Cultura

Holocausto en la gran pantalla

Al cumplirse 75 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, es oportuno dar una mirada a las películas más representativas en torno al exterminio nazi, desde “El juicio de Nuremberg”, “La decisión de Sofía” y “La lista de Schindler”, hasta “El hijo de Saúl” y “Jo Jo Rabbitt”, entre otras

Publicidad

Si algún tema ha planteado el cine en forma recurrente es el del Holocausto, con títulos tan representativos como El juicio de Nuremberg, El prestamista, La lista de Schindler o El pianista, hasta llegar a los más recientes, que todavía siguen atrapando la atención planetaria y acaparando galardones cinematográficos, como lo hizo en 2015 la húngara El hijo de Saúl, transgresora y autocrítica, o aspirando consistentemente a ellos, como la espléndida Jo Jo Rabbitt, que en clave de parodia irrumpe con apreciable ímpetu en la presente temporada de premios y que se aproxima a la ceremonia de los Oscar del próximo 9 de febrero nada menos que con cinco nominaciones, entre ellas la de mejor película.

Al estarse cumpliendo 75 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, uno de los principales emblemas de las masacres nazis, es oportuno volver la mirada hacia varias de las películas más icónicas de este subgénero.

Cabe destacar que durante la Segunda Guerra Mundial, las políticas de exterminio del Tercer Reich se consideraron una cuestión menor y hay que decir que en los años inmediatos al término de la conflagración aún no se les daba la atención que merecían. Las cosas empezaron a cambiar en los años cincuenta, cuando una nueva generación planteó preguntas incómodas.

De Hitchcock a Resnais

Auschwitz le debe mucho al cine, a las horripilantes imágenes que empezaron a llegar tras la derrota de los nazis. Uno de los filmes señeros es Memoria de los campos (1945), basada en el espantoso material rodado por soldados cuando llegaron a los campos de Auschwitz, Bergen-Belsen y Dachau. Fue un encargo del Cuartel General Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada y en el que llegó a participar Alfred Hitchcok.

En 1955 se estrenó Noche y niebla, documental de Alain Resnais que mostró con crudeza la magnitud del genocidio y apuntó sin rodeos a la responsabilidad colectiva de la sociedad alemana y buena parte de la cultura europea.

Hollywood comienza a atreverse con el horror de los campos con suma cautela. Una de las primeras películas que lo hace es El baile de los malditos (The Young Lions/1958), de Edward Dmytryk, donde Marlon Brando, como el teniente alemán Christian Diestl, descubre conmovido lo que sus superiores han perpetrado en uno de los campos.

Un año más tarde, se estrenaría la bien narrada, pero demasiado hollywoodiense, El diario de Ana Frank (1959), de George Stevens, que obtuvo cuatro Oscars, entre ellos el de la gran Shelley Winters como actriz de reparto.

Super estrellas en Nuremberg

En 1961 llega una de las películas medulares sobre el Holocausto, El juicio de Nuremberg, de Stanley Kramer, basada en un guión escrito para la TV enfocado en un juez estadounidense retirado (Spencer Tracy), que es enviado para presidir el tribunal contra los crímenes de guerra cometidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Aunque se toma sus licencias históricas, como dar más importancia de la que tenía al juez norteamericano, está muy bien escrito e  interpretado, con un sobresaliente reparto integrado por Spencer Tracy, Burt Lancaster, Maximilian Schell, Richard Widmark, Marlene Dietrich, Judy Garland y Montgomery Clift.

Dos años después, Sidney Lumet estrena El prestamista, basada en la novela de Edward Lewis sobre un usurero judío en Nueva York que hace lo que puede para superar su paso por los campos, lo cual vemos mediante flashbacks. La cinta del realizador estadounidense es brillante y a su protagonista, Rod Steiger, lo  nominaron al Oscar.

Judía de cine y TV

El uso de los flashbacks también es característico en La decisión de Sofía  (1982), de Alan J Pakula, basada en una formidable novela de William Styron. Tampoco se desarrolla totalmente en los campos de concentración y son las secuencias retrospectivas las que nos hablan de esa espantosa decisión de la protagonista de tener que elegir a cuál de sus niños salvar la vida. Interpretada por Meryl Streep, la actriz obtuvo su segundo Oscar por este muy dramático rol.

