De Interés

El uso revolucionario de la envidia

Cada ambientación, cada escenario, tiene un significado político y un tiempo que le corresponde. Un inmenso toldo de miles de metros cuadrados, en el Country Club de Caracas, repleto de flores recién traídas en aviones privados desde Bogotá para decorar un matrimonio de varios millones de dólares pareciera un evento a contracorriente en una ciudad acosada por la pobreza, la violencia, la hiperinflación y la escasez.

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Pensaríamos en una fiesta del peor capitalismo salvaje del pasado siglo XX desbordada de caviar y champagne Laurent Perrier con los más extraordinarios grupos de música hasta el amanecer. Pero no. Se trata de otra fiesta de la oligarquía revolucionaria, del matrimonio de la hija de un banquero bolivariano con el hijo de un asegurador que hicieron fortunas colosales al cobijo del control de cambio. ¿Por qué el formidable y descomunal desplante? ¿Por qué teniendo aviones y lujosísimas propiedades en todas partes del mundo, los boliburgueses no escogen la distancia y prefieren restregar su riqueza en los ojos de los que no consiguen insumos para la diálisis renal?

Contra la más sensata recomendación y la más prudente cautela sugerida por sentido común, la ostentación bochornosa de la nueva clase dominante busca producir envidia entre sus congéneres. La envidia incrementa el prestigio, el poder y el respeto del envidiado.

Es una pasión, por demás, que a nivel colectivo se convierte en un malévolo instrumento de dominación. La envidia carcome, desintegra y divide la sociedad, rompe las relaciones de reciprocidad. La envidia, además, debilita a los individuos porque es una manera perversa de colocar al otro en un estado de constante comparación, de restregarle, a quien se pensaba igual, su propio fracaso y limitación.

Cuando los lujos y la superabundancia desbordan los sentidos, las personas pierden sus pautas valorativas y su individualidad. Los ágapes y festejos descomunales impiden que el invitado y los observadores puedan ponerse en condición simétrica y puedan activar una relación intersubjetiva de reciprocidad. Ya Santo Tomás de Aquino señalaba, al igual que Marcel Mauss, que para poder corresponder a una invitación o a un regalo, quien los recibe debe estar en capacidad de ofrecer una invitación o regalo mejor. Son las obligaciones inconscientes del don. Quien no puede corresponder, termina comprometido, dominado y sojuzgado. La envidia produce sentimientos de inferioridad y crece en el goce por el fracaso del otro. Esa es la Venezuela revolucionaria.

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