Cultura

Años 70: los cinco discos que reinventaron el sonido venezolano

Así como en las grandes cunas de la música se experimentaba con géneros en los años 70, también en Venezuela se hacía otro tanto para conseguir una hibridación propia que bebió de las fuentes de la tradición. Y de aquí salieron algunos de los grandes nombres del pop: Yordano, Frank Quintero, Ilan Chester. Y dos bichos raros, gigantes: Brenner y Spiteri

años 70
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Más que héroes o ídolos de masas, los años 70 en Venezuela tuvieron a maestros en desarrollo labrando un camino musical de experimentación con lo propio. Un puñado de creadores, músicos de formación, se aventuraron entre los sonidos de la tradición para conectarlos con los géneros globales que ampliaban sus fronteras en aquellos tiempos.

Vytas Brenner: La Ofrenda de Vytas (1973)

Comenzaba el año 2015 y me comprometí con una micro investigación que consistía en testear la opinión de especialistas sobre cuáles podrían ser los mejores trabajos discográficos del rock venezolano. Encuesté a cien personajes (músicos, productores, periodistas, ingenieros, etcétera) y representantes de distintas generaciones y diferentes subgéneros en el campo del rock dieron su veredicto. Entre los primeros diez de la selección estaba La Ofrenda de Vytas.

¿Qué no se ha dicho sobre la obra cumbre de Vytas Brenner? La Ofrenda de Vytas es de las placas discográficas que cuentan con mayor cantidad de análisis, además de ser aplaudida por versados en la materia y público en general. Sus temas forman parte del inconsciente colectivo, se escuchan continuamente en los medios. Muchos no saben que son autoría de Vytas Brenner, pero están ahí en la memoria musical.

En mi libro “Rock Vzla 1959-2019” planteo, “…finalizando 1972, Vytas Brenner ya tenía listo un experimental proyecto que daría una visión renovada al rock progresivo fabricado acá. Bajo su batuta y composiciones juntó a músicos provenientes del rock y pop: Pablo Manavello, ex integrante de Sangre, en las guitarras; Carlos Acosta, ex integrante de Los Discotecos, en el bajo; Frank Rojas, ex integrante de Los Claners, en la batería y a otro sector de músicos del campo de lo popular tradicional: Jesús Chinchilla en la percusión, Ángel Melo en el cuatro, Ramón Hernández en el arpa y Alfredo Rojas en las maracas. Era un combo inusual, pero apto para lo que quería hacer Vytas, quien afirma: ‘Yo combiné efectos electrónicos, manteniendo cierto aire de música venezolana; o sea, utilizando el cuatro y el arpa, las maracas o los tambores de Barlovento, le daba el matiz venezolano. Todos los músicos tenían algo que ver con rock, y yo también, claro’… su primer disco vio la luz en junio de 1973, bajo el nombre de La Ofrenda de Vytas. Se trataba de una gran obra, desde su contenido musical, hasta en el diseño de la carátula. Habrá siempre un antes y un después a partir de este álbum integrado por ocho temas donde el rock progresivo venezolano llegó a su máxima expresión. El registro es un vuelo por paisajes venezolanos, donde nuestros ritmos están constantemente presentes, y muchos de nuestros instrumentos se entremezclan con la guitarra eléctrica y los teclados electrónicos…”.

En 1973 se editó en el Reino Unido Rick Wakeman. The Six Wives of Henry VIII, trabajo faraónico, mezcla de rock progresivo de altísima factura con clásicos europeos (Mozart, Bach), un total despliegue de nueva tecnología musical, operación instrumental en búsqueda de nuevos lenguajes. Al unísono se presentaba en Venezuela La Ofrenda de Vytas. Como verán, Vytas estaba en la cresta de la ola, a niveles del rock universal. Para muestra un botón, comparen “Tragavenado” de Brenner y “Catherine of Aragon” de Wakeman y saquen sus conclusiones.

Rótulos con color local, “Morrocoy”, “Frailejón”, “Barlovento”, “Canto de pilón”, no son casuales, Vytas viajaba, conocía la geografía venezolana, sus habitantes, y en particular, sus expresiones musicales. Una de estas piezas, “Araguaney”, resulta un experimento de teclas sintetizadas y colchones vocales con guitarras country & blues (recordando sus juveniles cantos en la ciudad de Barcelona/España con los Brenners Folk), una especie de folk futurista, de western alienígena.

