Cultura

Carlos Cruz-Diez, mi abuelo

Gabriel Cruz es una de las piezas fundamentales del documental "Free Color", que nos acerca a la vida y obra del gran artista venezolano que enseñó al mundo a experimentar la vivencia del color. Gabriel habla aquí desde su condición de nieto y de ser también uno de los encargados de preservar y difundir la obra del maestro Cruz-Diez

Cruz-Diez
Cortesía Gabriel Cruz
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La Cromointerferencia de color aditivo es una de las obras que componen el amplio recorrido filosófico de Carlos Cruz-Diez: es la que viene a la mente casi como reacción inmediata, el enorme mosaico del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, el de las despedidas, el de los regresos.

Aunque Cruz-Diez ciertamente es conocido en todo el mundo como el maestro, revolucionario del arte óptico, en el seno familiar es recordado con cariño como un abuelo.

Gabriel Cruz cuenta cómo fue crecer con un abuelo viajero, que de un país pasaba al siguiente por cuestiones de trabajo: “Nos escribía cartas, claro, pero teníamos una relación esporádica”. Cuando estaba en Caracas, él y su hermana le ayudaban en el taller y los domingos visitaban juntos las exposiciones de arte. Gabo rememora con especial cariño el sentimiento que le ocasionaba ver lo mucho que la gente en la calle apreciaba a su abuelo: “No fue hasta que me fui a Francia que nuestra relación creció”.

Aunque su juventud la pasó en Caracas, a los veinte años partió a París para estudiar y estar un tiempo con su abuelo. Primero músico, luego artista, cuenta con una maestría en Comunicación Global del Institut International de Communication de Paris, un Master Europeo en History and Business of Art and Collecting del Institut d’Études Supérieures des Arts de Paris y la University of Warwick de Londres. Es miembro fundador y director de Cruz-Diez Art Foundation en Houston.

Actualmente residenciado en Panamá, lleva junto a su familia el taller Articruz, con el objetivo de apoyar a los artistas en la elaboración de sus discursos y la producción de sus obras. Por otro lado, es director de Marión Gallery, un espacio cultural donde se puedan apreciar nuevas formas de arte contemporáneo mientras se busca favorecer y estrechar los vínculos entre las obras y los espectadores.

Gabriel Cruz Mendoza comparte sus reflexiones sobre distintos aspectos del mundo del arte, el reciente documental “Free Color” y algunas de las enseñanzas de su abuelo.

-Dices que lo que nos diferencia en Venezuela es que somos un país de arte, ¿cómo es eso?

-Esta reflexión la hago pensando en nuestra iconografía. Resulta que la que nos representa en Venezuela es la artística. Caracas, por ejemplo, tiene más de cuatrocientas obras integradas al espacio urbano. Queriéndolo o no, siempre hemos estado rodeados de artes plásticas. La estética nos envuelve y nos lleva a consumir arte de una manera que no sucede en otras ciudades.

Además, a donde vayas la gente cuelga cosas en sus paredes: un calendario, una foto, una pintura. En las casas de Venezuela hay obras de arte como en las de Francia hay bibliotecas, porque los franceses tienen más referencias con la literatura.

Cruz-Diez

-Tanto en una de tus charlas como en el documental hablas sobre cómo tu abuelo concebía el color independiente de la forma. ¿Cómo se originó esta idea? ¿A qué se refería con el color autónomo?

-Él me contaba que tenía muchas referencias sobre el color. Lo había marcado desde su temprana infancia. Sin embargo, que te interese el color, la composición o la estructura no significa que puedas llegar a desarrollar un discurso artístico alrededor de eso. Creo que este es el gran legado de Cruz-Diez: desarrolló una teoría y un sistema de pensamiento con base en el color.

En el pasado se habló del color como un complemento a la forma. Y entonces él propuso hablar del color autónomo. Es decir, hablemos del azul en lugar de la pelota azul, por ejemplo. Vamos a referirnos solo al color. Esto, por supuesto, le costó muchísimos años porque hacer evidente el color sin la forma es ir en contra de todo lo que nos enseñaron en Historia del Arte.

Las obras del abuelo eran un soporte para que los espectadores vieran cómo el color se hacía y se deshacía en el tiempo y el espacio, en el presente continuo. Y esas fueron unas reflexiones muy profundas que tardé muchos años en comprender.

-¿Crees que la obra de tu abuelo evolucionó a medida que fue conociendo a otros artistas y adquiriendo nuevas experiencia, desde Venezuela a Francia?

-El artista hace un análisis de su época; y esta es tan grande como lo que conozca. Él estudió la historia del arte en blanco y negro, entonces no conocía lo que se había hecho en el pasado con el color. Cuando él comienza a viajar es que se da cuenta de a qué se referían los dorados o cómo empleaba Velázquez el color en la composición de “Las meninas”. Estos fueron detonantes que lo impulsaron a profundizar en su investigación.

Entonces, efectivamente los viajes le permitieron ver a color esa historia del arte que él ya había estudiado. Por otra parte, viajar, aunque sea dentro de Venezuela, amplía enormemente las referencias que uno tiene. Y eso le pasó a él.

Cruz-Diez

-En cierto punto hablas de la universalidad de las ideas: muchas personas pensando en lo mismo, pero a miles de kilómetros de distancia. ¿A qué crees que se deba esta coincidencia?