No era la primera vez que Meryl Streep hacía de judía que sufre el extermino. Lo hizo previamente en la miniserie Holocausto (1978), de la NBC, que causó un gran revuelo, pues allí se presentaron con cruda fidelidad imágenes de los gaseados en las cámaras.

De 1985 es la película a la que muchos cronistas consideran la más elaborada recreación del Holocausto: la monumental Shoah (es el nombre que los judíos le dan al exterminio nazi), de Claude Lanzmann.

Paradójicamente pasó sin pena ni gloria, quizás por su excesiva duración de nueve horas. Se apoya en una serie de entrevistas con víctimas y verdugos en los campos de exterminio. Hay testimonios de muchos de los supervivientes y testigos que son más que reveladores:

“Uno se adaptaba a estar ordeñando sus vacas mientras, al otro lado de la alambrada, se escuchaban gritos de horror y muerte, mientras olía a carne quemada, mientras veía las pilas con ceniza. Se habituaba uno a conducir un tren cargado de judíos, muchos de los cuales no salían vivos de los vagones, bebés incluidos”.

Pero Shoah también expone que los alemanes no fueron los únicos cómplices del exterminio, “impensable sin los bestiales ucranianos o los miserables civiles polacos, que se reían de los judíos cuando los veían pasar en los trenes de la muerte. Los campesinos les hacían el gesto del degollado (imagen usada en La lista de Schindler) cuando los judíos les preguntaban dónde estaban desde las ventanillas de los vagones para ganado”.

Aquí se prescinde de las imágenes de archivo, de los cadáveres amontonados y otros horrores, solamente se ve a supervivientes recordando lo que pasó y bucólicos campos de la Europa del Este, esos verdes parajes donde se erigió un complejo brutal de exterminio.

Al estilo Spielberg

Como contrapartida de Shoah, la película más popular sobre el Holocausto, pero no por ello menos estremecedora, es La lista de Schindler (1993), de Steven Spielberg, adaptación de la novela El arca de Schindler, del escritor australiano Thomas Keneall. Rodada íntegramente en blanco y negro, narra la historia real del industrial alemán afiliado al partido nazi Oskar Schindler (encarnado magistralmente por Liam Neeson), quien, con la ayuda del contable hebreo Itzhak Stern (Ben Kingsley), salvó en Polonia a más de mil cien judíos de la voracidad asesina de quienes se los habían confiado para explotarlos en sus fábricas de municiones y utensilios de cocina. Obtuvo siete premios Oscar, entre ellos los de mejor película, director, banda sonora (John Williams) y fotografía (Janusz Kaminski).

Vale resaltar que varios años antes le habían ofrecido hacer La lista de Schindler a Roman Polanski, pero éste razonó su rechazo explicando que de niño había sufrido el Holocausto en Polonia y su madre acabó gaseada en Auschwich.

Vino a abordar el tema en 2002 con El pianista, otra historia real, la de  Wladyslaw Szpilman, un pianista polaco judío que consigue evitar la deportación a Auschwitz gracias a la ayuda de algunos amigos, pero tendrá que vivir escondido y completamente aislado durante el último año de la guerra y para sobrevivir afronta constantes peligros.

La película le valió a Polanski un merecido Oscar como director, mientras Adrien Brody, su protagonista, lo obtuvo como actor.

Polémicas miradas

En 1997 se estrenó la sobrevalorada y controvertida La vida es bella, dirigida y protagonizada por el italiano Roberto Begnini, sobre un hombre que construye una elaborada fantasía para proteger a su hijo en un campo de concentración.

La Academia de Hollywood la glorificó otorgándole un Oscar a Begnini como actor y otro en el rubro de mejor película de habla no inglesa. Igualmente polémica es El niño del pijama de rayas (2006), del británico Mark Herman, un cuento desabrido e inverosímil en torno a la amistad del pequeño hijo del comandante de un campo de concentración con un niño judío de ocho años.

