Viajes

Surfear los vientos de Adícora

Adícora se ha convertido en lugar de peregrinación para los deportes acuáticos empujados por el viento. Semillero de campeones nacionales y mundiales de kitesurf y windsurf, se mantiene vibrante gracias a la domesticación de las corrientes de aire. Las velas, las tablas y el sol dibujan una localidad que resiste los embates de la crisis y la caída de la actividad turística

Fotografías: Andrea Hernández
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«Brisa es brisa y viento es viento». El apunte de Javier, un habitual de la escuela Adícora North Shore, a un amigo frente a la playa norte de Adícora, en el estado Falcón, sintetiza la vida deportiva del pueblo. Sus costas se han convertido en templo del winsurf y el kite, por ser de las que tienen más viento en toda Venezuela.
La división territorial no es la única que define a Adícora, un pueblo de contrastes. Las características físicas de las costas norte y sur, el comportamiento de los visitantes —turistas o deportistas—, las maneras de llegar al lugar —vehículo o avioneta—, las decisiones de cómo abastecer las posadas, los niveles de seguridad. Todo tiene dos formas, dos vías.
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La playa sur tiene fondo poco profundo y corrientes de viento laterales a la costa de perfil lineal que se extiende por unos 10 kilómetros, un factor que define su uso. Además, un arrecife delimita naturalmente la zona para los deportes de vela del uso recreacional del balneario. Allí hacen vida al menos cinco escuelas de kitesurf, dedicadas a la práctica de deslizarse sobre el agua aprovechando la tracción de una cometa. Es lugar ideal para principiantes debido a la ausencia de olas, que los más experimentados superan para llegar a las zonas más profundas donde el oleaje aumenta de intensidad, permitiendo saltos y otras maniobras.
Es la zona que aprovechan escuelas como KWS y Ventus, dos de las más reconocidas y buscadas, para dar sus cursos, atender a principiantes y experimentados y brindar la asistencia a los deportistas. María Pía Di Fiore, una de las encargadas de la posada Chicho’s, y también instructora en Ventus, afirma que un curso puede durar todo un día, desde primeras horas de la mañana, en el caso de los primerizos. «Damos clases a niños y a mujeres, que las guío yo. Tenemos para todos porque estamos enfocados en el kitesurf. Además, aquí se hace mucho porque es el lugar donde sale más económico que en cualquier otra parte del mundo».
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Daniel Badell, de KWS, confirma el método: se comienza con prácticas sobre tierra de cómo trabajar la tabla y la vela, para ir aumentando la intensidad durante la jornada. Cada fin de semana su escuela atiende a al menos una veintena de personas. «La gente siempre viene el fin de semana para navegar. La temporada de vientos fuerte es entre diciembre y agosto, pero a fin de año es cuando más actividad hay, claro», cuenta el excampeón de windsurf, y uno de los representantes de ambos deportes de viento en la zona donde reside.
Di Fiore, que ha competido y ganado en válidas nacionales que incluyen las playas Adícora, El Pico (Falcón), Puerto La Cruz (Anzoátegui), El Yaque (Nueva Esparta) y Araya (Sucre), junto a sus hermanos, asegura que la comunidad del kitesurf es muy unida. «Casi todos nos conocemos», afirma. Por eso intercambian clientela con otras posadas de la zona. La de su familia es Chicho’s pero en la escuela reciben referidos de otras, como Icaro, cuyo propietario, Jorge Marcovich, planifica la instalación de su propia escuela de kite para este mismo año. «Hacer el deporte en esta zona es ideal porque el viento es fuerte casi todo el año. Esto comenzó desde 2007, más o menos, cuando interesados llegaron a las costas. Primero fue el windsurf pero paulatinamente el kitesurf tomó un papel predominante porque es de equipos más compactos, que pueden guardarse mejor y facilitan el traslado», dice el Marcovich.
