Si comparamos la situación actual con el panorama existente hace justo un año, cuando Maduro se aprestaba para irse de gira en busca de un milagro, son muchas las incógnitas que se han despejado: se impuso la estrategia saudí de no recortar la producción petrolera de la OPEP, se concretó el regreso de Irán al mercado petrolero luego de firmar el histórico pacto con Occidente, los productores marginales de petróleo resultaron más resistentes de lo previsto, la Reserva Federal de los EEUU puso fin a la época de cero tasas de interés, las potencias mundiales llegaron a un acuerdo para contener la crisis en Siria y, por si quedaba alguna duda, se confirmó que China no presta dinero para cubrir crisis de balanza de pagos.
Así que, en cuanto a nuestras restricciones externas, ya no caben los hipotéticos ni los condicionales: simplemente el flujo de ingresos petroleros no cubrirá las necesidades de financiamiento en 2016 y con el actual modelo de controles Venezuela no podrá cumplir sus compromisos de deuda. Se trancó el serrucho.
Algo que también está cantado es la respuesta del gobierno frente a la crisis: en 2016 Maduro continuará con su estrategia de endurecer aún más el absurdo modelo de controles y atizar la confrontación. Como todos los años, siempre habrá un pequeño ajuste cambiario aquí, un disimulado recorte de gastos allá, una “refrescamiento” de algunos precios más allá, pero ninguna rectificación de fondo.
Mientras tanto, al son de la rayada “guerra económica mix”, tratará infructuosamente de endilgarle a la oposición las inevitables consecuencias de endurecer los controles.
Todo indica que la estrategia económica de Maduro responde estrictamente a su estrategia política y que esta última, lamentablemente, va en piloto automático. Así, este año Maduro responderá con el plan trazado antes del 6D, cuando pensaban que la MUD solo obtendría la mayoría simple, y que consiste en desconocer el resultado electoral, desempolvar el tinglado comunal y, al grito de “déjenlo trabajar”, achacarle a la nueva Asamblea Nacional el previsible deterioro en las condiciones de vida, buscando que la expectativa de cambio se transforme en desmovilización.
Una estrategia fallida, que no contaba con el detallito que la MUD se alzara con la mayoría calificada. Por ello se inventan a último momento unas impugnaciones espurias, tratando inútilmente que la realidad se amolde a la estrategia predefinida, en lugar de reevaluar la situación y adaptarse.
En cualquier escenario, la respuesta de la alternativa democrática también es clara: evitar el inmovilismo, propiciar el cambio y la reconciliación, mantenerse en el cauce constitucional, pacífico y electoral. Ante un panorama que pareciera predeterminado, llegamos a los dos grandes imponderables del 2016:
¿Hasta dónde llega la paciencia de la muy golpeada ciudadanía que clama por soluciones?, ¿hay algún grado de autonomía en las bases chavistas que saben que se requiere una rectificación? Lo que se pueda decir al respecto es bastante especulativo, pero dependiendo de la respuesta se sabrá con qué velocidad llegamos al inevitable desenlace.