Opinión

Prepara tus Columbia que ahí viene la campaña por las regionales

¿Quién negoció qué? ¿Quién o qué le confirió autoridad a esta gente o a la otra para representar a los venezolanos en esos acuerdos que -según dicen- derivaron en la conformación de una nueva directiva del CNE? Hay mucho por responder y mucho por opinar al respecto, pero una cosa es segura: esas elecciones van

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Ajá, es el tema ahora. En algún momento terminará sepultado por algo escandaloso o triste y pasará. Pero, de momento, es el tópico de moda. Los analistas analizan. Los opinadores opinan. Los interesados le hacen fuerza. Los detractores –también interesados- intentan exponer la calidad de las costuras. Y, como siempre, todos somos expertos en los manejos del CNE porque, claro, a lo largo de los años hemos ido de elección en elección, de votación a abstención y de baranda en baranda.

Hay quien le tiene mucha fe a la integridad de los nuevos rectores independientes. O de oposición, si preferimos llamarlos así, con lo cual evidenciamos que normalizamos –a la fuerza- que la directiva de un ente que debería ser imparcial esté conformada por individuos parcializados.

Tanto lo normalizamos que el CNE en realidad es como una sucursal del Psuv. Tanto lo normalizamos que celebramos como gran conquista –y tristemente sí lo es- que ese club del partido de gobierno haya aceptado la presencia de cuatro personas del bando “enemigo”.

Estamos muy agradecidos: un saludo y una bulla a la gente allá en Miraflores que hizo posible esto.

¿Podemos confiar en estas cuatro personas? Parece haber un consenso en decir que sí. Mejor dicho, un consenso en torno a dos de ellos. Entonces sí, confiemos en su integridad. ¿Podemos asegurar que de verdad están en posición de corregir y cambiar algunas prácticas dentro de ese organismo conformado por funcionarios más que politizados?

Aquí empiezan las discusiones que no terminan en nada. No lo sabemos, pero parece que no. Estos años de experiencia nos llevan a pensar que no.

Estas dos décadas de sometimiento también nos han dejado una lección: lo mejor que hace el poder chavista es cuidarse a sí mismo.

Dicen quienes analizan y opinan con método y sistema, que la administración de Maduro necesita hacer “gestos”, hacer concesiones, sacarse un poco –además- la etiqueta de autoritario y antidemocrático para ver si así baja la presión de la denuncia internacional y muestra algo cuando vaya a pedir otra vez que le aflojen las sanciones.

Dicen también que para un sector de la oposición y para el otro sector que jura que es de oposición el tal “gobierno interino” es un obstáculo, un tapón que no deja que nada avance. Y sí, lo es: solo parece ir de reunión en reunión y de comunicado en comunicado. Es lo que uno, que no analiza con método y sistema, ve: el gobierno del zoom, que no tiene sede pero sí un presupuesto interesante para comunicar que lo apoyan aquí y allá y para explicar todas esas decisiones que toman y que no logran traducirse –la mayoría de las veces- en hechos concretos.

No lo digo yo, que no sé nada: hasta la Unión Europea, en ese guabinoso lenguaje diplomático, se refirió al “inmovilismo” de la situación venezolana.

Se nos ha hecho creer que la conformación de la directiva del CNE es producto de una gran negociación. Y sí, es posible. Pero… ¿ahí estaban los representantes del verdadero poder con el que quiere acordar cosas el gobierno?

Hablemos claro: no parece.

Al gobierno no le interesa lo que piensan Capriles, ni los diputados de la “mesita”, ni los representantes de la “sociedad civil”, ni ninguno de los que estuvieron allí acordando cosas y atribuyéndose una representación que –también hay que decirlo- no resulta muy convincente. ¿Cuándo fue que me consultaste si me podías representar? No lo recuerdo. ¿Qué ofreciste a cambio? No me lo has explicado.

Y no le interesa porque nada pueden hacerle. Nada pueden ofrecer. Si se plantan al frente es como una guerra de pistolitas de agua contra misiles. Lo que tienen es la posibilidad: intentar desbancar a Guaidó, sacudir el “inmovilismo”, transformarse eventualmente en otra instancia con la cual el verdadero poder –los que sancionan- deba hablar y entenderse además del presidente de zoom.

¿Y cómo llegarán a transformarse en eso? El primer paso podría ser ganando unas gobernaciones por aquí, unas alcaldías por allá. No muchas, las suficientes.

Y por eso el CNE va a ofrecer unas condiciones medianamente decentes. Otra vez: no muchas, las suficientes. Las que hagan falta para alimentar una campaña que nos convenza de que vamos todos contentos a la fiesta electoral.

Las elecciones regionales van. Eso es –salvo que ocurra un evento demasiado estrambótico- cosa segura. Toda esa gente las necesita. Los partidos salivan nada más de pensar en eso: en tener gobernadores y alcaldes. Y es posible que hasta Guaidó, si se fija bien, pueda encontrar ahí una salida discreta. Aunque a juzgar por su más reciente mensaje lo que quiere es que todos giren en torno al acuerdo que él propone porque él es quien -de momento- sigue teniendo el número del teléfono que contestan allá en Washington. Que no es poca cosa, la verdad.

Estos años de desesperanza como colectivo también nos han convencido de que el voto difícilmente conducirá a la salida de un presidente chavista, pero sí nos permite tener alcaldes y gobernadores de otros partidos más allá del oficialista. Gente que “nos representa” mejor, de otro «estilo». Ya ha pasado. Así que quizás eso anime a muchos a echar un pie en la fiesta electoral. Un pie y un voto. Muchos votos. Más de lo que imaginamos, porque Venezuela ni es Caracas ni es Twitter.

Y se consolidará esa oposición que trata de hacer sus cosas y que la dejen en paz. Esa que no es estridente, que evita confrontar al poder central. Esa que ya está entre nosotros. ¿Hace cuánto que el alcalde de tu municipio no se lanza una declaración “contundente” contra el gobierno? Piénsalo.

¿Quiénes ganarán? ¿Qué saldrá de ahí? Aquí no hay bola de cristal.

Es probable que el gobierno central le permita a esta gente hacer lo suyo en las parcelas que conquisten con el voto. Le sirven para mostrarlos: ¿cómo que esto no es una democracia? Fíjese bien señor Joe, hice elecciones, ellos participaron y ganaron sus cositas. Pero en algún momento, si no ocurre lo que espera, lo que le conviene, esa misma desesperanza aprendida que nos ha enseñado tanto, hace que sepamos que siempre encontrará una forma de anularlos.

La fiesta es electoral, siempre ha sido electoral. Pero no necesariamente democrática. ¿Estás listo para el gran baile? Quizás tú no, pero ellos –los interesados de lado y lado- ya están puliendo sus zapatos y renovando su colección de camisas Columbia.

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