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El luto rojo va por ira y negación

Perder poder no es fácil y si es poder omnímodo peor aún. La pasión de mandar, como la ambición o la codicia, es un ansia insaciable, una de las afecciones del alma que mientras más se satisface más crece, se agiganta.

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El despotes, el amo en sentido pleno, como se sintieron Nicolás Maduro y Diosdado Cabello durante tanto tiempo, funda su existencia sobre el predominio del puro arbitrio, sobre la dominación y el mando. Por eso, la perdida de la mayoría chavista en la Asamblea Nacional, en lugar de haber sido experimentada como un suceso normal, propio de los vaivenes políticos de los parlamentos y las democracias, ha sido sentida por la plutocracia revolucionaria como una herida mortal, como una abrupta e insoportable caída desde la más remota cima. Pero, peor que perder el poder, es perder la identidad y el sentido de pertenencia, porque ello significa extraviarse, errar los puntos de referencia,  confundir nuestro lugar en el mundo. Y ese es el sentimiento irreparable de muchas del 1.602.665 personas que habiendo dejado de votar por el chavismo tampoco lo hicieron por la oposición (que sólo subió 368.000 votos con respecto a las elecciones de 2013).

La pérdida de conexión con el grupo de referencia que daba sentido es la experiencia de un inmenso número de venezolanos que habiendo vivido en carne propia el fracaso del proyecto en el que creyeron no han podido todavía canalizar su energía psíquica hacia otra convicción. Por eso, como en toda pérdida, el chavismo ha entrado en un proceso de duelo, en luto, ese mecanismo de adaptación emocional que sigue a cualquier menoscabo y privación. Un proceso que por lo general ocurre por etapas y de las cuales hasta ahora hemos visto fundamentalmente la negación y la ira.

Habitualmente, las primeras etapas del duelo son seguidas por fases de negociación y aceptación que llevan a la reorganización de la personalidad. Sin embargo, con demasiada frecuencia, como parece ser el caso de Nicolás Maduro y muchos líderes revolucionarios, las personas se atascan en las fases de negación y  rabia. Acusar, reprochar, culpabilizar, atacar, es característico de estas etapas. Pero así como las elites políticas de la democracia, adecos  y copeyanos, fueron incapaces de entender el sentido profundo del Caracazo el 27de febrero de 1989, la negación y la atribución de culpas a terceros, la señalización causal de la guerra económica, los reclamos al mismo pueblo, están cegando al chavismo, incapaz de ver y entender el proceso de cambio que ha ocurrido en la sociedad venezolana, una colectividad que en pleno siglo XXI no podía continuar gestionándose con principios de economía política del siglo XIX.

Pasar a la fase de negociación requiere de una gran inteligencia psicológica que parece no estar presente en el Presidente de la República. El chavismo, por demás, se enfrenta a un terrible dilema que es la imposibilidad de cambiar. Pareciera que no le queda sino el salto adelante, la radicalización.

Los principales advertencias del liderazgo chavista al pueblo venezolano han sido amenazas sobre la pérdida que sufrirán bajo el crecido poder de la oposición, sobre el fin de las prebendas que les facilitó la ya irrecuperable riqueza petrolera, los alimentos, medicinas y combustible subsidiados, las viviendas regaladas. Como indica una de las personificaciones del fanatismo socialista, Luis Britto García, la derecha neoliberal –ese estribillo usado para todo- “continuará subiendo los precios hasta hacerlos incosteables, acaparando, desapareciendo bienes, especulando.Oportunas leyes anularán las prestaciones sociales de los trabajadores, consagrarán los despidos a capricho del patrón y restablecerán los créditos indexados”.

La oposición, para subsistir y mantener el apoyo popular recién obtenido, deberá maniobrar con mucha destreza para que no se la identifique como la causante de la terminación de la donación y dádiva a la que tantos venezolanos se habían acostumbrado. El problema de dramatismo insondable al que se enfrenta no solo el gobierno sino la sociedad venezolana como un todo es la crisis económica, honda, compleja, una condición que entrará en caída libre en el 2016 para llevarnos a un terreno desconocido, a una situación desesperada. Pero la indefensión económica ha llegado a tal nivel de profundidad que ya no hay margen para que las distintas fuerzas políticas puedan llegar a entendimientos en el espacio natural  para el debate y conciliación de las diferencias que es la asamblea.

Nos acercamos a un período de profunda zozobra e inestabilidad política y social.  La única manera de salir del marasmo en que se ha hundido el país es con la transformación radical de modelo económico. Y a ello no está dispuesto el chavismo porque, por definición, dejaría de serlo.

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