Cultura

Robert De Niro salva las "manos de piedra" de Édgar Ramírez

La biopic del campeón mundial panameño Roberto Durán es una película que promete más de lo que ofrece. El venezolano Édgar Ramírez hace un gran esfuerzo por estar a la altura de un personaje que cumple con todos los clichés del género, pero realmente el filme se mantiene gracias a la presencia de Robert De Niro.

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Edgar Ramírez

Cada vez que se estrena una película sobre boxeo, Jake LaMotta sobrevuela la producción. Martin Scorsese y Robert De Niro dejaron para la historia el mejor relato, en blanco y negro literalmente, del auge y la caída de un campeón. Después de ella, muchos otros han utilizado el ring como metáfora de redención. Sylvester Stallone lo consiguió con Rocky, por ejemplo, retratando a la clase blanca obrera olvidada, esa misma que votó por Donald Trump. Su legado lo tomó Ryan Coogler, con la entretenida Creed. Y hay más, muchas más. El boxeo, de hecho, podía considerarse como un subgénero.

En 2010, Christian Bale y Melissa Leo se llevaron el Oscar con The Fighter, un filme muy pequeñito que narraba la vida del peleador de origen irlándés Micky Ward. En 2004, Clint Eastwood se subió al cuadrilatero y arrasó con Million Dolar Baby. Buscando una vuelta de tuerca, le dio el protagonismo a una mujer (Hilary Swank). Obtuvo 4 premios de la Academia, incluido el de Mejor Película. Ron Howard, un año después, apostaría por Russell Crowe en Cinderella Man, cinta que explora la depresión y la lucha en los años 30. Fue nominada a 3 premios. Denzel Washington (Hurricane) se metió en la piel de Rubin «Hurricane» Carter para recordar una de las grandes injusticias del sistema legal norteamericano y Daniel-Day Lewis (The Fighter) fue Danny Flyn, en aquel interesante testimonio sobre las contradicciones filosóficas del IRA, en Irlanda.

Desde Men Boxing (1891), de William K. L. Dickson y William Heise, directores tan disímiles como Charles Chaplin (The Champion), Buster Keaton (Battling Butter), Howard Hawks (The Prizefigther and the Lady), Alejandro Galindo (Campeón sin Corona), John Ford (The Quiet Man), John Houston (Fat City), Sidney Poitier (Let’s Do It Again), Franco Zefirelli (The Champ), Leonardo Favio (Gatica El Mono) o Sin’ya Tsukamoto (Tokyo Fist), han  desarrollado argumentos relacionados con el mundo de los ensogados. Ahora, a este importante grupo se une, con Hands of Stone, el venezolano Jonathan Jakubowicz.

Hands of Stone es una biopic de Roberto Durán, el famoso «Manos de Piedra». Fue uno de los boxeadores más temidos de su época y, según Sports Ilustrated, el primero entre los 10 Mejores Pesos Ligeros de todos los Tiempos. Para los latinoamericanos, amantes de este deporte, el panameño es un ídolo y se entiende porque fue el primero en ganar cuatro campeonatos mundiales en diferentes divisiones. Para su país, es un héroe nacional, el único capaz de vencer al imperio norteamericano.

Édgar Ramírez fue el escogido para darle vida al «Cholo». Si bien el parecido físico es cuestionable, se valora el gran esfuerzo del equipo de maquillaje y del propio actor por tratar de dar el tipo. Resulta entrañable cómo el criollo intenta dar con el tono panameño, pero el acento caraqueño es una carga muy difícil de soltar. En todo caso, le va mejor que a la cubana Ana de Armas. La señora de Durán hace lo que puede en un rol de arquetípico, escrito desde la tradición novelera, que incluye el sexo sin justificación para el enganche.

Pero no tomemos conclusiones apresuradas. Jakubowicz tiene talento. Sabe imprimirle ritmo a sus películas, lo que agradece cualquier fanático del cine. No hay nada más incómodo que esperar el The End, retorciéndonos en la silla. En ese sentido, Hands Of Stone representa un avance con respecto a Secuestro Express, algo natural si vemos que hay 12 años de diferencia entre los dos trabajos. Sin embargo, se echa de menos un guión más inteligente, que se alejara de los constantes clichés que acompañan a los largometrajes de boxeo, y en general, a cierto cine latinoamericano.

Afortunadamente, el director logró que De Niro se embarcase en este viaje. Interpreta a Ray Arcel, el preparador que acepta entrenar a Durán, a pesar de que la mafia le tiene prohibido ingresar a cualquier gimnasio. Es la voz del hombre que inmortalizó a Jake La Motta en Raging Bull quien nos engancha con una línea impecable: «En solo sesenta segundos, Roberto Durán cambió mi vida». Es imposible no recordar a Casino, al escuchar la voz en off. Ese primer combate, en el que descubrimos el gran trabajo físico de Ramírez, es una delicia, tal vez el mejor momento de la película.

Lamentablemente, ese gran inicio se va perdiendo con el paso del tiempo y lo que podría haber sido una gran historia sobre los demonios que enfrentó Durán a lo largo de su exitosa carrera, se convierte en una soap opera, en un drama televisivo, en el que chirrean demasiados lugares comunes y escenas mil veces vistas: el descuido en el entrenamiento del campeón, las infidelidades durante el éxito, el abuso del alcohol y de los lujos y un gran etcétera que conspira contra un filme muy correcto en su dirección artística. No ayuda para nada la presencia del cantante Usher, quien le da vida al peor Ray Sugar Leonard de la historia cinematográfica. En ningún momento consigue presentarse como la némesis del panameño, algo necesario para que la trama avance. Igualmente se ve obligado a realizar una escena erótica innecesaria.

Hands of Stones consigue brillar cuando se centra en las peleas y en los rostros de Ramírez y De Niro. Incluso en los pequeños diálogos que resaltan esa condición de padre sustituto-hijo. No obstante, decae en todo lo demás. Técnicamente, el filme presenta graves problemas de audio en las conversaciones entre Durán y su esposa y se abusa del fundido a negro. Al director le cuesta unir escenas a través de transiciones creativas y el filme, que daba para muchísimo más, termina resumiéndose en una fotografía conocida: el campeón con los brazos en alto y las explicaciones sobre el qué fue de la vida de de cada personaje.

¿Recomendaría Hands of Stone? Sí. Siempre resulta interesante para el cinéfilo observar el trabajo corporal de un actor. En este caso, se nota la gran preparación física de Ramírez, aunque se extraña alguna buena imagen del retroceso: el aumento de peso cuando el guión lo exige. Igualmente, es simpática la presencia de Budú, como «Plomo», el primer entrenador de Durán y de Rubén Blades. Los clásicos del cantante convierten la cinta en un objeto de colección, más allá del resultado final. Incluso el soundtrack ofrece una pieza fantástica: «El Deseo», de Lhasa de Sela, una artista que perdió el combate con el cáncer y que merece ser tan conocida como la propia historia del boxeador.

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