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La verdadera Guerrita Económica

No fue una victoria gloriosa para la Vinotinto. En todo caso fue un juego que Venezuela ganó de la manera en que habitualmente le ganan: poniéndose el traje de camuflaje y sabiendo ser mala en el mejor de los sentidos, en el único de los sentidos que hoy es tolerable en este maltrecho país

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En casi todo lo que está metido la palabra Guerra hay una terrible equivocación. Para los que vivimos en Venezuela, o al menos en Caracas, fue una jornada de una belicosidad horrorosa, casi de luto desde un punto de vista civil, de esas que a veces te hacen pensar que la emigración ya es un deber moral. Y terminó con un triunfo en la noche sobre Uruguay, la inimaginable clasificación a cuartos de final de la Copa Centenario para una selección ya descartada en el camino a Rusia 2018 y un partidazo y medio gol de un jugador de apellido Guerra (sé que el balón no entró después de dar en el travesaño y picar, pero igual me hubiera gustado escuchar el veredicto del Hawkeye).

Estoy seguro de que el Lobito es la verdadera Guerrita Económica. Es el tipo de partido que lo enseñas en video y hace que te lleven a Europa como un súper crack tipo Michael Laudrup a precio regulado aunque ya tengas 31 años.

Antes que nada: no creo que la de Venezuela haya sido un a victoria gloriosa. Fue un partido feo, al que la Vinotinto se adaptó con traje de camuflaje y ganó de una manera en que le suelen jugar los rivales cuando pierde como siempre.

Este es el tipo de cosas que hay que poner por escrito antes y no después, pero cuando analicé el video del México-Uruguay (3-1) de la primera fecha del grupo, me quedó la sensación de que ambos eran equipos derrotables, incluso aunque los aztecas sean los verdaderos anfitriones de la Copa Centenario. La Celeste es vulgar sin Luis Suárez. Jugó un muy mal partido este jueves y eso debe entrar en la ecuación. Claro, aquí podríamos contrapuntear alegando que fue Venezuela la que hizo jugar mal a Uruguay, lo que nos llevaría a un debate interminable del huevo y la gallina.

Ni siquiera fue un gran partido de la dupla Tomás Rincón-Arquímedes Figuera, por la que presuntamente pasa casi todo el juego. Ni siquiera de Josef Martínez. Cuando se lesionó Roberto Rosales en el minuto 8, no sé porqué tuve un déjà vu de la fatídica expulsión tempranera de Amorebieta en el segundo partido de la Copa América 2015 ante Perú. Pero no. Ahí es donde hay que valorar este partido de Venezuela: sobresalieron otros que no fueron los protagonistas ante Jamaica.

Fue el partido sólido de toda la línea defensiva: el sustituto Alexander González, los centrales Wilker Ángel y Oswaldo Vizcarrondo y un Rolf Feltscher que probablemente no es Paolo Maldini ni Marcelo (algunos lectores cuestionaron mis elogios al lateral izquierdo debido a algunas fallas en las coberturas ante Jamaica), pero del que creo que hay que resaltar por lo menos la cabeza fría. Feltscher no parece perder nunca la calma, pudiera confundírsele con un surfista rodeado en su propia nube de humo. Pero tiene criterio.

También fue otro gran partido colectivo de Salomón Rondón, del que admito que llegué a pensar antes de la Copa que podía ser prescindible (ojalá no sea prescindible a juro por lesión). Por supuesto, de Alejandro Guerrita Económica y de Adalberto Peñaranda, la relativa sorpresa en la alineación ante Uruguay. Ni Guerra ni Peñaranda se llaman Otero y Añor, que eran los apellidos que, si usted se metía en Twitter antes del juego de Jamaica, deberían haber sido los titulares en el mediocampo creativo según los especialistas y semiespecialistas (ahí me incluyo). Hasta ahora, Rafael Dudamel se sale con la suya. Tal como lo apuntaba Eduardo Saragó en la transmisión de Meridiano TV, su Vinotinto está dando la sensación de Esprit de Corps hasta en los pequeños detalles.

¿Por qué Vizcarrondo o Alain Baroja cometían errores en la era Sanvicente y ahora Venezuela aguanta su marco en cero? Aquí es donde entran en juego las especulaciones y los misterios de la ciencia. Puede haber sido una cuestión de absoluta mala suerte. Puede ser que Dudamel efectivamente tenga una capacidad de motivación y unas herramientas de manejo de grupo superiores. Puede ser que ciertos o todos los jugadores estuvieran desconcentrados o desmotivados por situaciones extradeportivas. Puede ser que hubo de todo un poco.

Por supuesto, Venezuela no marcó el gol de la tranquilidad que tuvo, por ejemplo, Peñaranda en el contragolpe del minuto 68. Siempre me dio la impresión de que la Vinotinto tuvo el relativo control y lucía más factible el 2-0 que el 1-1. E igual Uruguay creó oportunidades, como era lógico, y Cavani nos regaló la cesta de alimentos más resuelta de la historia del CLAP en el minuto 90. De nuevo, la suerte. Por eso digo: esta vez ganamos como nos ganan. Perdón, yo no gané. Ganaron solo los que estuvieron en la cancha.

¿Ganó este jueves el país? No lo sé. Tendemos engañosamente a pensar que hay relación entre una sociedad y lo que ocurre en una cancha de fútbol. Cada bando desde el que se mira la realidad venezolana adaptará (adaptaremos) esta clasificación a cuartos de final a su respectivo discurso. Los narradores en la televisión y los comentaristas en las redes sociales opinarán sobre “una Venezuela que necesitaba urgentemente una alegría”. No sé si una victoria sobre Uruguay borra todo el ambiente de barbarie y pillaje decimonónicos que se vivió este nefasto 9 de junio en Caracas. En todo caso es un juego que Venezuela ganó sabiendo ser mala, en el mejor de los sentidos, en el único de los sentidos que hoy es tolerable en este maltrecho país. No quiero más estampas dignas de la Guerra Federal. Prefiero al Lobito haciéndole a Muslera la Guerrita de Cuarta Generación desde la mitad del campo.

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