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Adícora recibe gente de todas partes, pero lo que más se ven son caraqueños, valencianos y marabinos. «Antes venían más extranjeros, pero eso ha bajado mucho. Desde Aruba, que queda a 15 minutos en avión, llegaban muchos para hacer kitesurf«, atestigua Di Fiore. Por su parte, Marcovich cuenta que su clientela, desde hace tres años que abrió la posada, es mayoritariamente de Caracas y Maracaibo, pero sabe que el pueblo también recibe a quienes buscan descanso y turismo. «Esos van al otro lado, a playa norte, y vienen de Punto Fijo, Coro, de los alrededores del estado en general, y de Maracaibo también».
La playa norte es una ensenada. Tiene mayor profundidad y un perfil circular, como de media luna. El viento entra de manera distinta a ese lado del pueblo, con menos fuerza en la orilla y mayor velocidad en lo profundo. Allí la actividad reina es el windurf, donde las tablas con velas permiten recorrer las aguas impulsados por el viento. La escuela Adícora North Shore es la más exitosa del lugar, propiedad de Carlos Morillo, un experimentado windsurfista, que confirmó su experticia al ganar la primera válida nacional de interclubes de ese deporte, que se hizo en Puerto La Cruz en marzo de 2016.
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El local, que abrió sus puertas en 2009, se ha convertido en punto de encuentro de los entusiastas del deporte, locales o no, convirtiéndose en la escuela más consolidada del windsurf en Venezuela, que sabe aprovechar los vientos de 30 nudos que se precipitan en esa costa. Actualmente, el club es uno de los que agrupa a mayor cantidad de ganadores de la disciplina a escala nacional. En sus patios están las velas de Ricardo Campiello, nacido en Brasil pero criado en Venezuela, tres veces campeón de freestyle del mundo en 2003, 2004 y 2005, y protagonista de la escena del windsurf en El Yaque (Margarita) donde tiene su propia escuela. Pero también es el lugar donde tantas veces Goyito Estredo practicó su pasión, la misma que lo convirtió en campeón mundial de freestyle por séptima vez al ganar en Alemania el pasado 9 de octubre. La noticia, de hecho, llegó a los celulares de quienes hacen vida en la escuela Adícora North Shore y fue celebrada con entusiasmo.
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Cada quien con cada cual
En Adícora hay dos tipos de visitantes: turistas y deportistas. Por eso, los posaderos definen su clientela, distinguen las necesidades y ofertan lo necesario. Di Fiore comenta que en Chicho’s no hay un aviso en la puerta que identifique a la posada. «Nos enfocamos en quienes vienen a hacer kitesurf y en gente recomendada», explica.
La familia Badell también se enfoca en quienes acuden buscando esas prácticas. Aunque no tienen posada, sí alquilan casas y habitaciones, recomiendan lugares para comer, organizan traslados y tratan a sus visitantes como familia, brindando espacio hasta en el mesón familiar a la hora de la cena o para compartir alguna cerveza. Daniel Badell afirma que la vida nocturna del pueblo es muy tranquila. «Aquí la gente no viene a beber y a rumbear sino a navegar».
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En el caso de Icaro, Marcovich afirma que se dedica a los kitesurfistas, cuyo comportamiento tiene medido: «Esa persona se levanta temprano, desayuna, se va a hacer kite y viene almorzar. Luego se vuelve a ir a navegar y viene para la cena. Lo ves tres veces al día. En cambio el turista viene buscando más la comodidad de la posada, los servicios. No es que uno es mejor que otro, son dinámicas diferentes», dice.
La burbuja
«Pueblo chiquito, infierno grande». Adícora es pequeño. La cantidad de calles casi se cuenta con ambas manos. Y sí, todo el mundo se conoce. Por eso, a decir de Daniel Badell, «la seguridad es abrumadora. Quien llega de Caracas, por ejemplo, tú ves que anda nervioso por dejar un celular sobre una mesa, o alejarse de sus pertenencias, pero al rato se da cuenta que nadie toca eso porque todo el mundo está en lo suyo».