En resumen, vanguardia en estado puro… de Venezuela y en los años 70.

Spiteri: Spiteri (1973)

En el nublado y frío Londres se da el encuentro. Son seis músicos venezolanos: los hermanos Charlie y Jorge Spiteri provenientes de la agrupación Los Memphis; José “Joseíto” Romero -ex integrante de Tsee Mud y Bacro-; José Manuel «Chema» Arria pieza de Los Claners y Sangre; Bernardo Ball la herencia de Los Impala; Rubén «Micho» Correa quien venía de la experiencia de Los Kings y Grupo Pan. A este team se sumaría un británico: Leonel Grigson. Así nació el proyecto Spiteri, una súper banda venezolana establecida en la capital británica.

No pasó mucho tiempo para que el mercado musical de la añeja isla viera en Spiteri una alternativa anglosajona al tan de moda “sonido Santana”.

La base de operaciones era un departamento en 49 Elsham Road. W14, en Sheperdsbush, patio trasero de la agrupación The Who, muy cerca de Kensintong Pub donde solía hacer jams Ginger Baker en su fase post Cream. Ese piso fue visitado por bluesistas afroamericanos, percusionistas jamaicanos, un teclista griego, ingleses husmeando ritmos latinos y el mismísimo Gilberto Gil.

Recuerden, estamos en Londres 1973 y este pequeño apartamento es un laboratorio musical ilegal.

Como me comentó Jorge Spiteri “con los Beatles y Traffic en la mente y con Joe Cuba en el corazón”, más 25.000 libras aportadas por el sello GM, la magia los acompañó al estudio de grabación. En las sesiones de trabajo pasó de todo, desde utilizar los instrumentos del grupo Osibisa (célebre por aquello del rock africano) y compartir con ellos, hasta las regulares visitas de The Wailers y Bob Marley.

Un fondo rojo semidesértico en primer plano y una gran serpiente que, enroscada sobre sí misma, detallaba el nombre: Spiteri, esa fue la tapa del álbum.

Su contenido era pura experimentación. Entre el inglés y el español, las composiciones y arreglos de Jorge nos abrían un nuevo horizonte, donde se confundía el folklore venezolano con elementos afrocaribeños, hard rock, baladas cargadas de bolero y soul; todo con una gran influencia del grupo Traffic y, por supuesto, de Santana.

En Venezuela el tema que abría el vinil, “Campesina”, fue número uno en las radios juveniles.

El tumbao tórrido, la clave de la salsa, un vernáculo latin soul, están presentes en casi todas las canciones. “No Time For Hesitation”, bolero soul con aires de José Feliciano; “Don`t you Look Behind”, hard rock acorde al momento histórico pero eso sí, latinizado; “Soul Inside”, una suite guitarrera que comienza en psicodelia pasa al progresivo y termina en onda Santana.

Hallaremos violines, aproximaciones al boogaloo, algo de tradición nacional (versión “Barlovento” con guitarra eléctrica) y unas baladas latinas con propensión a lo progresivo. Toda esa mezcolanza puede ser su lado positivo al tiempo que punto débil, ya que al querer aplicar el “modelo Traffic” (complejos arreglos y conciliaciones de ritmos y géneros) nos lleva a un laberinto que desorienta. Cuenta con ediciones europeas y venezolanas en cd y vinil, vale la pena hacerse de una.

Frank Quintero y los Balzehaguaos: Hechizo (1978)

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Hechizo es un álbum que se encuentra en una encrucijada: para algunos es jazz, para otros es un LP pop, y están los “tradicionalistas” que por los orígenes de Frank Quintero y algunos de sus músicos, lo siguen ubicando en el campo rock.

Desde mi perspectiva es todo eso y algo más.

Lo primero que hay que aclarar, antes de entrar en la división de categorías, es que se trata de un trabajo perfeccionista, donde el nivel de los músicos, la ejecución de las composiciones y la arquitectura de los temas es impecable. El triunfo de una generación de músicos en vías a su tercera década de vida (Frank, Leo y Maricruz Quintero, voz/batería, guitarra y coros respectivamente; Willie Croes teclados, Lorenzo Barrientos, bajo; Pablo Matarasso, batería; Freddy Rondán, percusión; Ezequiel Serrano, saxos).

