La historia ha decidido que, luego de casi 60 años de profesionalización del fútbol en Venezuela, el calendario se ajuste a la realidad económica y competitiva del país y de la Confederación de la que forma parte. El 2016 parte con muchos cambios que eran necesarios en el balompié rentado, elevando las expectativas de un torneo cuyas flaquezas siempre superaron en número a sus virtudes. La transformación es el punto de partida de la ilusión.
Un nuevo formato, ensayado en el Torneo Adecuación pasado, es la primera acción ejecutada por los clubes, que en una progresiva y esperada asociación, han entendido que este espectáculo depende de la seriedad con la que ellos mismos lo asuman. Los mesiánicos dólares de los derechos de transmisión televisiva y su promesa de proyección internacional es un vínculo que compromete a los 20 equipos de Primera División a mejorar la puesta en escena de cada partido. De no ser así, la imagen dada al espectador internacional será un bochorno.
Esos avances evidentes como producto de la agrupación de los equipos, contrasta con la realidad federativa (entidad que sigue siendo el organizador autorizado del campeonato), que en medio de una crisis de corrupción mantiene un modelo de gestión arcaico y plagado de informalidad. Para muestra, un botón: en plena rueda de prensa de la presentación del campeonato, a un día de disputar el encuentro inaugural de la primera fecha del Torneo Apertura 2016, la Comisión de Torneos Nacionales, instancia encargada de definir los términos de competición, aún no ha determinado cual será el criterio y la cantidad de equipos que descenderán a la Segunda División. Ni siquiera se ha divulgado de forma oficial, las bases de la competencia, evidencia demostrativa que el progreso desborda las capacidades del productor de la fiesta.
Ya en el terreno deportivo, apasiona la lucha que sostendrán los equipos que aspiran alcanzar algo importante en este semestre. Hasta diez de ellos parten con opciones de luchar por el galardón del Apertura, pero hay cuadros que por su plantilla, actualidad y momento de forma, están por encima del resto.
Zamora, si bien no es el actual campeón absoluto, demostró en el experimental torneo pasado que es el team a batir. Con una clara identidad en su juego, un plantel con profundidad (a pesar de su joven media de edad), un demoledor estilo y refuerzos de alto calibre, parte con toda la ventaja de seguir marcando diferencias. El arribo de hombres como Gaby Torres y Pedro Ramírez y la recuperación del péndulo de la mediacancha, Lucho Vargas, potencia una artillería que marca una enorme diferencia con el resto.
La Guaira por juego y Táchira por su renovación, se enfilan como los más serios aspirantes a hundir el favoritismo de los barineses. El plantel que dirige Leo González mantiene la base de un equipo sumamente equilibrado y que tratará, una vez por todas, de extender los éxitos obtenidos en las dos últimas copas Venezuela en el campeonato liguero. La obsesión por la clasificación a la Libertadores es un quebradero de cabeza para su gerencia y apuestan por la continuidad como camino más seguro para asegurarse ese objetivo, uno que también tendrá el cuadro amarillo y negro que vuelva a antiguas filosofías con las llegada de sus hijos pródigos: Carlos Fabián Maldonado y Edgar Pérez Greco. El buen juego heredado de Daniel Farías ahora tendrá la mística de personajes capaces de hacer regresar a la hinchada al mítico Pueblo Nuevo.
Mineros, que sigue desesperadamente tratando de alcanzar su segunda estrella, históricamente esquiva, mantiene un plantel de lujo con mucha presencia en la Selección para aspirar al título. Con Chuy Vera en el banco y el tiempo necesario para preparar adecuadamente su participación en el Torneo, su eterna candidatura no puede ser desestimada.
Por sus refuerzos, Anzoátegui y Atlético Venezuela se plantan como equipos que pueden ser protagonistas. La nueva gerencia de los portocruzanos apelaron a recuperar la vieja guardia de importados comprobadamente buenos (Edwin Aguilar, Rolando Escobar y Carlos Javier López) para rescatar el tiempo perdido durante la austeridad post Tarek William Saab, en tanto que los del Fuerte Tiuna no escatimaron gastos para tirar la casa por la ventana y, a punta de chequera, armar un equipo de ensueño. Los riesgos que corrió la institución, que bordó el descenso en el Adecuación, motivaron a sus dueños a evitar nuevos sustos y pasar a ser un equipo con opciones campeoniles.
Caracas es una incógnita. Sus once estrellas en el pecho ya no bastan para sostenerse en un fútbol al que el capital privado ha llegado con más fuerza que la brindada por Laboratorios Vargas. Seis años de sequía son demasiados para una institución ganadora, pero la apuesta por la modestia sigue generando incertidumbre. Un técnico ganador como Eduardo Saragó decidió dar un paso al costado sabiendo que el equipo no puede, ni desde su cantera ni con fichajes, alcanzar el poderío competitivo que otros “ricos” tienen. Con el poco experimentado Tony Franco al frente, los avileños apelarán a su linaje para mantenerse en la lucha.
Otros, como Aragua y el internacional Trujillanos, traen pinta de buscar algo interesante para este semestre, al igual que el Lara de Alí Cañas que hereda el buen juego de un equipo que con Rafael Dudamel al mando, dio muy buenas impresiones. Carabobo y Zulia son los miembros de la clase media que quieren colarse por los palos para dar la campanada. El resto, apelará a la hazaña para lograr una sorpresa y los demás, por evitar un descenso que aún no se conoce de qué forma se determinará.
La ilusión que genera una organización seria coexiste con la improvisación. Lamentablemente, es parte de lo nuestro.