Cultura

Josephine Baker ya está en el Panteón de los Ilustres de Francia

La legendaria estrella de music hall, luchadora de la resistencia contra la ocupación nazi en París y activista contra el racismo, es la primera mujer negra en recibir este honor. Sus restos reposarán junto a los de Marie Curie, Voltaire, Victor Hugo y Émile Zola, entre otros. Aquilino José Mata relata su extraordinaria vida

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Josephine Baker

Artista de music-hall, resistente contra los nazis, militante antirracista. Joséphine Baker se convirtió este martes en la primera mujer negra en entrar en el Panteón de Francia, 46 después de su muerte por una vida de lucha por la «libertad».

«Entra en este Panteón donde un viento de fantasía y audacia sopla con usted. Por primera vez también entra una cierta idea de libertad y de fiesta», dijo el presidente francés, Emmanuel Macron, tras alabar a una «heroína».

Poco antes de las 18H30, el féretro que simboliza a Baker pasó bajo la inscripción «A los grandes hombres» a la entrada de este templo laico erigido en pleno barrio latino, tras un último espectáculo por las calles de la capital francesa.

De las ochenta personalidades que hay actualmente en el Panteón, únicamente cinco son mujeres. La célebre estrella franco estadounidense del music hall, activista por los derechos civiles y miembro de la resistencia contra la ocupación nazi, será la primera negra y la sexta mujer cuyos restos reposen en esta antigua iglesia cristiana, reconvertida en templo para rendirle tributo a sus héroes. Un récord que para muchos deja bastante qué decir, tratándose del país cuyo lema patriótico es “Libertad, Igualdad y Fraternidad”.

Entre los enterrados en el Panteón se encuentran Marie Curie, Voltaire, Juan Jacobo Rousseau, Victor Hugo, Émile Zola, Jean Jaurès, Jean Moulin y Louis Braille. La última mujer sepultada allí, en 2017, fue Simone Veil, ex ministra, superviviente del Holocausto y la primera parlamentaria del sexo femenino que presidió el Parlamento Europeo.

El presidente Macron anunció su decisión de propiciar la entrada de Josephine Baker (1906-1975) en el Panteón, en atención a “sus compromisos y luchas. La primera gran artista negra de dimensión internacional estuvo implicada en la resistencia francesa a la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, en la lucha contra el racismo y en todos los combates que unen a los ciudadanos de buena voluntad en Francia y en el mundo”, recordó en un comunicado emitido por el Palacio del Elíseo.

Josephine Baker
En sus tiempos del cabaret parisino

De camarera a “Venus de Ébano”

Freda Josephine Baker Carson nació en Saint Louis, Missouri (Estados Unidos), el 3 de junio de 1906. Su padre, Eddie Carson, era percusionista de vaudeville y su madre, Carrie McDonald, una humilde lavandera.

El padre abandonó a la familia cuando Josephine era muy pequeña y su madre se casó de nuevo con un hombre desempleado y con pocos recursos, que no mejoró la precaria situación familiar, motivo por el cual la niña se vio obligada a trabajar desde los 8 años. Se desempeñó como empleada doméstica en la casa de una mujer que no tuvo reparos en maltratarla.

A los 13 años ya trabajaba como camarera en The Old Chauffeur’s Club, donde conoció a Willie Wells, quien sería su primer marido por un corto tiempo. Vagabundeando por las calles de Saint Louis soñaba con convertirse algún día en bailarina, pues sus bailes callejeros llamaron la atención desde el primer momento, hasta que un día, a los 15 años, consiguió su primer trabajo bailando. Ya entonces se había divorciado de su primer marido y casado de nuevo, esta vez con Willie Baker, un guitarrista de blues de quien se divorció también poco después, aunque conservó su apellido.

Al cumplir 16 años se fue a Broadway a probar suerte y hasta llegó a trabajar en el mítico Cotton Club de Harlem. Luego de participar en algunos musicales se le planteó la oportunidad de su vida: iniciar una gira de espectáculos en Francia. Sin embargo, lo que no sabía al embarcarse en el vapor Berengaria, el 25 de septiembre de 1925, era que debería bailar demasiado ligera de ropa, aunque fueron precisamente su baile exótico y su atuendo, que no eran considerados escandalosos como en Estados Unidos, los que la convertirían en una auténtica estrella del espectáculo parisino.

Apoteosis en París

El nombre de Josephine Baker no pasaría inadvertido en París, entonces capital del mundo del espectáculo. Era la estrella absoluta del show La Revue Nègre. Aunque su número estaba teñido de estereotipos raciales y bailaba espasmódicamente los ritmos del compositor Sindney Bechet con su cuerpo desnudo, cubierto tan sólo por una escueta falda de bananas hechas de tela, extasió de tal forma a los parisinos que el show se convirtió en todo un éxito.