Hechizo se convierte en una fórmula que define una etapa del artista. Por un lado, es el cierre de una fase que bien podríamos llamar “Balzehaguao”, luego de tres discos (este sería el tercero) el modelo está agotado y es necesario pasar a otra cosa ya casi finalizando los años 70. Es su trabajo más profesional desde todo punto de vista (musical, conceptual, producción), fue energía y experiencia acumulada durante diez años, desde su remoto proyecto “La Fe Perdida”. Por otro lado, desde cierto sentido de vida, se convierte en su despedida del rock y entrada definitiva al pop: atrás queda lo experimental y para la nueva década aparecerá un Frank Quintero reposado y baladista.

En 1978 Frank y su banda Los Balzehaguaos se dirigen a la ciudad de Nueva York a grabar en el afamado The Electric Lady Studios. Además de contar con tecnología del primer mundo, se hacen rodear por una serie de invitados de lujo, entre otros, Michael Brecker y Dave Sanborn en los saxos, Randy Brecker en la trompeta y Barry Rogers en el trombón. Indudablemente el componente más jazzístico.

También está el gran percusionista Nené Quintero en el único track grabado en Caracas, “El navegante”, todo un éxito radial.

El esqueleto de Hechizo fue una combinación de jazz fusión de marcado acento latino con momentos pop fundamentados en baladas. El equilibro del modelo descrito es el tema inicial “Cosas que a veces sentimos”. El soporte de la canción pop está dado por “El navegante” y “A todos nos puede pasar”, que marca el rumbo de lo que será el Frank Quintero de los años 80. Refuerza esta tendencia con dos diminutos puentes sonoros de toque académico y polifonía vocal: “Amanecer” y “Hechizo”.

El resto es una travesía por el jazz fusión de la década, aires a Return to Forever, con atmósferas brasileras, funk, cambios de tempo, contrapunteos de instrumentos y solos de guitarra donde, ocasionalmente, Leo Quintero deja fluir su pasado rockero.

Un Hechizo que desvanece un tipo de música y saluda a un nuevo Frank Quintero que el gran público disfrutará desde los 80 hasta la actualidad.

Ananta: Night And Daydream (1978)

Night And Daydream es un ejercicio musical poco conocido de Ilan Chester, material de culto para las tribus del rock progresivo. Corresponde a la etapa “radical” krishna de Chester quien venía de regreso de su aprendizaje espiritual en India, aterriza en Londres y allí decide grabar Noche y Ensueño inspirado en su militancia en el krishnaismo. Y en él combina buena música con elementos religiosos, llamémoslo rock devocional.

Ilan se instala en una bucólica casa campestre, alquila un piano y comienza a componer. De esta estancia londinense surgirán muchos de los temas que alimentarán su regreso a la patria: grupo Melao y sus dos primeros trabajos en solitario (Por principio… fin y Canciones de todos los días). Llama a dos venezolanos que estaban en la capital del reino haciendo latin funk, Jorge y Charlie Spiteri, más tres británicos. Con este equipo crea una pequeña obra llamada Night and Daydream que también se puede conseguir con el nombre de Wheel of Time.

Si tratáramos de definir esta placa discográfica debemos comenzar por decir que es una propuesta de discurso religioso, con toques hippies y algo moralista. Puede gustar o no su contenido filosófico, pero a nivel de música es un gustazo escuchar el piano, las melodías y la voz de Ilan Chester en pleno desarrollo, buscando lo que conseguiría en la década de los 80.

El público del rock progresivo/sinfónico rápidamente enganchará con la propuesta de Ilan. Al otro público, el que conoce al Ilan pop, le costará un poquito más, pero llegará lentamente a saborearlo también.

Los nueve surcos que componen Night and Daydream son una mezcolanza del compositor progresivo y el creador pop, cóctel que encaja perfectamente en el llamado art rock, de hecho, en muchos catálogos este producto es definido así.

“Behind The Mask” es justo la paradoja a la que hacemos referencia: rock progresivo con elementos pop, potentes teclados, cambios de velocidad, incluso proximidad al jazz. Todo lo citado siempre sometido a la alegre y seductora voz de Chester, sus melodías hacen la faena para captar al escucha, allí el gancho pop.

