Cultura

Los 5 discos indispensables del rock latinoamericano de los años 90

Con tres décadas de camino, los años 90 serán los de la consolidación definitiva del rock latinoamericano en sus distintas expresiones y colores. Y los Indispensables de estos tiempos son trabajos fundamentales de Soda Stereo, Aterciopelados, Café Tacuba, Draco Rosa y Sepultura. Hay de todo aquí

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Luego de un periplo de treinta años de duración, el rock latinoamericano llega a la última década del siglo veinte mostrando vitalidad, mercado y madurez, es el momento de su consolidación. Se hacen visibles sus héroes, se elaboran piezas maestras, comienza la competencia con sus pares del norte, nos encaminamos a un mercado propio.

Existe entonces un rock latino que abarca toda la región, desde La Patagonia hasta el sur de Estados Unidos. Es su mejor momento: creatividad, excelentes músicos, sonidos locales con proyección global. La cadena MTV, en su capítulo latino, es testigo de la coyuntura.

Aparentemente no hay vuelta atrás, se avecina un buen nuevo siglo para el rock latinoamericano.

Estos son cinco discos indispensables de los 90, los que ponen la alfombra para lo que vendrá después.

Soda Stereo: Canción Animal (1990) Argentina

Con más de un quinquenio de experiencia, la banda que se perfila como el gran proyecto rock latinoamericano puede darse el lujo de experimentar, transformarse de manera radical. Su líder, el joven músico Gustavo Cerati, ya lo intentó con el maxi single Languis, también en lúdicos ejercicios con sus colegas Charly García y Pedro Aznar en lo que sería el fracasado intento de un álbum conjunto, quedando como referencia el tema “No te mueras en mi casa” incluido en Filosofía barata y zapatos de goma, de Charly García.

Ese espíritu de renovación, y si se quiere, de cansancio en la fórmula proveniente del postpunk y sus derivados, cobra forma en el álbum Canción Animal. Producto de la maquinación de Cerati, aparecerá una colección de canciones que si bien admitía elementos del nuevo rock alternativo británico, su esencia era regresar a resonancias de los años 70, aquel rock del que se alimentaron cuando adolescentes, en particular Pescado Rabioso y sus inmediaciones.

En los 90 el rock entraba en una nueva fase y Soda Stereo también. Pero no en la misma línea que sus contemporáneos británicos o norteamericanos, sintieron el golpetazo de Guns and Roses, del noise, y se adelantaron al renacimiento del rock en formato grunge.

Al irse a la ciudad de Miami a grabar las nuevas canciones de Cerati y escoger un estudio, ya apostaban al revival de los 70. Su bajista, Zeta Bosio, diría sobre el estudio de grabación seleccionado, que tenía “…un sonido cálido, setentoso, y lo elegimos un poco con esa idea”. Es preciso, en este momento, detenerse en el tema “Sueles dejarme solo”, lo más parecido al blues rock de principios de los 70, claro, con el sello de los 90, con el mood Soda Stereo.

Canción Animal es un coherente trabajo de guitarras y excelentes letras, apuntando a la madurez de Cerati como compositor y de la banda como el mejor power trio latinoamericano. Ostentando como contexto el sonido argentino de los 70, Gustavo Cerati conserva ese “eco” vocal de Ian McCulloch (Echo & The Bunnymen) y algunos lastres de su pasado inglés de los 80: escuchar “Hombre al agua”.

El trío alcanza un sonido crudo, vigoroso, sobre todo, apasionado. Cuentan con un amigo y consecuente colaborador de Cerati, el creativo músico argentino Daniel Melero, vital en la concepción del álbum y su arquitectura sonora. Queda para la historia uno de los mejores registros del rock latinoamericano. En esta placa de colección está uno de los grandes hits de la banda: “De música ligera”, el momento pop rock. En esa misma línea pop encontramos “Cae el sol” con tributo Beatles en sus últimos segundos. Punto y aparte son el folky “Té para tres”, es una “spinetteana” total y “1990”, aproximaciones al country folk con acento argentino.

