueño. Recientemente, el grupo que le tocaba liderar una mañana de un sábado vivió un robo masivo a la altura de Piedra del Indio. Desmenuzó el “nuevo” modus operandi del robo. “A mi grupo lo robaron a 200 metros antes de llegar a Pozo Paraíso. Primero pasaron trotando como si nada, les preguntaron que de dónde venían subiendo y luego continuaron su recorrido. Al poco rato volvieron con las armas de fuego. Ellos tienen un arsenal en Pozo Paraíso y te preguntan por dónde subiste para verificar que no vas a bajar por su ruta de escape”, explica Otero. “Los guardaparques están completamente desarmados. No pueden hacer algo al respecto”. También confesó que para realizar la denuncia los oficiales les indicaban que debían ir al barrio Cotiza. “Si no nos robaron a todos en la montaña seguro nos robaban ahí”, aseguró Otero.
Entre los bambús
En el Parque Generalísimo Francisco de Miranda, ubicado en el Municipio Sucre, las denuncias de robos a los transeúntes y despojos de baterías de los automóviles son constantes. “Ya no se puede cruzar El Parque del Este o el Parque Los Caobos con la certeza de que nada te va a pasar. Por ejemplo, caminar de noche es completamente imposible. No sabes si llegas al otro lado vivo”, asegura José Matute, Secretario General de Sunep-Inparques.
Maribel García, representante de la Red Ambientalista de Caricuao, consiente que, en algún tiempo, érase una vez, la barriada era de las más seguras de Caracas. Hoy en día no puede decir lo mismo de la parroquia ecológica. “No somos de las zonas rojas más complicadas de la ciudad, pero en las zonas menos pobladas estamos realmente azotados por el hampa”, llueve sobre mojado García. Celebra que llevan un mes sin robar en las montañas. Sin embargo, hace dos años este tipo de delitos no existían. La ambientalista afirma que tanto en el Parque Universal de la Paz y el Parque Ecológico de Caricuao ya existen bandas delictivas estacionadas en los alrededores. Incluso en “el Parque Universal la guardia encontró más de una vez carros robados y hasta cadáveres».
Los expertos coinciden: no existen mecanismos de seguridad, los vigilantes no están equipados ni preparados para controlar la situación y hay un deterioro evidente de las infraestructuras. La presidenta del Instituto Metropolitano de Urbanismo Taller Caracas (IMUTC), Zulma Bolívar, repasa que la falta de mantenimiento propicia en gran medida la inseguridad. “Está comprobado que la falta de iluminación es un factor que incide en el aumento de la delincuencia porque permite la percepción del espacio como inseguro. Es responsabilidad del gobierno nacional. Debe proporcionar estos servicios”, afirma Bolívar. Matute concuerda: “Se trabaja como si estas áreas fueran terrenos baldíos y no como lo que son: parques”.
Hay descontrol de los espacios. El Ávila cuenta con 11 entradas y salidas y son pocas las que cuentan con seguridad. Los guardias no alcanzan las cantidades necesarias para cubrir todos los recodos y escondrijos necesarios. Matute no indica la cifra real de los guardias que trabajan en el Parque del Este, pero “no son suficientes. De los pocos que tenemos deberíamos tener el triple”.
El guardaparques Pedro Tenería Girón lleva más de 30 años en el oficio. Sabe de los despropósitos en los alcores y promontorios del también mentado Waraira Repano. Según él, donde más roban: El Picacho, Sabas Nieves y Piedra del Indio. “Es que por allí no se lleva registro de control de los excursionistas”. Esto no pasa en La Julia, donde Tenería se encuentra estacionado. Él se encarga de llevar un registro riguroso porque para el guardaparques la prevención es la única forma en que ellos pueden apoyar. “Nosotros no portamos armas, pero sí hacemos vigilancia y reportamos los robos. Lo que faltaría es el apoyo de la Guardia Nacional para poder detener a los malandros”, añade Tenería.
Dar la cara desde la cima
Pese a la impunidad e ineficiencia de los cuerpos de policía, los ciudadanos y los que hacen vida en estos espacios decidieron actuar. A raíz de los robos masivos en El Ávila, Guillermo Otero decidió tomar cartas en el asunto. Junto al deportista de retrorunning, Franklin Vásquez, crearon una recepción de delaciones. “Por los robos, violaciones y demás, como comunidad que disfruta y vive del Ávila, creamos un grupo para denunciar los hechos delictivos que suceden en la montaña”, expone Vásquez. Con el hashtag No Más Balas en El Ávila (#NoMásBalasEnELÁvila), la agrupación busca llamar la atención de las autoridades encargadas de salvaguardar el Parque Nacional. “Buscamos unir esfuerzos con agencias ambientalistas y personas dedicadas a trabajar en el Ávila. Generar presión social para que los guardias reaccionen e instalen un verdadero sistema de seguridad”, añade Otero.
Maribel García también decidió denunciar las irregularidades que se viven constantemente en Caricuao. “El año pasado llevamos a la Guardia Nacional una carta expresando la necesidad de que estos nos apoyen para recuperar los espacios de los parques”, explica. Sin embargo, todavía hoy no han recibido respuesta. Matute, dentro de INPARQUES, denuncia que los planes que intentan poner acción pasan por debajo de la mesa y nunca obtienen respuesta por parte de las autoridades. “Nos están robando la ciudad. Si no se hace nada vamos a perderla”, asegura Franklin Vásquez.
Alejandro Álvarez, especialista ambiental de la Red Ara, recalca que no se da el valor correspondiente. “Estos son espacios de socialización. Allí los ciudadanos nos volvemos ciudadanos. Nuestra pelea debe ser evitar que la comunidad se retire de ellos. Mantenernos es la única manera de salvarlos”. Verde y ciudadanía, buena dupla.]]>