Josephine Baker
Causó sensación al bailar con una diminuta falda de bananas y el torso desnudo

En plena ebullición del art déco y de la reivindicación del arte africano, el productor incorporó al espectáculo a una impresionante hembra de guepardo, a la que llamó Chiquita y que Baker adoptó después. Chiquita y Josephine se hicieron inseparables y la bailarina vistió a la felina con un costoso collar de diamantes.

Josephine Baker con Chiquita, la gepardo que adoptó y que actuaba con ella

El guepardo no fue su único animal de compañía: tenía también una cabra llamada Toutoute, que vivía en el camerino de su club nocturno; un loro con el que hablaba antes de salir a escena, una boa y un cerdo llamado Albert, que habitaba en su cocina y al que perfumaba con Je Reviens, el perfume más chic del momento.

Recibía constantes propuestas de matrimonio de sus decenas de pretendientes. Uno de ellos fue el conde Pepito de Abatino, como se hacía llamar pomposamente Giuseppe Abatino, que en realidad era un albañil siciliano. A ella le daba igual su origen y se tornaron inseparables. Aunque no podían casarse porque ella aún seguía casada con su segundo marido, él se convirtió en su esposo de corazón. Lo que no significa que le fuese fiel.

La bailarina tuvo romances con decenas de hombres y unas cuantas mujeres, entre las que se contaba la escritora Colette, a cuya dualidad amorosa Josephine dedicó su canción más famosa: J’ai deux amours (Tengo dos amores), aunque algunos pensaron inocentemente que la artista se refería a Estados Unidos, su país natal, y a Francia.

Sus escenarios por excelencia fueron el Teatro de los Campos Elíseos y luego el Folies Bergére.

Si en Estados Unidos la xenofobia no le había permitido escalar hasta la primera fila, en la capital gala fue precisamente el color de su piel lo que cautivó al público. No porque no hubiera racismo en Francia, sino porque las altas esferas de la cultura del país durante los felices años veinte, estaban completamente rendidas al embrujo y al exotismo de todo lo que no fuera europeo y blanco.

Desdeñada en su país

En 1935 regresó a Estados Unidos convertida en una estrella y dispuesta a demostrar hasta dónde era capaz de llegar una niña afroamericana y pobre de Missouri. Pero las cosas no habían cambiado demasiado en su país natal y volvió a sentir el desprecio de sus compatriotas por el mero hecho de tener un color de piel distinto (se veía obligada a entrar en su hotel por la puerta de atrás).

De regreso a Francia, decidió no volver a Estados Unidos y adoptó la nacionalidad gala al casarse con el industrial Jean Lion, del que se separaría pasado un año.

Josephine Baker
Cartel de una de sus presentaciones en el Casino de París, su templo por excelencia

Su regreso a Francia supuso un nuevo éxito. Janet Flanner, cronista de la influyente revista The New Yorker en París, describió su nuevo espectáculo de esta manera:

“Tiene tantas escaleras como un sueño freudiano. Posee coros de bailarines importados de Inglaterra, un ballet ruso completo, palomas amaestradas, un guepardo vivo, montañas rusas, el más bonito decorado veneciano del siglo, hectáreas de hermosos vestidos, los cuatro mejores bailarines de can can en cautividad, un número de suspense en el que miss Baker es rescatada de un tifón por un gorila y un ballet aéreo de pesadas señoras italianas rebotando sobre alambres”.

Espía en la resistencia

Un año antes de la invasión alemana a Francia, recibió la visita de un alto cargo de la inteligencia francesa. Conscientes de que su popularidad le permitiría acceder a cualquier lugar, pretendían reclutarla para el servicio de espionaje. Ante tal proposición, la respuesta de la artista fue concluyente: “Francia es el país que me adoptó sin reservas. Estoy dispuesta a dar mi vida por ella”.

Convertida en un destacado miembro de la resistencia, sus actuaciones eran la mejor excusa para que pudiese desplazarse por una Europa en guerra y su estatus le permitía acceder a embajadas y a las mansiones de gente adinerada y poderosa. Exhibiendo su proverbial simpatía, cantaba, bailaba y se marchaba con información importante escrita con tinta invisible y oculta en partituras que guardaba en su ropa interior. Nadie la registraba, solo le pedían autógrafos.

Josephine Baker
Con su amiga la actriz española Sara Montiel

Viajó por toda Europa y parte de África; en Casablanca colaboró con una red que ayudaba a los judíos a huir a Suramérica. Se ofreció como voluntaria a la Cruz Roja para trabajar como enfermera y piloto. Pero su ayuda también fue más mundana: cantó y bailó para las tropas aliadas. En sus actuaciones impulsó la confraternidad entre soldados negros y blancos.