De la lista de películas mencionables sobre el exterminio nazi, merece un lugar preponderante El hijo de Saúl, ganadora en 2015 del premio de la Academia a la mejor cinta de habla no inglesa y primer largometraje del húngaro László Nemes.

El realizador de Shoah, Claude Lanzmann, la saludó entusiastamente como “una película que ha inventado una nueva forma de abordar el Holocausto”. Transcurre en Auschwitz en 1944, donde Saul Auslander es un prisionero húngaro que trabaja en uno de los hornos crematorios. Es obligado a quemar todos los cadáveres de los habitantes de su propio pueblo pero, haciendo uso de su moral, trata de salvar de las llamas el cuerpo de un joven muchacho a quien él cree su hijo y busca un rabino para poder enterrarlo decentemente.

Hecha en un formato de 4:3 (casi cuadrada), con cámara subjetiva y planos muy cerrados, nos mete de cabeza en el asfixiante mundo de un prisionero, obligándonos a padecer como el mismo Saúl, mostrándonos el mundo a través de sus ojos. Es imposible no sentirse inmerso, no asfixiarse y no vivir su situación, casi en carne propia, en los zapatos del que se sabe perdido.

Cómo reírse de los nazis

Pese a lo que muchos consideran que es un tema sobre lo cual se ha dicho todo, o casi todo, en el cine, en la temporada de premios de este año irrumpe Jo Jo Rabbitt -ya exhibiéndose en Venezuela-, una sátira sobre el nazismo con diálogos ingeniosos, golpes de humor realmente graciosos y personajes tan tiernos como simpáticos.

Llega a la ceremonia del Oscar del 9 de febrero con cinco nominaciones, en apartados muy apetecidos como los de mejor película, actriz secundaria (Scarlett Johansson), guión adaptado, vestuario y dirección de arte.

El realizador, guionista y actor neozelandés Taika Waititi dirige e interpreta al mismísimo Adolf Hitler, como el peculiar amigo imaginario de un joven estudiante de las Juventudes Hitlerianas que descubre que su madre (Scarlett Johansson) tiene escondida en el ático de su casa a una niña judía. El fanatismo siempre es buen material para la parodia y si no se ha hecho casi sátira sobre los nazis, es quizás por el temor de cruzar una delgada y peligrosa línea y reírse de manera inapropiada de una tragedia que dejó decenas de millones de muertos.

En esta ocasión vale destacar que no ha sido así. Todo lo contrario.

Taika Waititi ha demostrado en su corta carrera una marcada inclinación por desmitificar imaginarios cinematográficos. Lo hizo con el ci­ne de vampiros en Lo que hacemos en las sombras (2014), pero saltó a la fama tras revolucionar el Univer­so Cinematográfico Marvel gracias a Thor: Ragnarok (2017). Ahora retoma su vocación rupturista con la versión a la gran pantalla de la novela El cielo enjaulado, de la escritora belga Christine Leunens. El resultado es un filme tan original como seductor y perturbador.

El protagonista absoluto es Jojo, excelentemente interpretado por Roman Griffin Davis, como el niño sensible con vocación artística que reacciona a las burlas de sus compañeros tratando de convertirse en el más nazi de los nazis. Uno de los grandes logros de la película es que analiza  las pulsiones psicológicas de fondo que conducen a los seres humanos a la barbarie del fascismo, que no son otras que el deseo de pertenecer a un grupo y de obtener fortaleza a través del mismo, el miedo a lo desconocido como motor para el prejuicio malicioso o la violencia como forma atroz de liberar las propias frustraciones.

Más que sobre los judíos, Jo Jo Rabbitt enfatiza sobre los alemanes comunes y corrientes en un contexto diabólico. Ahí está otro de sus grandes logros, porque el filme nos sugiere qué hubiéramos hecho nosotros en la misma situación, al “humanizar” a esos alemanes que muchas veces el celuloide nos presenta como una encarnación del mal, así, sin matices. Y los alemanes, desde luego, fueron verdugos y principales responsables de su desgracia, pero también víctimas de sí mismos. Y para quienes lo duden, ahí están esos ocho millones de germanos que perdieron la vida en el frente o en los bombardeos sobre las ciudades.

Publicidad
Publicidad