Cada vez que escucho “After Dark” de los chicanos Tito And Tarantula, tema muy eróticamente bailado por Salma Hayek en el flim “From Dusk Till Dawn ”, o algunos trabajos del guitarrista cubano Manuel Galbán, me retrotraigo a “Canción animal” (tema que da nombre al álbum de Soda Stereo) donde hay un no se qué de “danzón rock” de tracción animal.

Café Tacuba: Re (1994) México

Creo que para el argentino Gustavo Santaolalla, productor del álbum Re de Café Tacuba, significó un sueño alcanzado, el cierre de un ciclo y la apertura de otro. Santaolalla desde su juventud apostó por la fusión del rock con el folklore latinoamericano (la banda Arcoiris, el álbum De La Usuahia a La Quiaca…), casi una obsesión. Llegar a la década de los noventa y ser parte de uno de los trabajos más importantes en la historia del rock latino en cuanto a fusión, equivale a haber podido estar en el nacimiento de Abraxas, de Santana (1969): ambos trabajos abrieron una nueva dimensión para el rock y la música en general.

Gustavo vio muy claramente dibujado el concepto que desarrollaban los cuatro jóvenes músicos de las afueras de Ciudad de México, y se identificó. Re, representaba repetición, reciclaje, sobre todo reunir el pasado popular folklórico de México con el presente del rock, en pensamiento náhuatl utilizado por los tacubos: “Todo lo que fue volverá a ser y todo lo que es dejará de ser”. Una instrumentación nada rockera y bastante básica, José Rangel (guitarra acústica y jarana), Emmanuel (todas las teclas, incluyendo la melódica, clarinete, caja de ritmo), Quique Rangel (tololoche, contrabajo, guitarrón) y Cosme (voz líder), nos dan una idea de lo que se avecinaba con Re.

Álbum arriesgado por el cual apostaron desde los mismos músicos hasta el sello disquero, y que a pesar de haber sufrido de la resistencia del mercado, finalmente se convirtió en un gran éxito de venta y de calidad artística. Indudablemente, el gran aporte de Café Tacuba con Re es haber difuminado las fronteras de géneros y estilos musicales, acercar a tribus diferentes y distintas generaciones. Pasaron de las críticas por no ser rock a la aclamación como la mejor banda de rock de azteca.

El párrafo precedente se manifiesta en una serie de canciones donde la híbridación es lo distintivo: “La ingrata”, una especie de “speed corrido” lleno de punk; “Esa noche”, bolero/danzón; “El fin de la infancia”, música banda con ska y punk chilango; “El Metro”, recorrido por varias estaciones del subterráneo de Ciudad de México a ritmo de funk, disco y bossa; mucho pop anómalo, “Pez”, “Las flores”, “Ixtepec”. Este panorama se mantiene durante todo el disco. Claro está, el rock es una constante, así sea tratado sin batería y con solo una caja de ritmo: “El borrego” o “La pinta”.

Diversidad que viene dada también por la capacidad de todos sus músicos de componer y manejar diversos instrumentos. Aunque haya una clara “dirigencia” de parte de su frontman, es un equipo bastante equilibrado en cuanto a control del colectivo. Siempre presente el humor, la cotidianidad mexicana, la parodia. Ponderación entre los instrumentos tradicionales (jarana, guitarrón, maracas, tololoche) y contemporáneos. Y si tocara hacer alguna queja, podría decirse que hay temas que sobran, son veinte tracks, algunos minúsculos e innecesarios.

Muchos nos debatimos entre cuál será el mejor álbum de Café Tacuba, si Re o Revés/Yo soy, difícil decisión, pero por ser el primero, el menos denso y más pop, dejemos en los indispensables a Re.

Ya vendrá para Gustavo Santaolalla otro ciclo, Ronroco, Bajofondo o el soundtrack de «Brokeback Mountain».