-Quizás la terminología correcta sea la contemporaneidad de las ideas. Históricamente es impresionante cómo surgen ideas similares al mismo tiempo en todo el mundo. Es una coincidencia increíble.

Las ideas se relacionan con el pasado. No puedes pensar en cambiar la manera de distribuir alimentos si antes no aprendes cómo se hace. La contemporaneidad fue clave en el caso del arte, porque cuando el abuelo llega a Francia se da cuenta de que un argentino, un húngaro y un uruguayo están pensando lo mismo: que el soporte de la obra tiene que ser dinámico para demostrar el paso del tiempo, el impacto de la luz o el cambio ante la participación del espectador.

El abuelo se va a Francia justamente por lo que él solía decir: qué importa si estoy inventando algo, pero nadie se da cuenta porque las coordenadas de la historia no pasan por Venezuela. Creo que la contemporaneidad de las ideas también viene dado por un lugar donde se reúne el pensamiento, el arte o los avances de algún tipo.

-En “Free Color”, Carlos Cruz-Diez habla sobre vivir el presente a través del color. ¿A qué se refiere? ¿Es por eso que en una ocasión dices que él te ayudó a ver los matices de la vida?

-Sí, porque es un tema del instante. Nuestra vida transcurre en el presente, que si tenemos memoria luego lo convertimos en el pasado. El futuro, por su parte, no lo podemos predecir. Es aquí cuando el abuelo decía que el arte transcurre en un presente continuo.

El color de este sofá es azul en este instante y se modifica en el transcurso del tiempo. De noche lo percibirás más oscuro, aunque químicamente el color siga siendo el mismo. Aquí es donde dependes del conocimiento previo. Por ejemplo, nosotros decimos que las hojas de un árbol son verdes aunque las estemos viendo de noche y las percibamos negras. Por eso es que el abuelo decía que el color cambia en el tiempo y el espacio; todo depende de un momento.

-¿Cuál es el rol de la familia en el arte colaborativo?

-El arte colaborativo significa que puedes delegar la producción o parte de ella a un tercero. El abuelo cedía muchas funciones, por ejemplo, a la abuela o a sus hijos: que si cortar unos plásticos mientras él se ocupaba de los cartones, preparar tal o cual color, el ensamblaje de unas aletas, etcétera. Muchas personas participaban en el proceso de producción de la obra, lo cual es atípico porque en la escuela nos enseñan que el arte es una aventura solitaria.

En mi infancia trabajé un poco con él cuando estaba en Caracas. Aprendí serigrafía, por ejemplo, entonces lo ayudaba con eso. Mi hermana lo apoyaba en la documentación, que era clave porque las obras del abuelo tienen un plano. Aunque es cierto que teníamos cierto acceso a lo que se hacía en el taller, fue en París que yo comencé a tener más experiencia en esto del arte colaborativo.

-Esa última obra inconclusa que se muestra en “Free Color”, como una aurora boreal, que la ciencia no pudo llevar a cabo, ¿logras imaginarla? ¿Crees que algún día podamos presenciarla?

-Cuando el abuelo hacía las referencias de lo que nosotros siempre habíamos visto desde la infancia, por supuesto que nos lo imaginábamos perfecto. Creo que es porque crecimos con el abuelo y él siempre estaba hablando de este tema. Además, lo describía de muchas maneras, pero teníamos que buscar una terminología para que otras personas pudieran entender lo que el abuelo quería y la aurora boreal es lo más cercano: una obra donde puedas ver unos destellos de color que aparecen y desaparecen.

El documental terminó con la conclusión de que la ciencia todavía no está lista para realizar esta obra, y luego vino la pandemia. Nos reunimos con el equipo de científicos después de que falleció el abuelo. Ellos nos comentaron sobre lo extraordinario que fue conocerlo y se comprometieron a utilizar parte de su tiempo para lograr que se cumpliera este sueño.

Lo que ocurre también es que los avances tecnológicos son impredecibles. Nos pueden llamar mañana o dentro de diez años para decirnos que existe una nueva tecnología que podría funcionar. Entonces nos volveríamos a reunir a ver si cumple con las características de lo que quería el abuelo.

Cruz-Diez

-Tú trabajas con música y arte, ¿sientes que hay una relación entre ambos?

-Sí, absolutamente. Creo que todas las manifestaciones artísticas están relacionadas. El abuelo siempre habló de que su papá era poeta y se reunió con muchas personas del mundo de la poesía. De hecho, él les pedía críticas a los amigos literarios, porque decía que obtenía una opinión imparcial y con una terminología que entendía mejor que si viniera de un artista plástico.

Por otro lado, el abuelo también era músico. El tocaba la guitarra y ese es otro mecanismo de comunicación. Conquistó a la abuela con la música. Él decía: soy como un músico, tengo la música en la cabeza y la escribo para que otros la ejecuten.

-¿Qué hace a uno artista?

-El artista es un intelectual que puede presentar soluciones y propuestas a su época, que incluso los científicos no pueden ejecutar. Y eso coloca al artista a un nivel que creo que nosotros no tenemos.

Nos enseñaron que el artista es como Van Gogh, que se sentía incomprendido y que nunca vio su obra realizada. Es muy importante desmitificar un poco esa idea y ver al artista más bien como un pensador. Eso es lo que busca demostrar el documental “Free Color”, y creo que lo logra.

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