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Su padre, Aaron «El Negro» Badell, un marabino criado en Falcón que vivió en Puerto La Cruz y se instaló en Adícora hace más de tres décadas, cuenta que en el pueblo no se ve violencia sino en temporada vacacional. «Viene gente de otros pueblos y puede pasar que aprovechen que hay más gente, turistas», para entrar en alguna casa y sustraer pertenencias. Pero es la excepción.
De hecho, los entusiastas del kitesurf han buscado organizar la playa y al pueblo. María Pía Di Fiore explica que «antes venía mucha gente en carro y acampaba en la orilla de la playa. En temporada de vacaciones incluso había tres hileras de vehículos: dos de carros y una de autobuses. Era horrible». Así, los visitantes aprovechaban la arena dura y plana para estacionar al borde de la playa sur. «Aunque la cantidad de gente ha bajado por la situación del país, nosotros decidimos que queríamos cambiar eso. Nos pusimos de acuerdo con las escuelas y decidimos cerrar los accesos de vehículos a la playa, delimitamos los espacios y evitamos que la playa se llene así». Ahora la arena está libre de ruedas, aunque la zona de balneario está a distancia peatonal, con toldos para alquilar, y delimitación que conocen quienes se dedican al kitesurf. «Es un deporte peligroso para un bañista, por eso hay que disfrutarlo con seguridad», dice Jorge Marcovich, de la posada Icaro al referirse a cómo se organizó el uso de la playa.
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En la playa norte no hizo falta la distinción. Allí las calles del pueblo llegan casi hasta la orilla, por lo que el acceso al agua es directo para los turistas que aprovechan de alquilar. Allí, donde la recreación se impone al deporte, la Guardia Nacional y los guardianes de la costa vigilan el perímetro, mientras los windsurfistas aprovechan de zapar desde la orilla para adentrarse en aguas más profundas y de mejores vientos. Los más experimentados, incluso, hacen recorridos hasta El Supí o Buchuaco, más al norte de esa misma línea costera, ida por vuelta en sendas carreras de apenas 15 minutos.
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Aruba como bodega
Pero Adícora no deja de estar en Venezuela, donde los problemas de abastecimiento se han convertido en norma. La mayor parte de los productos disponibles provienen de centros más urbanos, como Caracas, Valencia, Punto Fijo o hasta Maracaibo, a donde viajan los posaderos para comprar. «A veces traen desde Aruba, incluso arroz y harina que puede ser hasta más barato. Hay quienes hacen mercado allá y los mandan en un peñero que tarda cuatro horas en llegar a Adícora, o dos si navega hasta un punto más arriba de la península», dice «El Negro» Badell recordando cuando el intercambio entre la isla y el pueblo incluía whisky, pantalones y zapatos o cigarrillos. «De aquí mandaban chivos que se vendían carísimos porque se ofrecían como exquisiteces en los restaurantes de allá», ríe divertido.
El Cabo San Román, desde donde se divisa Aruba a simple vista, es zona habitual para el contrabando. Un local que prefirió no identificarse confirmó que en las noches la actividad es intensa, «y la Guardia Nacional a veces viene y jode, cuando se antojan, pero suele resolverse todo con parte de la misma mercancía. Eso ha sido así toda la vida».
Es una realidad de toda la península de Paraguaná: abundan los productos importados, como azúcar proveniente de Estados Unidos o harinas de Colombia, todos llegados desde Aruba. Por lo tanto los precios son exorbitantes. En Adícora las posadas cuentan con plantas eléctricas y tanques de agua, para enfrentar los continuos apagones y las ausencias del líquido que pueden extenderse por varios días. Las casas de familia, suelen contar con lo segundo, pero cuando se va la luz la gente opta por sacar una silla a la calle y disfrutar de la tranquilidad, la brisa y el saludo siempre cercano del vecino y el visitante.
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