De Interés

El fin del capital político del chavismo

Una de las tendencias más protuberantes de este tiempo, camino a consolidarse definitivamente en los meses que corren, es la erosión definitiva del capital político del chavismo.

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FOTOGRAFÍA: ANDREA HERNÁNDEZ

Pocos lo notan, aunque contándolo el asunto es de no creerlo. Los alguna vez temibles “movimientos sociales”; las unidades de batalla electoral; los círculos, entornos protagónicos e historias de protagonismo comunal, se han ido empequeñeciendo, arrinconando, achicando, evaporada su influencia en las barriadas populares.

El bolivariano es un movimiento que mantiene sus consignas, su nomenclatura y sus mandos formales. El radio de influencia de su entorno, sin embargo, se ha enanizado.

Cuando nos vinimos a dar cuenta, algunos de los anclajes electorales más poderosos en sus tiempos de éxito se han vaciado por completo de contenido. Mercal, poderoso mito popular que recogían las encuestas, naufragó ante la marea del desabastecimiento. Comerso, areperas socialistas, farmapatria: poco queda de aquello.

La tragedia de la escasez de medicinas también se llevó a Barrio Adentro. El impacto actual de las misiones educativas es considerablemente limitado. La educación del venezolano sigue siendo la gran deuda pendiente del estado. Las denominadas “bases de misiones” anunciadas por Maduro como una estrategia de crecimiento y recomposición política, ha transitado discretamente y sin mayores relieves.

Defensa del salario, protección del empleo, ampliación de la cobertura de la seguridad social: las nuevas “conquistas” que le vende Maduro al país por la televisión son letra muerta ante la endiablada dinámica de la inflación.

Incluso los logros en materia de ingesta calórica y alimentación, que tuvieron un momento de auténtico vigor, se diluyen a la velocidad de la luz ante las historias de personas que deben “dormir” la cola con ocho horas de antelación para poder comprar comida y alimentarse.

Al gobierno le resta el indudable empuje inercial de la Misión Vivienda, con sus reparos y efectos positivos; y la herencia sentimental del recuerdo de Chávez, sus mejores momentos en vida y los éxitos pretéritos de su movimiento.

El gigantesco mar de fondo de la crisis, vigente de manera clara en el gobierno de Maduro, con unas dimensiones jamás vistas en Venezuela, ha logrado finalmente aquello que apenas hace pocos años parecía imposible.

La clase dirigente chavista es una minoría cuestionada, de alguna manera cercada, sobre la cual se van acumulando una considerable secuencia de antipatías, leyendas y malquerencias.

Se ha extendido excesivamente la corrupción; el colapso de los servicios y la vida cotidiana han convertido a las viejas consignas movilizadoras en lecos sin significado concreto. El fracaso del modelo chavista es de un rotundidad destinada a derribar la fe del más devoto de los feligreses.

El dato que anotamos es importante porque concreta la llegada de una circunstancia que fue invocada desde el fondo del alma de millones de venezolanos, que la percibían como una quimera imposible de materializarse.

La vieja “mayoría minoritaria” opositora, antes se daba golpes contra el poderoso muro chavista.

Hoy, en cambio, las penurias actuales deberán ser soportadas por todos bajo la convicción de que la próxima cita electoral que se aproxime concretará un brusco cambio en el mapa del poder del país y una clamorosa victoria de la MUD.

Lo increíble es que la dirigencia nacional del PSUV sigue aferrada al mito del arraigo bolivariano. Al chavismo se le hace tarde. La renuencia a aceptar la realidad les impide ensayar nuevas modalidades de gestión y consolida el aislamiento.

Puede que el chavismo sobreviva a futuro como un movimiento vivo en ciertos sectores poseídos, tolerado en el debate democrático, dividido en corrientes que lo asuman como el verdadero, y puede que Chávez sea un objeto de culto popular detallado en zonas urbanas y rurales del país.

De lo que sí podemos ir tomando nota es del fin del movimiento de masas, de la temible maquinaria electoral, del efecto del dinero. El fin temporal –todo en la política está condenado a ser relativamente temporal-, pero indefinido, del chavismo como proyecto popular y de poder.

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