Robi Draco Rosa: Frío (1994) Puerto Rico

Robert Edward Rosa Suárez, mejor conocido como Robi Draco Rosa, es un collage: sangre latina, infancia en New York, adolescencia en Puerto Rico y toda Latinoamérica, madre rockera y padre salsero, amante de la literatura sombría y con una vida loca. Siempre ha tenido un pie en el pop y lo latino, basta escuchar los temas “Goajira” (evocando a Santana, el rock chicano y algo de bugalú) o “Mama Hue” (nos remite a Emilio Stefan o a los venezolanos Daiquiri). Pero el álbum Frío realmente es rock, un rock que bien podría ser calificado de gótico, oscuro. Su carta de presentación, “Cruzando puertas”, una composición con gran base rock pero friso de bolero pop, poderosas guitarras, pérdida y desamor.

Es evidente la influencia del molde de Lenny Kravitz en ese soul-funky-latino que nos transporta a lejanos tiempos de Sly & The Family Stone (“Frío”, “Mama”, “Pasión”). De igual manera, “Cruzando puertas” junto a “Y qué me importa”, son el boceto de un efervescente rock latino, una labor de proyectista que comparte con nombres como Santiago Auserón (Radio Futura), Enrique Bunbury y Andrés Calamaro.

Frío fue un trabajo que no gozó de mucha aceptación del público en su momento, pero el tiempo le ha dado su lugar en el árbol genealógico del rock en castellano. Álbum maduro, donde Robi hace gala de su rol como compositor y productor. Buenas letras y mejores voces (la gran mayoría de Draco). Años después, el disco será reeditado en inglés, mejorado su sonido.

Curiosidades alrededor de esta grabación: Robi Draco vivió un tiempo en Argentina y allí conoció el trabajo de Luis Alberto Spinetta, del cual reconoce su influencia en Frío. Algo parecido le sucedió en España, donde abrazó la radical propuesta flamenca de Camarón de la Isla a quien le dedica una canción en Frío. Los en vivo de Robi son antológicos, así queda inmortalizado en varios Rock al Parque de Bogotá.

Atrás su convivencia con la teenband Menudo, el futuro le depara una exitosa alianza con Ricky Martin en hazañas como “Livin’ la vida loca”.

Si escuchas Frío y te enganchas, ve inmediatamente a su segunda placa discográfica, Vagabundo, muchos afirman que supera a la primera.

Aterciopelados: El Dorado (1995) Colombia

Sobre la agrupación Aterciopelados y su álbum El Dorado podría especular casi de manera infinita: su impacto e importancia en el rock latinoamericano, en el llamado rock mestizo, es vital. El Dorado surge de la misma cosecha de Re de Café Tacuba, Rey Azúcar de Los Fabulosos Cadillacs, Casa Babylon de Mano Negra o Severino, de Os Paralamas do Sucesso. Aquellos son tiempos de cambios en la visión del rock de la región, el rock latino cambia de piel, la fusión se impone y comenzamos a ver hacia adentro, se refuerza nuestra autoestima. Siendo justos con la historia, lo que había iniciado la agrupación Génesis –generación hippie colombiana de la década de los 70- Aterciopelados lo profundiza y exporta.

Corría el año 1995 y el auge del rock latino era un hecho. El proyecto liderado por Andrea Echeverri y Hector Buitriago era parte visible de ese flujo y una referencia obligada del rock del vecino país. En Venezuela, el efecto El Dorado fue poner a sonar miles de veces “Florecita rockera” y “Bolero falaz” en la radio, y el disco completo en los locales nocturnos de moda. Música popular colombiana atravesada por grunge y punk. Estas canciones se convirtieron en himnos generacionales. Fue el momento de ascenso del Festival Nuevas Bandas y la explosión de programas de radio y televisión cuya banda sonora era El Dorado.