Adoptó un niño wayú

En 1947 se casó con el director de orquesta Joe Bouillon, el penúltimo de sus maridos, con quien decidió adoptar a 12 niños. Querían demostrar que la fraternidad trasciende a cualquier raza o religión, así que desde 1955 adoptaron niños de varias parte del mundo: Akio, coreano; Janot, japonés; Jari, de Finlandia; Luis, colombiano; Marianne y Brahim de África del Norte (probablemente de Argelia); Moïse, Jean-Claude y Noël, franceses; Koffi de Costa de Marfil; Mara, venezolano y Stellina, marroquí.

Al venezolano lo bautizó con el nombre de Mara, por ser de origen wayú, población indígena de la Península de la Guajira, a donde viajó en 1959 durante un paréntesis de sus presentaciones en Venezuela -actuó en el canal 4 de Televisa (hoy Venevisión) y en un club nocturno- para finiquitar los trámites que ya sus abogados habían avanzado desde hacía meses y que culminaron cuando el niño le fue entregado en esa misma visita al Zulia.

Entres sus 12 hijos adoptivos hay un venezolano de la etnia wayú

Ella llamaba a sus hijos adoptados “La tribu del arcoíris”, pues eran de etnias distintas. Quería demostrar que la diferencia racial no impedía que las personas se vieran como hermanos. Los llevó de gira por Estados Unidos y Francia “para que vieran qué felices eran a pesar de las diferencias”.

Esencialmente antirracista

Aunque sabía que en Estados Unidos no estaba tan bien considerada como en Europa, volvió de nuevo a su país natal a principios de los años cincuenta, con la Legión de Honor otorgada por el gobierno francés bajo el brazo. Otra vez en Nueva York, se le negó el acceso a 36 hoteles por el color de su piel. Y lo mismo le sucedió en Las Vegas. A pesar de ello, estaba empeñada en triunfar en su tierra.

Inició una gira en la que impuso una cláusula ineludible: no actuaría en locales segregados, fuera cual fuese la cantidad que le propusieran. En Miami le ofrecieron 100.000 dólares, que rechazó, y tuvieron que aceptar la presencia de hombres y mujeres afroamericanos entre el público.
La gira estadounidense culminó con un desfile frente a 100.000 personas en Harlem para honrar su título de Mujer del Año, otorgado por la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color.

Activista con Martin Luther King

En 1963, asistió a la legendaria marcha de Martin Luther King sobre Washington, el día en que el líder de la lucha por los derechos civiles pronunció su célebre frase: “Yo tengo un sueño”. Orgullosa y ataviada con su uniforme militar francés y sus condecoraciones, fue la única mujer que habló ante los 300.000 asistentes al acto.

Como reconocimiento a sus contribuciones por los derechos civiles en Estados Unidos y su indeclinable apoyo a la minoría negra, Coretta Scott King le ofreció el liderazgo no oficial del movimiento en 1968, tras la muerte de Martin Luther King, pero lo rechazó por motivos de salud.

En 1961 la condecoraron en Francia con la Legión de Honor

Un año después sufriría dos infartos y una embolia, que minaron sensiblemente su salud.

Final en Mónaco

Acosada por sus problemas económicos (tenía deudas por valor de medio millón de dólares), fue desalojada del castillo en el que vivía junto a sus doce hijos adoptados y acabó compartiendo una habitación del castillo mientras se veía obligada a vender todas sus posesiones. Así, desalojada por la fuerza, la diva permaneció siete horas sentada a la puerta de la que fue su residencia, sola y bajo la lluvia. Esta imagen conmocionó a Francia, que veía a su gran estrella literalmente en la calle.

Pero una mujer le ofreció su ayuda: Grace Kelly. Convertida ya en princesa de Mónaco, la ex actriz favorita de Alfred Hitchcock le consiguió una casa de cuatro habitaciones en el Principado y junto a su marido, el príncipe Rainiero, la ayudó a relanzar su carrera con su nuevo espectáculo, Bobino. Josephine volvía de nuevo al centro de París. Las críticas resultaron unánimes: seguía siendo inmensa artísticamente, una gran diva por excelencia.

Cuatro días después del estreno, el 12 de abril de 1975, la encontraron muerta en su cama rodeada por recortes de periódicos con sus críticas. Había sufrido una embolia. Enterrada en Mónaco con honores militares, en primera fila estaba Grace Kelly, la mujer que fue, en sus peores momentos, su gran amiga y protectora.

Desde allí trasladarán al Panteón de París, el próximo 30 de noviembre, a quien fuera calificada por el escritor Ernest Hemingway como “La mujer más sensacional que nadie haya visto jamás”. Era, a no dudarlo, un auténtico icono político y una superestrella.

Este trabajo de investigación fue publicado el 10 de octubre de 2021 y actualizado el 30 de noviembre, con los tres primeros párrafos de la agencia AFP, que reseñan el efectivo ingreso de Josephine Baker al Panteón.

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