Tocar hasta agotarse: así se busca un récord Guinness con El Sistema
Si dos palabras pueden describir el ensayo más grande del mundo esas son: energía y amor. Energía porque 12.000 músicos tocando al unísono es lo más envolvente que cualquiera pueda presenciar; y amor porque solo esa emoción puede sobreponerse a situaciones que se escapan de lo planificado y a un inclemente sol que hace de la concentración un reto superior
Casi 12.000 músicos miran las más de 10 pantallas gigantes que hay frente a ellos para seguir el tempo de su maestro. En los rostros, algunos ocultos bajo gorras o sombreros, se nota el agotamiento que conlleva tocar un instrumento por más de tres horas, bajo un sol inclemente. A pesar del clima, intentan mantener la concentración con el fin de que La marcha eslava, de Piort Ilich Tchaikovsky, suene como debe.
Los miembros del bloque de cuerdas no lo dicen, pero saben que sus dedos se grabaron ya los movimientos. Los de percusión reconocen, incluso mirando de reojo a su guía, cuándo se acerca el próximo golpe. Suena bien, de hecho suena espectacular para quien escribe, alguien que no sabe de música clásica a profundidad.
Sin embargo, es obvio que no es suficiente para el director. La ejecución debe ser perfecta, más allá de que el objetivo a cumplir sea la de convertirse en la orquesta sinfónica más grande del mundo, lo que se premiará con un récord Guinness.
A pesar de que falta un día para el gran concierto, ese que verán las autoridades que podrían decidir si sí o no se marca el récord, se rige con la misma disciplina que se debe ver en el día de la ejecución.
Los estuches de los instrumentos están a un lado de cada silla. La postura de los músicos solo cambia si así lo indica el momento. Y si es necesario hacer silencio, porque la música también es eso, entonces el espacio de 160 metros cuadrados lleno de niños y adultos se vuelve una caja hermética. Estar allí te hace comprobar que El Sistema, efectivamente, sí es un sistema.
Un duro viaje
En ese espacio, rodeado de verdes y dos edificios blancos que colaboran con el eco de la música, músicos del interior reconocen la dificultad para llegar a Caracas .
«Lo más duro fue el traslado de los muchachos del interior del país. Hay unos que salieron muy tarde el día de hoy, o muy tarde el día de ayer, es el caso de los del Zulia. Ellos venían en bus y eso fue bastante rudo porque solo durmieron unos 40 minutos y luego otra vez para afuera, directo para el Fuerte Tiuna», cuenta una joven que toca un instrumento de viento.
De hecho, es quizás la energía que se crea al tocar las notas del himno nacional o Venezuela, lo que por momentos dejó en segundo plano lo que no salió bien.
«Durante el día, la logística del ensayo estuvo fatal. El horario de llegada era: profesionales a las 7:30 am, agrupaciones cercanas a Caracas a las 8:30 am, y los más lejanos a las 9:00 am para empezar a las 10:00 am. Pero el ensayo terminó comenzando a las 12:00 pm porque a las 9:00 am estaba llegando la orquesta base (profesionales)», continúa la adolescente.
«Todo empezó con dos horas de retraso. Eso fue muy fuerte porque nos tuvimos que calar el sol de las 12 del mediodía hasta las 5:00 de la tarde, que fue cuando terminamos. Más que todo fue por el sol, no por la intensidad del ensayo porque ese es el ritmo normal. Nos dejó agotados mentalmente», dijo otra de las participantes.
Sentimientos encontrados
Una músico profesional de las cuerdas confesó: «Desde que me dijeron (sobre el proyecto) me ha chocado un poco el tema de la pandemia, (porque) me parece un proyecto hermoso e histórico, y me emociona participar, pero hacerlo en este momento sí ha sido un poco incómodo para mí porque he tratado de cuidarme bastante durante este tiempo».
Sin embargo, otra entrevistada aseguró que generó seguridad haber pasado por al menos tres procesos de pruebas anticovid y que la mayoría cuenta con las dos dosis de las vacunas.
Buscando escribir la historia
La energía grupal aumentaba con cada corrección de los cuatro directores que subieron a la tarima principal, pero el cansancio era evidente. En una hora y media de recorrido (3:00 pm hasta las 4:30 pm), se pudo ver a más de 20 niños y adolescentes que tenían pañuelos remojados sobre sus cabezas con el objetivo de refrescarse, y uno que otro que asistió a la tienda de primeros auxilios para buscar ayuda de un especialista por deshidratación, a pesar de que había botellas de agua para todos por doquier.
Y mientras eso sucedía, se pasó de la marcha serbo-rusa al Aleluya, del himno nacional al Merengue de Primer Dedo que varios decidieron acompañar con pasos de baile naturales al punto de que uno que otro decía: «¡Grábanos así!».
Porque sí, más allá de las circunstancias, el disfrute se notaba en aquel que tenía más de 32 horas sin dormir, en las reclusas del INOF que estaban custodiadas por la Guardia Nacional Bolivariana y hasta por aquel que le hubiera gustado que el proyecto se hiciera en un tiempo sin pandemia, bajo un techo y aire acondicionado.
Lo único cierto, y quizás expreso, es que estar allí ensayando y atendiendo a una pantalla, solo significa una cosa para alguien que ama su talento: escribir su propio nombre en la historia musical nacional y, posiblemente, del mundo.
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