El Dorado fue parte fundamental de ese nuevo constructo, pero viejo ideario del rock latinoamericano, de elaborar una moderna propuesta sonora que incorporara nuestra música de raíz y cultura popular latinoamericana. De una u otra manera se convirtió en el espíritu de los tiempos. Los ejecutores de postpunk, rock alternativo, grunge, dance music o rap, a pesar de sus atuendos –cercanos a los estereotipos del norte del hemisferio-, tenían cierta peculiaridad mexicana, bonaerense, paisa, santiaguera, barcelonesa, carioca o caraqueña en su ejecución lírica o musical; hablaban sobre la estación de trenes de la provincia, el partido de fútbol o la marca de cerveza local. Esa fue la base de su popularidad y consolidación.

La iniciativa de Aterciopelados en El Dorado era esa: rock lleno de ritmos afrocaribeños recordando a Santana y la cumbia, hardcore ranchero, canción latinoamericana electrificada, joropop, bolero lleno de sonido actual. Finalmente, nuestro rock se convertía en folklore urbano.

Sepultura: Roots (1996) Brasil

Un caso épico de cómo unos jóvenes provenientes de sectores populares y ajenos culturalmente al género musical por el que apostaron se convierten en referencia musical universal y erigen un nuevo subgénero. Los músicos integrantes de la banda brasileña (Belo Horizonte) Sepultura, siendo representantes de una de las tendencias radicales del metal deciden salirse de su zona de confort y proponen evolución en el sonido extremo, logrando crear un hormigón ataviado de thrash, death y música de raíz local.

Para la segunda mitad de los 90, cuando las llamadas músicas del mundo atrapaban el interés de las discográficas, medios y mercado en general, la fórmula de Sepultura trascendió del metal y fue catalogada hasta de world music, entró en los listados internacionales de los álbumes favoritos, e incluso, abrió las puertas al groove metal, algo más cercano al público masivo.

En el rock carioca ya Os Paralamas do Sucesso había superado las fronteras de la región, giraban por toda Latinoamérica y vendían una robusta cantidad de discos, pero Sepultura juega a un nivel superior, impacta en todos los continentes. Todos los tracks del cd Roots son una locomotora de ritmos, fuerza descomunal y avasallante percusión que no deja pie en piso, ni cuerpo estático.

Al ya acostumbrado ímpetu de la banda, con una batería y guitarras que tenían créditos ganados por méritos propios, se suman cadencias de la música popular de Brasil y étnicas reminiscencias de la amazonía. En un afán cuasi etnomusical, Sepultura integra vivencias de la tribu Xenave de lo profundo de la selva o la timbalada de las calles de Salvador de Bahía. Los “fresas” que se negaban al sonido del metal no tuvieron otra alternativa que poner atención al nuevo fenómeno, aceptarlo y alabarlo. Esa mixtura de thrash, death y hasta black metal, entraba triunfalmente en el campo poprock.

El birimbao seguido de doble bombo, voz gutural con fondo de canticos silvestres configuraban toda una revolución. Bajar el tono de las cuerdas del bajo y acoplarlo a redoble de tambores asociados al samba, generando una “big band” apabullante, caótica, son conquistas de Sepultura. Agreguen crítica social, desafío político, discurso ecologista, reivindicaciones indígenas. Hay colaboraciones históricas: el gran Carlinhos Brown o la de los integrantes de la banda Korn y David Silveira y Mike Patton, de Faith No More. Finalizando el álbum, brotan regresiones punk, escuchar “Dictatorshit”.

Ciertos críticos plantean que fue un acercamiento de Sepultura al muy de moda nu metal. Lo cierto es que en Roots nos encontramos con un antes y un después de la forma de abordar el metal, también es un hito en el rock latinoamericano.

Entre tanto olor a etnología, antropología e historia, cabe mencionar que esta es una grabación -y una banda- que merecía ser mencionada en el polémico documental referido a la genealogía del rock latinoamericano “Rompan Todo”.

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