Cultura

Murales en Caracas: una imagen para el civismo

Trazos sobre paredes grises son mucho más que una foto en las redes sociales. La cultura, en todas sus manifestaciones, genera identidad y embellece el paisaje.

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Foto: Harold Escalona | El Estímulo

Junto al lobo electrificado se estacionan carros, se abandona la basura. Un vendedor ambulante empuja su tarantín bajo el calor sin voltear a mirarlo. Y el lobo electrificado se queda ahí, solo. En el calor, y electrificado.

Esta imagen corresponde a un mural en Los Dos Caminos, hacia el este de Caracas. Pertenece a un grupo de artistas jóvenes que, como en su época hicieran creadores del tamaño de Carlos Raúl Villanueva, hacen del muro gris un paisaje. Cada uno en su estilo y mérito.

Algunos se salvan; pero, en su mayoría, los murales se han convertido en imágenes abandonadas. Aguantan, a veces, ocultas tras un semáforo; se aparecen luego como señal de una ciudad que se desdibuja.

Sin embargo, el objetivo de estos –una de las manifestaciones artísticas más antiguas del hombre– responde a todo lo contrario.

El mural, como toda expresión de cultura, es generador de identidad. Conforman un imaginario visual que impacta en el comportamiento del ciudadano, que construye civismo.

Están ligados a temas tan disímiles que van desde el pensamiento mágico, conciencia del momento histórico o registro del mundo que se observa.

Murales de Caracas

El mural cambia

Al hacer un breve recorrido por la evolución del mural en el país, Roldán Esteva-Grillet señala en su artículo “La decoración mural en Venezuela: apuntes para una historia” que esta práctica data de los tiempos de la Colonia. Entonces se utilizaba tanto en conventos como en casas de familia, y en todos privó un estilo europeo, con soterrados simbolismos indígenas.

El historiador y crítico de arte agrega que con las exigencias que demandaba una nueva república en el siglo XIX, el mural adquirió un carácter académico impulsado por el mecenazgo artístico. Lo patriótico, lo religioso y lo mitológico fue relevante. En el siglo siguiente la temática incorporó elementos sociopolíticos y de contenido revolucionario.

“La experiencia de la Ciudad Universitaria en los años cincuenta da cabida a corrientes vanguardistas no figurativas. Sin embargo, otras intervenciones artísticas de esos años, signadas por el realismo social, han quedado marginadas por la historiografía”.

Durante las décadas el mural ha variado, además, sus técnicas. Ha sido utilizada pintura sobre paredes escaladas, revestimientos con base en mosaicos, relieves, vitrales.

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“El país ha seguido viviendo la práctica mural, a veces entendida como integración plástica, ampliada ahora de lo arquitectónico a lo urbanístico. La continuación más noble de aquella experiencia integracionista la constituye hoy sin duda el Metro de Caracas”, apunta.

Juvenal Ravelo es uno de los artistas cuya obra cinética reclama espacio en la ciudad. Su mural Módulos cromáticos, de 2.500 metros de largo, recorre la avenida Libertador. Creada en 2001 y restaurada seis años más tarde, no logra sobrevivir al impacto del hombre y el clima.

“El mural en la calle es un arte compartido, porque la obra íntima, pequeña que sale de una colección muy poca gente la ve, solo los amigos de la casa. Pero en la calle es una pieza para todos los ojos que la miran”, expresa el creador.

Los llama “escultura de divulgación plástica”, porque sirven para dar a conocer de forma masiva la obra de un artista. “Además humanizan las paredes grises, el cemento, y la gente reacciona positivamente”.

Otros que se observan por la ciudad son Jardín lumínico de Patricia Van Dalen, ubicado en la autopista Prados del Este, a la altura de Santa Rosa de Lima; y Uracoa, de Mateo Manaure en la avenida Libertador, con una extensión de 12 mil metros2.

Existen en la Plaza Caracas y la Plaza Diego Ibarra. En el Centro Simón Bolívar descansa un mural de César Rengifo y en la Ciudad Universitaria destacan, entre tantos, Oswaldo Vigas, Víctor Valera, Mateo Manaure y Carlos Raúl Villanueva.

En el Parque del Este, en medio de restauraciones que no terminan de sacar de la desidia el lugar, están los patios ornamentales con sus 30 mil metros2: el de los Muros Rojos y el de los Azulejos. Y en Altamira, frente a la plaza Don Bosco, la geometría se expande en Enredaderas geométricas, un mural de 60 metros de Alberto José Sánchez, inaugurado a mediados de mayo de 2016

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“En la última década hemos tenido importantes artistas de los muros, pero todavía no tenemos una estructura discursiva clara, aprehensible, capaz de articularse en forma de identidad o al menos de paisaje. En Caracas hubo una generación de artistas audaces que llegaron a lugares inimaginables, pero estando ahí apenas dejaron su firma. Y en ese sentido parecían artistas performáticos del ascenso antes que artistas del muro”, señala al respecto el poeta Willy McKey.

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Las imágenes actuales

El paisaje de murales caraqueños exhiben actualmente un estilo urbano, de temática variada. Flix, Vane Iacono, Okso y Fe son algunos de sus exponentes.

Una Sampablera por Caracas es una de las organizaciones que apoyan estas iniciativas. Desde 2011 lo ha hecho no solo a través de foros y talleres, sino en la realización.

“El arte urbano mejora las condiciones de la ciudad, la calidad de vida de una forma sutil pero significativa. Enriquece el paisaje, rompe ciertas rutinas mentales y los comportamientos autómatas del día a día. Además hay algo de valor detrás de ello”, afirma Nelson D’Freites.

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Uno de los jóvenes artistas es quien se hace llamar Romanokskermok. Una de sus piezas se ubica en Los Dos Caminos.

“Mi intención es hacer algo más decorativo y artístico que cualquier otra cosa, para refrescarles el paso a las personas. Que no vean siempre la misma publicidad política, de compras”, afirma quien emplea estilos como realismo, 3D, comic, bomba pieza, pieza, wild y tacs.

Para Okso el atractivo del mural reside en su ubicación, la forma arquitectónica del espacio y la paleta de colores que le permitan expresarse. “Me inspira el día a día, lo que pasa en nuestro entorno; desde una comida hasta una anécdota. Por lo general mi trabajo es social”, expresa.

Y agrega: “Para mí es satisfactorio el hecho de que mi trabajo sea valorado por las personas, que poco a poco vayan viendo el esfuerzo que uno hace tanto físico, como económico o mental. Hay personas que me han dicho: ‘Me sacaste la primera sonrisa’. Es gratificante”.

Acerca del impacto de estas manifestaciones de arte, McKey remata diciendo que el imaginario del venezolano debería cederle a los artistas las paredes necesarias para contar un relato que vaya más allá de la coyuntura.

“Que vaya más allá de un paisaje identitario que supere al bendito Ávila. Mientras eso no suceda, nuestros ojos van a seguir atornillados en el siglo XIX mientras el Poder sigue dibujando los ojos del Gran Hermano en cualquier muro que quede libre”.

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