Cine y TV

"Ámsterdam", las buenas intenciones no bastan

El hecho de que Christian Bale, Margot Robbie y John David Washington sean parte de una misma película, tendría que ser garantía del éxito. Pero "Ámsterdam", de David O. Russell, hace que uno se pregunte si acaso terminó la época del cartel lleno de grandes nombres para asegurar el triunfo de crítica y taquilla 

Publicidad
Ámsterdam

La película “Ámsterdam” (2022) tiene todo para ser un clásico contemporáneo. O al menos, esa es la premisa inicial que sostiene a esta producción de envergadura, que también es uno de los estrenos más esperados del año. Por un lado, se encuentra un director oscarizado como David O. Russell a la cabeza. Al otro, un reparto que incluye, quizás, a los mejores actores y actrices de la generación más joven de Hollywood. Para hacer la fórmula más certera, la producción le dio a la cantante Taylor Swift un papel a su medida.

Pero eso no fue suficiente y Russell sumó también a una pléyade de cameos que van desde el comediante Mike Myers hasta el ganador del Oscar, Rami Malek. Todo, bajo un guion escrito por el propio director y construido para celebrar la bondad, el optimismo y la esperanza.

El realizador, conocido por sus pequeñas épicas que incluyen redenciones sorpresivas y grandes batallas por el bien común, lleva su premisa preferida a un nuevo nivel. Para culminar la improbable combinación, añadió humor. Uno festivo, despreocupado y con la moraleja final: el amor es capaz de casi cualquier prodigio.

¿Qué podía fallar? En realidad, no hay una sola pieza de este tedioso mecanismo para hacer sonreír que tenga la fuerza suficiente para sostener el conjunto. Lo más sorprendente es el hecho de que sea tan plana y superficial que conduzca a cuestionarse si la gran y tradicional fórmula de Hollywood sobre el éxito, finalmente, se desplomó. “Ámsterdam” es una caótica versión sobre las grandes comedias bien intencionadas, habituales e históricas en la meca del cine. Pero también es un recorrido de inusual torpeza, por lo que sostiene un tipo de lenguaje cinematográfico que, con los años, cayó en la erosión y el desuso.

La historia de cómo Burt (Christian Bale), Harold (John David Washington) y Valerie (Margot Robbie), tratan de limpiar su nombre de una acusación de crimen, tiene toda la apariencia de una épica del Hollywood dorado. Hay chistes, extrañísimas secuencias de persecución, con sus respectivas caídas, resbalones y sorpresas, y al final el guion conduce hacia la gran revelación: “¡El bien es real!” dice la Valerie de Robbie, con una amable y chispeante inocencia que debería conmover. Solo que no lo hace. Y tampoco producen carcajadas los chistes prefabricados y artificiales. Mucho menos la moraleja al trasfondo.

“Ámsterdam” es anacrónica en sus buenas intenciones. También es un artefacto nostálgico con un apartado visual que deslumbra por su precisión y elegancia. Pero hay un punto en su tono -en la forma de profundizar en su argumento- que resulta obsoleto. Lo que hace inevitable la pregunta: ¿Es la película de Russell la producción destinada a mostrar la evolución del cine hacia estratos por completo nuevos? ¿Es el final de una larga historia de intentos de refrescar a una industria que aspira a un espíritu que simplemente desapareció?

“Ámsterdam”, de la risa al aburrimiento

Resulta extraño que “Ámsterdam” fracase justamente en el año en el que un tipo de cine más adulto y sofisticado recuperó su lugar en las preferencias de la audiencia. El cine de salas, de la experiencia cinematográfica al completo, regresó con un sorpresivo impacto. Y demostró la noción de lo cinematográfico como espectáculo y celebración colectiva.

Desde la despreocupada y bien construida “Top Gun: Maverick” de Joseph Kosinski, hasta la potencia de “The Northman” de Robert Eggers, el cine del 2022 parece alejarse poco a poco de las sagas superheróicas y de un tipo de premisa mucho más banal. Lo que pareció demostrar que la fórmula dorada de la industria podría estar en plena vigencia. 

Ámsterdam

¿No es Tom Cruise el principal punto de atención en una secuela tardía, que deslumbró por su osada propuesta visual? Una mirada puntual al poder de las estrellas, algo que también ocurrió con “Ticket to Paradise”, con la dupla de Julia Roberts y George Clooney a la cabeza. Incluso, la audaz y controvertida “Blonde” de Andrew Dominik, que es una fastuosa y rara visión sobre el monstruo de la fama convertido en horrores visuales, pero también utiliza la idea de un tipo de experiencia cinematográfica que no espera conquistar un público desde la sencillez y la amabilidad.

Estos filmes apuestan a un público con aspiraciones más profundas que la que llenó los teatros durante la última década. “Ámsterdam” resume todo lo anterior en una peculiar mezcla que debió ser exitosa por necesidad: una historia poco cínica, sin complicaciones, más allá de las aventuras y desventuras de sus personajes, con un guion que no espera deconstruir ninguna situación, acentuar algún mensaje entre líneas o unirse a un debate mayor.

Más singular aún: “Ámsterdam” derrocha buenas intenciones. Solo que su alegoría a lo bueno y sensible, resulta artificial. Eso, a pesar de que imita cómo puede el brillo de un Hollywood interesado en demostrar que la naturaleza humana es intrínsecamente noble. Pero de la misma forma que el cine de hace más de medio siglo , su objetivo es incluso ingenuo. El guion es tan plano que, en varias oportunidades, su machacona versión sobre la generosidad decae hasta hacerse sermoneadora.

Es entonces cuando la película muestra sus momentos más blandos y caóticos. Lo que podría ser una comedia negra -de tener un trasfondo más cínico- o una mirada maliciosa al comportamiento de hombres y mujeres comunes, se transforma en una mezcla de tonos sin mayor elocuencia. “Ámsterdam” intenta elucubrar sobre lo que provoca que actuemos según lo que consideramos correcto, a pesar de las consecuencias que eso pueda ocasionar y el peligro que pueda suponer. A la manera de Billy Wilder o George Cukor, Russell desea mostrar los extraños caminos de la compasión, la diversión despreocupada y una risueña mirada a los problemas del mundo.

Pero “Ámsterdam” no logra convencer a nadie de reír. Mucho menos de recordar un pasado glorioso de comedias amables que pasaron a la historia del cine por su relevancia y vitalidad. Como la copia simple de una de ellas, el film de Russell carece de sustancia, corazón y encanto. Y  quizás, solo sea la demostración de que la vieja fórmula de Hollywood necesita una urgente revisión.

Publicidad
Publicidad