Evoca a Stevie Wonder (“Talkin Book”, “Innervision”), Yes, Electric Light Orchestra e indudablemente, al espíritu Beatle. Podrán toparse con pasajes “George Harrison” que casi casi rayan en la naciente new age, como “Causal Ocean”. Rescato particularmente la canción “The Game” donde Ilan deja claro hacia dónde se dirige, deslastrándose del progresismo (sin logarlo totalmente pues al final aparecerá un flashback Jethro Tull), es el artista en tránsito a su cancionero particular que aflorará a partir de 1980. Esta tendencia se repite en “Be With You”, utilizando a Brasil como soporte rítmico.

Ananta fue un proyecto que sirvió de gran ejercicio compositivo al maestro Ilan Chester, un irregular primer trabajo con muchas canciones desconectadas entre sí, que logrará mayor coherencia en el segundo, centrado en más rock y menos Krishna. Ananta facilitó la llegada del Ilan que conoceremos en los siguientes 15 años. Por todo esto, Night and Daydream es un recorrido que debemos hacer los cercanos a Ilan y al pop rock en general.

Sietecuero: Rojo sangre (1978)

Como los grandes exploradores de siglos pasados, siete músicos decidieron aventurarse a territorio desconocido, adentrarse donde pocos habían llegado. Esa comarca comprendía la poesía urbana, el habitante de Caracas y su entorno expresado en letra y música, aproximación del rock al lenguaje de los ritmos caribeños.

En la práctica Sietecuero y su homónima producción fue la avanzada, la vanguardia de futuros expedicionarios que utilizarían los “mapas sonoros” que dibujaron los pioneros. Nombres como Adrenalina Caribe, Yordano y La Sección Rítmica de Caracas, Bacalao Men o Monsalve y Los Forajidos, contaron con esa cartografía.

En la bitácora de viaje dos composiciones que definen el rumbo, “Rojo sangre” y El rostro de la calle”. Allí está la semilla de los futuros logros de Yordano (en Sietecuero aun Giordano): la percusión afrocaribeña (Totoño Blanco y Alberto Borregales) sincroniza con la batería (Evio Di Marzo) y el bajo (Rafael Figliuolo) rockeros, mientras teclas y cuerdas se deslizan entre el blues y son, surgiendo un hard latin sound. Ayudará en esta acción el piano Fender de Alberto Slezynger, que le dio un perfil propio a la receta de la banda.

Mención especial para “Arrabalera”, de los primeros constructos de Evio Di Marzo, enfoque profético de lo que será Adrenalina Caribe años después, con un hermoso intro en la guitarra de Bartolomé Díaz, quien pronto se marcharía del equipo explorador para profundizar en sonidos antiguos, su gran labor docente y apostar por cuanto proyecto utópico apareciera en nuestra ciudad.

El mismo Bartolomé me cuenta: “El ciclo de acordes que toca Evio en la guitarra de doce cuerdas es el mismo que sirve de estructura a la canción. Sobre él yo improvisé en la guitarra española la melodía que hace las veces de introducción”. Rumba aflamencada, speech y feeling empujados por el bolero, con una arremetida final de percusión a la cual es imposible escapar.

La voz de Yordano es constante, aunque algunos compañeros tienen sus momentos estelares, como Slezynger, quien con su piano eléctrico se pasea por la salsa, el rock y emula a su ídolo Herbie Hancock. Su firma está en el cierre del disco, “Chanchullo”. Como continuando la senda de Vytas Brenner, Alberto nos presenta un rock progresivo caribeño donde el teclado mantiene el liderazgo, ritmos de aquí y de allá, un “Bolero de Ravel” rabioso en las playas de Barlovento, casi siete minutos de descarga.

¿Conocen Superimposition de Eddie Palmiere? pues el ingeniero que grabó ese grandioso disco es el mismo que se encargó de registrar Rojo sangre -Fred Weinberg- recalcando que este álbum fue grabado en San Juan de Puerto Rico en febrero de 1978.

Afortunados quienes pudimos ver en vivo a Sietecuero recreando en su formato musical el tema “Summertime”.

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