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En la Cuerda Floja: para irse hundiendo en la silla

Si una de las cosas que cruza por su mente durante la primera parte de la película, es que el arranque no termina de cobrar fuerza… espere. La espectacularidad del final cataloga a En La Cuerda Floja (The Walk) como una de esas películas en cuya última parte te lanzan -luego de una insípida entrada- dos platos fuertes, el postre y no te dan digestivo.

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A excepción de la trilogía de Regreso al Futuro y Forrest Gump, condensar la emoción en una parte del metraje se ha vuelto tradición para Robert Zemeckis, su director. Claro que la primera no la escribió solo y la segunda… no la escribió él.

La historia, basada en hechos reales, sobre la obsesión de Phillippe Petit de cruzar las Torres Gemelas a través de un cable no pudo ser una mejor opción para inaugurar el 53 Festival de Cine de Nueva York. En aquel marco tan sensible a la nostalgia, no era difícil que la película emocionara a un público cautivo ante las maravillas de la Gran Manzana. Fuera de ese contexto, agradablemente, también inquieta y desborda admiración ante la proeza del funámbulo francés.

La pregunta del millón es ¿por qué escoger a Joseph Gordon Levitt? Ni siquiera francés, ni siquiera de ojos claros, ni siquiera pelirrojo. Para los esteticistas del cine, que esperan una fiel representación de Petit, habrá un choque irremediable. Para quienes agradecemos su convincente interpretación y sus ladinos movimientos, el aspecto físico pasa a segundo plano.

Muchos de quienes van a ver la película ya conocen la historia y el desenlace del “crimen artístico del siglo” (pasado), esos muchos igual van a sentir angustia y vértigo mientras Petit y sus amigos ejecutan el plan de meterse clandestinamente en los rascacielos más famosos de NYC para cruzarlos con una cuerda. Si eso no es saber lograr una película, no puedo clasificarlo de otra forma.

El evento, el clímax de la película, transcurre en lo que parece ser un cuadro de Millet. Apenas dan las 7 de la mañana, cuando Petit empieza su camino entre ambos edificios del antiguo World Trade Center, y unas nubes rosadas se dibujan en el horizonte, el suelo se pierde y todo lo que queda es él, reviviendo ese momento, y el espectador hundiéndose en su silla.

Ya el documental de James Marsh –ganador del Óscar y el BAFTA-, Man on Wire (2008), nos había puesto a tono con la escena para quienes no vivimos la noticia. Ahora, esta vez, la recreación de las extintas Torres Gemelas y, en general, de todo lo que rodeó la mañana del 7 de agosto de 1974, es impecable. Recrear espacios y tiempos diferentes al que está viviendo es algo que Zemeckis ha sabido manejar con una naturalidad impactante–aunque aún queremos que nos explique dónde está el futuro que nos prometió en los 80-.

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