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Mi hijo tiene 10 años (en torno a un país sentenciado al oprobio)

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Foto: Andrea Hernández

Mi hijo tiene 10 años. Es decir, y perdón por la obviedad, aún no tiene 13 años, 9 meses, 7 días y 12 horas. En estos largos 10 años, que no son 13, o 14, mi hijo ha vivido una enormidad. En estos 10 años mi hijo se ha hecho todo un hombrecito. En 10, que no 13 ni 14, se ha convertido en un aficionado al dibujo y dice que quiere ser artista plástico, aunque ahora es fan de los programas de cocina y los mira sin parar. Hace poco fuimos a una librería, me pidió que le comprara un libro que se titula algo así como Cocina para el joven chef. El bendito libro costó 6400 bolívares, pero es mi hijo, y todo lo que él pueda aprender, todo lo que sea bueno para él, yo se lo daré. Claro, también hemos peleado, yo lo he regañado y lo he castigado. Pero en 10 años, sobre todo, lo he amado.

¡Cuánta vida se vive en 10 años!

Imagínese usted cuánta más en 13 o en 14.

A sus 10 años, mi hijo ya ha ido al mar, ha conocido la montaña, ha viajado. Ha tenido y tiene cosas, pero sobre todo, ha visto y aprendido. Ha estudiado, ha sufrido estudiando y se ha divertido estudiando. He intentado enseñarle a pensar por sí mismo, a investigar, a buscar las respuestas correctas.

10 años es mucha vida.

Hace 14 (porque a los 13 años hay que sumarle los muy «graciosos» 9 meses) comenzaba el siglo XXI, éste que ha resultado un atolladero de esa estupidez que es la intolerancia hacia el otro. El odio se ha vuelto un dogma. En 2001, el 11 de septiembre, ocurrieron los atentados contra las Torres Gemelas: una atroz metáfora del odio hacia el otro. Y por cierto, también hace 14 años, una sesión especial la OEA aprobó la Carta Democrática Interamericana, instrumento que proclama como objetivo principal el fortalecimiento y la preservación de la institucionalidad democrática. Qué triste risa me produce este dato. Ah, también hace 14 años comenzó el paro nacional en Venezuela en protesta a las leyes habilitantes de Hugo Chávez. Este gobierno hace ya mucho tiempo que actúa como le da la gana.

Mi hijo de 10 años sabe de mis canas y de mi panza, que por más que me esfuerzo no se quita. Mi hijo de 10 años me ve todos los días, vamos al cine los fines de semana y me acompaña a las librerías. Por cierto, mi hijo de 10 años no termina de entender por qué su papá sufre terriblemente cuando ve que un libro cuesta 6 mil, 7 mil, 12 mil bolívares. Mi hijo de 10 años no entiende por qué yo le digo que le compraré sólo su libro de cocina, con mucho sacrificio, y ninguno otro más para él o para mí. Mi hijo de 10 años no entiende por qué su papá no puede comprarse el Segundo tratado del gobierno civil de John Locke. A su papá, que es profesor universitario, no le alcanza el sueldo para comprarse ese libro que a nadie le interesa.

Pero yo estoy con él, y envejezco mientras él se hace más grande.

Hay gente, al parecer, que no entiende esto. Que no entiende que 10 años, que 13, que 14 años es mucho. Gente acorde con este siglo XXI a la que le importa tres rábanos el otro, la libertad y la democracia. Gente que confunde protesta con violencia, derechos ciudadanos con conspiración, libertad con obediencia ciega. O que lo sabe, pero no le importa, porque primero está el lucro. Gente, creo yo, que no considera a sus hijos, si acaso los tiene, y tampoco al futuro del país. Les gana el interés por su provecho personal, cosa que los lleva a creer que realmente se preocupan por sus hijos. Atestarlos de dinero, no implica, necesariamente, el bien para ellos, mucho menos si ese dinero es mal habido. Pienso en esos chicos. Tendrán muchos 10, 13, 14 años. Pienso en ellos y me pregunto si podrán, algún día, estar orgullosos de sus padres. Si acaso, por alguna insólita excepción, no se les daña el cerebro y llegan a tener la capacidad de reflexionar en torno a la dignidad, más allá del dinero con el que serán adormecidos.

Hoy, y dentro de 13 o 14 años, espero que mi hijo se sienta orgullo de su familia, de su padre. Todo hijo debería tener a su padre al lado, y todo padre debería comportarse a la altura del futuro de su hijo, sobre todo en este país sentenciado al oprobio.

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